Capítulo 114
Sophie, desconcertada, giró su cuerpo hacia la pared y evitó el contacto visual.
Fue una situación extremadamente incómoda.
Desgraciadamente, no había cuadros en la pared que pudieran fingir que admiraba la pared.
Sólo había apliques para iluminar el oscuro pasillo por la noche.
—¡Ah, así que es esto! Si se aplica aceite a la piel de un animal, el fuego no se apagará, aunque llueva. Por eso hacían mechas de cuero para las velas.
Finalmente, la mirada de Sophie se posó en los apliques y soltó lo que había aprendido en los libros.
Pasó un momento de silencio.
Sophie cerró los ojos con fuerza, mirando hacia la pared.
Deseó haber recogido los libros caídos sin decir nada. ¡Sacar a relucir el tema de las mechas de las velas de la nada…!
—¿Qué estás haciendo?
Ian, percibiendo algo sospechoso en su comportamiento, habló.
Sophie respiró profundamente y forzó una sonrisa mientras se giraba para mirar a Ian.
—Oh, Ian. ¿Estabas dentro?
Dada la situación, no le quedó más remedio que actuar con calma.
—¿Escuchaste?
—¿Eh? ¿Ah, tú? ¿Qué escuché? ¿Por qué? ¿Dijiste algo raro?
—Eres tan obvia.
Ian entrecerró los ojos, mirándola como si fuera patética.
Sophie sintió un sudor frío en su mejilla. Al final, ella simplemente se rio torpemente.
—…Bueno, no estábamos discutiendo nada importante.
Se dio cuenta de que no valía la pena hacer tanto escándalo, pero no pudo evitar sentirse avergonzada.
Ian miró a Sophie torpemente, sonriendo.
«Esa chica no es Fraus».
Tan pronto como la enfrentó, las palabras de su padre resonaron en su mente.
Su corazón latía de forma extraña.
—…Sophie.
Ian llamó a Sophie.
Sophie frunció los labios y meneó la cabeza.
—No importa cuántas veces te lo diga, nunca me llamas hermana, ¿verdad?
Sophie reprendió a Ian.
Con un rostro que nada sabía de sus propios orígenes.
Ian sintió una oleada de ira por alguna razón.
No era que Sophie lo hubiera engañado, aunque todo parecía ser culpa suya.
«Para mí eras Fraus, pero si no eres Fraus, entonces ¿quién eres? ¿Entonces quién era la Fraus que yo conocía? La Fraus que tanto amé, la Fraus que anhelaba».
—Entonces, ¿por qué me llamas?
Sophie miró a Ian, quien permaneció en silencio incluso después de llamarla por su nombre.
Ian la miró a los ojos verde esmeralda.
Hubo un tiempo en que admiraba sus claros y transparentes ojos verde esmeralda más que sus propios y profundos ojos.
Había pensado que eran más hermosos que cualquier otro ojo del mundo y deseaba poder llevarlos consigo como joyas todos los días.
Pensándolo bien, aunque sus profundos ojos esmeralda se parecían mucho más a los del conde Fraus, creía que sus ojos claros eran más “correctos”.
El suave cabello de color castaño era completamente diferente al del conde Fraus.
Ian había admirado esos mechones resplandecientes y brillantes, pensando que había heredado el color del cabello de la antigua condesa.
Pero…
—¿Qué eres exactamente?
«¿Qué eres exactamente? ¿Qué eres exactamente, que arruinarías todo en lo que creía, todo sobre lo que construí mi mundo?»
Ian preguntó, cargado de significado.
Entonces Sophie respondió.
—¿Qué te pasa? Soy yo misma.
A ella le pareció muy extraña su pregunta, casi como si fuera algo obvio.
Soy sólo yo.
Ian pensó en su respuesta una y otra vez.
Sophie lo miró fijamente y vio su expresión seria. Entonces su corazón, que palpitaba con fuerza, empezó a latir un poco más rápido.
—¿Estás pasando por la pubertad? —Sophie le preguntó.
—¿Pubertad…?
—No, es solo que tu expresión es diferente a la habitual. No pareces irritado, pero de repente me estás haciendo preguntas extrañas. —Mientras Ian fruncía el ceño, Sophie murmuró: No, personajes como ese siempre estarán locos hasta que mueran.
Luego se encogió de hombros y miró a Ian nuevamente.
—Bueno, la gente también tiene que vivir contemplando cuestiones existenciales. Estás creciendo, Ian.
Sophie rio levemente y tocó el hombro de Ian sin miedo.
Su ligero toque hizo que su piel hormigueara sensiblemente, incluso aunque estuviera usando ropa. Sintiendo que esa sensación era peligrosamente inquietante, Ian apartó la mano de Sophie de su hombro.
—No toques —dijo Ian con el ceño fruncido, provocando que Sophie retrajera ligeramente su mano con los labios fruncidos. Ian añadió, como para excusar la expresión ligeramente áspera de Sophie—. Es… porque el partido terminó hace poco.
—¡Cierto! ¡Te lastimaste durante el partido…! ¿Te duele donde te toqué?
Ian miró fijamente a Sophie, quien miraba a su alrededor para comprobar su estado.
La incomodidad que acababa de quedar atrapada en su cuello pareció disiparse con sus palabras preocupadas.
—Está bien. Mi hombro está bien.
—¿Qué te pasa? ¿Pero por qué actuaste como si te doliera algo?
Las esquinas de los ojos de Sophie se levantaron bruscamente, luciendo bastante linda.
—…Te acabo de decir que no toques.
«Dije que es porque el partido terminó hace poco. No es que me duela, simplemente no me gusta que me toquen».
Sophie respondió con una sonrisa tímida, pero al mismo tiempo tocó suavemente la cintura, las piernas y los brazos de Ian.
—¿Estás bien donde te lastimaste?
—¿Solo ahora lo preguntas?
Ian replicó sarcásticamente ante la tardía preocupación de Sophie.
—Aunque te preocupes, no es como…
«Dije que estaba bien, que era solo un pequeño rasguño. No tienes por qué preocuparte. Simplemente relájate».
Así sonó a los oídos de Sophie.
—¿Solo un pequeño rasguño? —Sophie replicó sin rodeos.
Ian miró a Sophie.
A pesar de su tono áspero y su rostro descontento, a Ian le gustó la expresión de preocupación de Sophie.
—Ni tú ni Su Excelencia sois muñecos de nieve que se hacen más grandes y duros cuanto más ruedan, así que ¿por qué os movéis tan imprudentemente?
Pero cuando "Su Excelencia" salió de su boca, un lado del corazón de Ian que estaba a punto de aflojarse se tensó nuevamente con fuerza.
Con una extraña sensación, Ian apretó el puño.
«¿Qué es esta incomodidad?»
—No es asunto tuyo.
«Sí, no hay necesidad de mezclar palabras con algo que ni siquiera es Fraus».
Se alejó de Sophie y regresó a la habitación.
Sophie observó la figura de Ian alejarse en el pasillo.
De alguna manera, el humor de Ian parecía diferente al habitual.
Pero Sophie no le dio mucha importancia, sintiéndose aliviada de que Ian no le preguntara si había escuchado la conversación.
«También debería investigar a Rosario mientras busco información sobre la bestia».
En lugar de preocuparse por Ian, se concentró en su trabajo principal.
Al regresar a su habitación, Ian se sentó en su escritorio y hojeó distraídamente los registros relacionados con los incidentes de la Luna Negra.
Los registros que había estado leyendo con interés hace unos momentos ahora parecían asuntos triviales tan pronto como apareció Sophie, distrayéndolo con su presencia.
En lugar de pensar en el hábil individuo detrás de la Luna Negra, los pensamientos de Sophie llenaron su mente.
Por alguna razón, sintió el impulso de contarle todo.
—Tú no eres Fraus. No eres alguien que comparte una gota de sangre conmigo.
El verdadero Fraus era él, y ella era… toda una farsa.
Una vez que se revelara que ella no era Fraus, todo estaría bien.
Una vez que eso se revelara, la emperatriz rompería el compromiso. Killian sugeriría una ruptura y Sophie sería rechazada y finalmente regresaría aquí.
«Puede causar algunos problemas a la familia por un tiempo, pero, con el tiempo, todo se revelará».
Eso era todo lo que esperaba.
Así debió ser desde el principio.
«Después de todo, Sophie no es apta para casarse con un archiduque».
—Pero si eso sucede, entonces Sophie…
Sus pensamientos, alimentados por la emoción, de repente se detuvieron y se enfriaron.
—Maldita sea.
¿Cómo pudo decir semejante cosa?
Ian nunca podría decirlo.
Recordó vívidamente lo que Sophie había hecho unos meses atrás.
El invierno pasado, poco después de que los Caballeros de Ruchtainer regresaran de resolver una disputa en la frontera.
Entonces, antes de que se decidiera el compromiso de Sophie y Killian.
Ese día era inusualmente frío y nevaba mucho.
Ian ya estaba irritado por las palabras de su padre en la recepción de bienvenida.
—Su Majestad la emperatriz ha dispuesto que Sophie se comprometa con el archiduque Rivelon.
Comprometida. ¿Sophie?
Ian no pudo aceptarlo.
Naturalmente, incluso Rubisella se opuso al compromiso.
Ella gritó que no podía darle el título de archiduquesa a esa mujer, e Ian estuvo de acuerdo con las palabras de su madre.
—¿Por qué tenemos que usar a esa mujer inútil en primer lugar? ¿Dónde la vamos a usar?
El conde Fraus lo persuadió diciéndole que sería ventajoso tener una conexión entre el conde y el gran duque.
Hubo una acalorada discusión entre el conde y la condesa, e Ian, poniéndose del lado de su madre, salió de la habitación sintiéndose incómodo.
Y buscó a Sophie, como siempre lo hacía.
Athena: Este tío ganándose capítulo a capítulo mi repulsa. Mira que al principio quería creer que te ibas a resarcir y ser un buen hermano. Pero… eres un acomplejado y un inmaduro; y encima, lo que creo es que en el fondo te gusta Sophie de forma romántica y quieres tenerla solo para ti. Lo cual sería asqueroso, porque sí os habéis criado como si fuerais hermanos.