Capítulo 22

Mis ojos se encontraron con los suyos cuando llamé su nombre. Sus ojos brillaron emanaban peligro.

Me di cuenta de que iba a intentar matarme inmediatamente después de que el dolor desapareciera.

No podría llevarlo a la mansión si iba a seguir actuando así.

Me mordí el labio inferior, sumida en mis pensamientos, luego me quité la máscara de la cara con la mano libre.

—Mírame, Eckles.

No podía pensar en otra forma de calmar a Eckles que no fuera esta. Solo podía esperar que él enfrentara los hechos.

—Mira la cara de tu dueña, que te compró con cien millones de oro.

Mi rostro, que estaba cubierto con una máscara todo el tiempo, se reveló. Sus ojos grises se abrieron instantáneamente, probablemente por el rostro asombrosamente hermoso y seductor de Penélope, que no iba bien con un lugar como este.

No vacilé en absoluto cuando continué mirando directamente a sus ojos.

—No es que tuviera tanto dinero para gastar como para comprarte a ese precio. Ni un solo noble, no importa lo loco que esté, gastaría cien millones de oro en un simple esclavo que vino de un país derrotado, ¿sabes?

Era cierto, a juzgar por cómo nadie compró un esclavo gastando más de diez millones de oro durante la subasta.

Podrías construir un castillo en un suburbio de la capital del país con cien millones de oro.

—Imagina que escapas siendo rebelde y actuando mal. Pero, ¿qué puedes hacer después de eso? Ni siquiera tienes un país ahora al que volver.

Eckles apretó los dientes como si le hubiera tocado un nervio.

Luchó por soltarse de mi agarre, pero eso solo hizo que aplicara más fuerza en mis brazos y los levantara de nuevo.

Lo miré.

—Realmente odio a esas personas estúpidas que no conocen su lugar. Vi una posibilidad en ti y de buena gana pagué ese precio. Eso es todo lo que hay entre tú y yo.

No solo gasté una cantidad extrema de oro en él. No sabía por lo que había pasado solo para atraparlo.

—Por lo tanto, tendrás que demostrarme lo que vales para que esos cien millones de oro que gasté en ti no se desperdicien. Si no, te enviaré de vuelta aquí sin piedad. ¿Lo entiendes? —pregunté, mis ojos brillaban peligrosamente.

Honestamente, ni siquiera yo esperaba llegar tan lejos.

No sabía que estaba tan desesperada por sobrevivir a través de este juego loco.

Si quería que se calmara, no había otra forma que hacer que aceptara fríamente la realidad. Que ya no era un noble en su país, sino un mero esclavo para ser vendido.

Los ojos de Eckles vacilaron.

Parecía haberse dado cuenta de que no lo compré solo para juguetear con él por placer.

—Asiente con la cabeza si lo entiendes. Necesito darme prisa para volver a casa.

Nos quedamos así por un tiempo hasta que asintió con la cabeza apenas lo suficiente para que yo lo notara. Afortunadamente, no hubo cambios en su barra de indicador de interés. Eso fue más que suficiente para mí.

—¡S-Señorita! ¿Está herida en alguna parte?

El subastador se acercó vacilante a mí cuando me levanté con la máscara en la cara de nuevo.

Parecía aterrorizado mientras sostenía un látigo en la mano.

—Oye.

—¡S-Sí! ¿Tiene algo que le gustaría decir…?

Hice un gesto con la cabeza hacia Eckles, que se tambaleó para ponerse de pie.

—Deshazte de las esposas.

—¿Q-Qué?

—Quítale las esposas.

—¡P-Pero señorita! ¡Este esclavo es...!

—Deshazte de todo lo que lo restringe excepto la gargantilla en su cuello y las esposas. Yo misma lo llevaré a casa.

Al no tener otra opción, el esclavista le dio a uno de los trabajadores una señal con los ojos.

Eckles pronto quedó libre a excepción de las manos.

Los trabajadores y el esclavista retrocedieron de inmediato, pero Eckles no hizo nada, simplemente se quedó allí.

—Y tú.

Señalé a un trabajador que azotó a Eckles de buena gana.

—¿Y-Yo?

—La ropa.

—¡¿E-Ehhh?!

—Quítate todo lo que llevas puesto ahora, excepto la ropa interior, y entrégaselo a él.

Les arrojé una bolsa de dinero con algunas monedas de oro.

—Hazlo rápido.

El esclavo, una vez semidesnudo, pronto estuvo en una forma en la que podía deambular por el exterior.

Era casi el final de la medianoche cuando salí del edificio destartalado.

Estaba muy cansada de pasar toda la noche con mi guardia levantada.

—Ahh…

Un profundo suspiro escapó de mis labios mientras miraba al cielo. Pasé por muchas cosas para llegar aquí, pero no tenía idea de cómo iba a regresar.

—Solo, sígueme por ahora —dije, vislumbrando a Eckles que estaba de pie detrás de mí.

Él no respondió nada. Era algo impertinente para un esclavo, pero no tenía la energía para corregir sus acciones, así que simplemente lo dejé.

Conduje a Eckles y entré en el callejón más cercano junto a ese edificio destartalado.

Iba a dirigirme a las calles más grandes. De esa manera, podía pedir direcciones a un transeúnte.

Fue cuando acabo de doblar la esquina del tortuoso callejón.

—¡Por allí! ¡Mira, salieron!

Un grupo de personas que estaban parados a cierta distancia de nosotros, vinieron corriendo hacia nosotros. Bloquearon el pequeño camino del callejón.

—Bueno, hola.

Un hombre que no conocía se acercó a mí entre la multitud. Era bajo pero gordo.

—¿Quién eres?

Puse mi guardia en alto e interrogué. Cuando lo hice, el hombre sonrió con incredulidad y dejó escapar una risa fingida.

—¿No sabes quién soy? Ah…

—¿Cómo se supone que voy a saber quién eres?

—¡Soy esa persona a la que todas las personas llaman su esperanza, Clurie…!

—¡M-Maestro!

El criado salió corriendo y bloqueó al gordo que estaba a punto de escupir su identidad.

—Ejem, no es nada —dijo intentando corregirse— Me gustaría que me entregaras ese esclavo.

—Eckles, quédate atrás —ordené, observando al noble gordo y su séquito.

Daba un poco de miedo, pero tal vez fuera una oportunidad para hacer subir el puntaje de interés de Eckles. Un buen amo debería saber cómo proteger a sus subordinados.

—¿Acaso has olvidado que gané la subasta?

—¡E-Eso! No traje esa cantidad de dinero hoy, pero… Puedo ofrecerte diez millones por el momento. Y pagaré el resto en unos días…

—Diez mil millones —dije, impasible.

—¿Qué?

—Estaba dispuesta a pagar diez veces más el precio más alto de la subasta. Si hubieras ofrecido cien millones en ese momento, yo hubiera ofrecido diez mil millones. Así que el precio final por el producto hubiera sido el de diez mil millones.

—¡C-Cómo te atreves! —gritó el gordo con furia—. ¡Ese es un precio irrazonable! ¿Es que no sabes con quién estás hablando?

—Oh, lo mismo puedo decir para ti. ¿Acaso sabes quién soy? —pregunté mientras agarraba mi máscara.

—¡E-Eres una maldita zorra!

El gordo alzó la mano, dispuesto a golpearme.

Sin embargo… En menos de un segundo, Eckles se encontraba a su lado, retorciendo la mano que había alzado, hasta que se oyó un crujido.

—¡¡¡Aaaaaaah!!!

«¿Qué? ¿No estaba esposado hace un momento?»

—¡Mi muñeca!

—Retroceda, maestra —dijo Eckles.

Poco después, diferentes gritos de dolor y en busca de clemencia se sucedieron uno tras otro.

—¡Aaaah!

—¡Detente!

—¡Es un demonio!

Golpes, crujidos, jadeos, súplicas…

—¡Ugh…!

Sangre.

El líquido rojo se derramaba sin parar mientras Eckles hacía su danza mortal contra aquellos asaltantes, sin darles oportunidad de responder a sus ataques.

¿Cómo podía tratar a una persona de esa manera? Y ese olor de la sangre en el ambiente…

«Tengo miedo», pensé mientras me llevaba una mano al cuello, hacia mi herida pasada, mientras las imágenes del jardín con Callisto llegaban a mi memoria por un momento.

«Ah… Tengo miedo.»

Paralizada y asustada, pude ver los ojos sedientos de sangre de Eckles, la sangre manchando sus manos.

—¡Aaah! —gritó el hombre gordo, retrocediendo en el suelo, lleno de terror.

Eckles se volteó hacia mí y comenzó a acercarse, algo que me hizo retroceder instintivamente.

—Maestra…

Eckles se arrodilló frente a mí.

—Me encargué de todos ellos… —dijo mientras cogía una de mis manos y se la acercaba al rostro—. Felicíteme, maestra.

«Ah… Sí. Supongo que hice una buena elección», pensé mientras mi vista se fijó en el mensaje [Interés 18%] que había aparecido en su cabeza.

Sin embargo… tampoco me pasaron desapercibidos sus ojos, fijos en el anillo que llevaba.

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