Doncella predilecta

II

El desorden campaba a sus anchas esa tarde en el hogar de los Rishund.

Los sirvientes iban y venían sin parar en afán de poder organizar lo que hasta no hace mucho era una mansión relativamente tranquila. El motivo, una visita inesperada. Una visita de la cual los señores se habían enterado hace apenas dos horas y que, siendo generosos, llegarían seguramente mañana a medio día.

Habitualmente, esto no supondría un gran problema y podría prepararse un recibimiento apropiado en no demasiado tiempo. El problema era que, en esta ocasión, no era una visita cualquiera. Y eso era lo que había puesto todo patas arriba.

—Por la temporada, deberíamos poder ofrecer un buen faisán junto a ciervo…

—Deben estar alojados en el ala este. No, esta habitación será mejor…

—…entrada debe quedar reluciente…

—¡Los jardines deben quedar limpios esta tarde!

Todos estaban agitados. El mayordomo principal y el ama de llaves estaban sudando la gota gorda mientras organizaban a todo el personal siguiendo las indicaciones de los señores; el comandante de la guardia de seguro estaba sometiendo a un buen entrenamiento a los caballeros de Rishund y los condes no paraban de buscar la mejor manera de llevar a cabo una estancia hospitalaria y relajada, dentro de toda la tensión que de seguro se mascaría en el ambiente.

Porque, si fuera alguna visita, estaba claro que no todos estarían tan nerviosos.

Probablemente yo debería sentirme más nerviosa.

Sin embargo, me mantuve con mi habitual expresión serena y anduve por las estancias y corredores de la bella mansión mientras me dirigía a mi objetivo: la habitación principal del primer piso del ala oeste, o, en otras palabras, la habitación de la señorita Rishund.

—Ánimo con todo, Mel. Cuidado con eso, Aubrey.

—Gracias, casi se me cae.

—No hay de qué —respondí con una sonrisa mientras continuaba en mi ascenso por las escaleras.

De esa manera, a paso ligero y cruzándome con varias personas del servicio, llegué a la puerta de la habitación, dentro de la cual sabía que se encontrarían dos personas que me esperaban. Una con la cual no tenía ganas de cruzar una mirada siquiera y otra con la que seguramente no me costaría engarzar una sonrisa.

Pensando en ello y poniendo la cara más profesional, llamé a la puerta con suavidad mientras con la otra mano sujetaba la bandeja que portaba.

—Señorita Cecily, traigo su té de la tarde.

No fue hasta que no escuché un “Adelante” desde dentro que no me osé a abrir la puerta y entrar.

Con una leve reverencia, entré evitando en un principio la mirada de las personas que allí dentro se encontraban y puse con delicadeza la bandeja sobre la mesilla de té que había en la habitación. No pasó mucho tiempo hasta que escuché una voz joven y alegre que se dirigió a mí.

—¡Ah, Gaiana! ¿Por qué no vienes un momento para ayudarme a escoger el vestido? Rachel y yo no terminamos de ponernos de acuerdo.

Con un leve asentimiento alcé la cabeza y fui hacia ellas, encontrándome así con la mirada de dos mujeres que estaban enfrascadas en medio del vestidor de la amplia habitación.

Aquella que se había dirigido a mí era la dueña de la habitación e hija predilecta de este condado, la hija de los condes de Rishund, Cecily Rishund, y mi señorita más directa desde que hace dos años me convertí en su doncella principal.

La joven, que ahora estaba cerca de cumplir los veintiún años, era una chica de complexión débil, delgada y pálida que la hacían parecer una muñeca de porcelana y que, con su cabello rubio dorado y sus grandes ojos azules, le daban ese toque dulce y bello que acompañaba a su tranquila pero alegre personalidad. Era famosa dentro de la mansión por ser una dama respetuosa y que trataba bien a sus subordinados, una muestra de la crianza de sus padres, los condes de Rishund.

Sabía que estar en esta situación era algo realmente bueno para una doncella como yo, y por eso estaba agradecida por la oportunidad que me dio Cecily hace ya dos años, motivo por el que la servía con total honestidad.

No podía decir lo mismo de la otra mujer que estaba a su lado.

Rachel Odonnel.

De edad similar a Cecily, era una belleza cautivadora, con hermoso pelo moreno, piel sonrosada y brillante, curvas sensuales y una cara hecha para la seducción más lasciva si te quedabas embobado en sus labios rojizos y sus ojos azules, similares a los de Cecily.

Era la hija del barón Odonnel y la dama de honor de Cecily, así como una de sus amigas de la infancia.

Y era un grano en el culo para cualquiera que estuviera a su lado, al menos, si eras un plebeyo. La típica persona que piensa que por ser noble merece que le beses los pies allá donde va.

Claramente nunca había tenido buena opinión de ella, sobre todo al ver ciertos actos por su parte. Sin embargo, poco se podía hacer siendo una mera sirvienta. Lo mejor era simplemente esquivarla y evitar que te salpicara cualquier cosa que decidiera hacer en su histrionismo.

Lamentablemente, seguramente en el día de hoy acabaría con problemas por el hecho de opinar de cualquier vestido que vaya en contra de sus decisiones. Pero, obviamente, si veía que algo podía lastimar la imagen de la señorita Cecily, no dudaría en intervenir. Con la mayor educación posible, claro estaba.

Con la apariencia tranquila habitual, anduve hasta ellas y le dediqué a Cecily una tenue sonrisa que fue respondida por una más amplia mientras me mostraba los vestidos.

—Como no tenemos tiempo para hacernos con uno nuevo, tendré que usar uno de los que ya tengo. Pero no me decido por cuál —comenzó a explicar la muchacha—. Pienso que tal vez debería ir más sobria, pero Rachel opina que debería brillar un poco más debido a los invitados…

Di una mirada analítica a los vestidos que estaban más a la vista. Cecily era una chica que por su contextura y personalidad destacaba con vestidos que resaltaban su apariencia inocente y tierna. Ahora que era adulta intentaba mostrar un aspecto más maduro pero lejos de lo extravagante, lo cual consideraba un acierto porque la hacía ver más noble y elegante.

Considerando el tipo de invitados que llegarían, creo que sería lo mejor, pues no era el momento de hacer destacar exhaustivamente a la hija de la familia, sino mostrar la neutralidad en un conflicto que no queríamos que nos salpicara. Hacerla parecer una princesa enjoyada y recargada no sería lo mejor como seguramente pensaría Rachel.

Tragándome un suspiro interno, comencé a hablar.

—Si se me permite opinar, señorita, el vestido lila con adornos dorados es lo suficientemente fino y elegante para resaltar su belleza y al mismo tiempo mostrar la dignidad de la dama y la familia sin ser demasiado pretencioso. —Casi podía sentir la mirada de Rachel atravesándome, pero la ignoré—. Podría acompañarlo con el collar que le regaló su hermano en su cumpleaños y los pendientes florales con amatistas para terminar la decoración.

—Creo que… ¡me encanta! —exclamó Cecily con emoción mientras se hacía la imagen mental en la cabeza—. Sabía que podía contar contigo, Gaiana. Gracias.

—Para servirla, mi señorita —dije mientras inclinaba la cabeza en señal de respeto.

—Pero Cecily…

—Ay, Rachel. No es que no me guste tu opción, pero en el fondo estaba pensando algo así también —dijo la hija de los Rishund mientras parecía consolar a su dama de honor y amiga—. Para el próximo baile puedo usar el vestido que dijiste…

Poco después comenzaron las pruebas de vestido y asistencia general a las dos mujeres que estaban decididas a pasar la tarde charlando en esa hermosa y noble habitación mientras el resto de la casa continuaba en su frenesí de preparativos.

Yo, por mi parte, continué con mi trabajo de asistencia mientras continuaba esa hora del té, en silencio menos cuando se dirigían a mí, cual sombra pendiente de su maestra.

No fue hasta una hora y media después que pude salir de esa habitación portando de nuevo la bandeja, dejando a las dos mujeres en el interior.

«Debería ir a ver si necesitan ayuda los demás de que deje esto…» Pensé al avanzar por el pasillo, pues de seguro aún quedaría mucho que hacer y hasta dentro de un rato seguramente no se necesitara mi asistencia.

De esa manera, acudí a ayudar al resto de sirvientes de la mansión, una manera de despejar la mente y al mismo tiempo, de enterarme de lo que se decía entre el servicio de esta visita inesperada, aunque todo se resumía en incertidumbre y en si esto sería bueno o malo para la familia.

Las visitas políticas siempre eran las que más nerviosos ponían a todos, sobre todo, cuando esta era inesperada y formaba parte directa del gobierno del país que más habladurías estaba dando en todo el continente.

Con una vorágine de pensamientos cada vez mayor, volví a las estancias de la señorita Cecily para escoltarla al salón comedor, donde se llevaría a cabo la cena. Como esperaba, ya estaba preparada para bajar a cenar, pues, aunque Rachel no fuera santa de mi devoción, solía cumplir con su trabajo.

Así que, tras avisar a la señorita, acompañé a ambas hacia el comedor, siempre unos pasos por detrás de mi señorita, sin escuchar más allá que las conversaciones mundanas típicas de cualquier dama noble.

Cuando llegamos al comedor, ya estaban allí los condes y el hijo mayor y heredero, Cassius, que se burló un poco de su hermana menor por llegar tarde. Rachel no tardó en despedirse y yo me quedé en mi posición habitual por si mis servicios eran requeridos durante la cena, igual que el resto de los sirvientes.

La cena de esa noche no tardó en centrarse en el tema de conversación que llenaba toda la mansión: la visita del duque de Kastrana.

El motivo por el que esta visita había puesto nerviosos a todos en la mansión era complicado. Ya de por sí se podía decir que era un honor que un duque se hospedara en un condado de la frontera del país, más alejado de los entresijos de la capital, pero ese no era el motivo realmente. Era que el duque de Kastrana, aparte de poderoso y una de las personas más famosas del continente, era prácticamente el segundo al mando del ya en auge y recién formado Imperio de Velicia.

Y su fama, aparte de por ser uno de los hombres más ricos por la industria minera, venía principalmente por su sangre fría, su liderazgo en batalla y… el emisario de su emperador antes de cualquier derramamiento de sangre.

Era por todo ello que los condes de Rishund estaban nerviosos, pues, ¿qué motivos habría para que una persona como esa viniera aquí? El Condado de Rishund, perteneciente al Reino de Arundel, había sido completamente neutral, al igual que su país regente, en todos los conflictos en los que se habían visto envueltos los países vecinos, todo ello por la conquista y crecimiento del antiguo Reino de Velicia, ahora imperio.

Arundel llevaba tiempo sondeando y esquivando todo aquello que pudiera perjudicarle, y se mantenía ajeno en la medida de lo posible a todos los conflictos sin dejar con ello que su economía colapse, equilibrando el beneficio a unos y a otros en función de sus intereses. No es que no existiera el miedo a que ese fino equilibrio se rompiera, pero… en fin, ahora que un último país se había unido a la guerra, las cosas podían cambiar en cualquier momento.

Así que esta visita, ¿sería amiga, enemiga o neutral?

Y esa incertidumbre era lo que se reflejaba esa noche en la mesa.

—Lo que no entiendo es por qué tan de repente —expresó Cassius con molestia palpable—. Se supone que se dirigían hacia Triskar. ¿Por qué ese cambio de repente?

—Ahora mismo lo desconocemos —respondió el conde, negando con la cabeza—. No hemos tenido noticias de altercados en los alrededores o incidentes que hayan provocado el cambio en la ruta.

—No hemos hecho nada que pueda despertar antipatía o recelo —continuó Cassius frunciendo el ceño.

—No tiene por qué ser eso por lo que hayan cambiado su destino —intervino la condesa—. Ha habido varios movimientos en el norte, en la frontera con Lerian que podrían haber hecho que se desvíen en este momento.

—Pero, ¿eso no estaba controlado? —dijo entonces Cecily con preocupación.

—En parte, pero hubo una revuelta hará un par de días que causaron varios disturbios en la zona —explicó Cassius—. Aunque las fuerzas de Lerian llevan meses retrocediendo ante el avance de Velicia, últimamente sí que han podido hacer retroceder a los invasores desde las montañas. Pero, nuestro territorio no está exactamente en la ruta para ir hacia allí.

—Aunque es una tangente algo desviada, puede que quieran aprovechar para buscar otros traidores escondidos.

Cassius frunció el ceño ante las palabras de su padre, y pareció repasar en su mente todas las posibilidades antes de volver a hablar.

—¿Crees que pueden sospechar que escondamos a alguien?

—No estoy seguro —respondió el conde con un suspiro—. Entiendo el recelo general de Velicia, sobre todo cuando se empieza a hablar en la corte de una posible alianza con el imperio. No me extrañaría que quisieran cerciorarse de que nadie es un futuro traidor.

—Pero nosotros…

—El incidente del año pasado con ese noble que resultó ser de Sotora aún puede rondar la mente del emperador —lo interrumpió el conde.

—¡Pero resolvimos el conflicto en el momento en que nos enteramos! —exclamó Cecily.

—Y dimos un castigo ejemplar —asintió el conde—, pero, eso también nos puso en el mapa y a Arundel alejarse un poco de su neutralidad. Deberemos tener cuidado en esta visita. El rey querrá un informe después de esto. Cassius, tendremos que ir a la capital después de esto.

—Está bien, padre.

Sin cambiar ni un ápice mi expresión, escuché todo aquello de lo que se habló en esa mesa sin perder un detalle, aunque bien sabía que no hablarían de nada realmente confidencial aquí. En el fondo, eran cosas que ya había escuchado a lo largo del día desde que se recibió la carta anunciando la futura llegada del duque Kastrana.

Aunque mi mente se quedó rumiando una parte de esa conversación.

Traidores.

Desde que el continente parecía librar una guerra constante, parecían llover los traidores por todos lados. Dependiendo de a qué bando mirases, claro. Y todo empezó en ese lugar, Velicia, el nuevo imperio.

O mejor tendría que decir que todo empezó antes, con la caída de ese reino.

Brimdel.

Hace cerca de seis años, un reino situado al oeste del continente, Brimdel, fue masacrado hasta su completa aniquilación por el reino que se encontraba al norte, Kustan, quien estaba ansioso por incrementar su territorio. La caída de Brimdel fue tan devastadora y cruel que no quedó ni un solo noble con vida y toda la sangre real fue asesinada con frialdad. Las historias ominosas de un comandante enemigo, el denominado Caballero Negro, encogió el corazón de todos, pues se convirtió en la espada de batalla de Kustan, consiguiendo una victoria allá donde fuera.

Los diferentes países observaron la situación en silencio e inquietud, pero esperaban que, tras la conquista de Brimdel, Kustan no siguiera con ansias de guerra. Pero no fue así.

El reino no tardó en poner sus ojos sobre el reino vecino de Brimdel, Velicia, un reino rico y próspero pero relativamente pacífico.

Comenzó así una nueva lucha por la supervivencia, por la conquista. Y al principio, todo pareció ir en contra de Velicia, quien vio cómo su territorio fue mermando poco a poco y cómo su príncipe heredero cayó en batalla.

Hasta que apareció él.

El segundo príncipe, Bernard Cenchilla Shane Pascourt.

Nombrado como nuevo sucesor tras la muerte de su hermano, se embarcó en la guerra contra Kustan con más fiereza que antes y, para sorpresa de muchos, derrotó al Caballero Negro. Los relatos sobre esto eran bastante variopintos, pero la línea general aclamaba la victoria del príncipe sobre el caballero que había imbuido el temor sobre todos. Al mismo tiempo que se enfrentaba a las tropas del Caballero Negro, Bernard había desdoblado su ejército y parte de él se dirigió en secreto a la capital de Kustan, que estaba baja de defensas.

Con la caída del Caballero Negro y el ataque a la capital, Kustan no tardó en caer y ser conquistada por Velicia.

De esa manera, Velicia se nombró como el reino más extenso del continente.

Aquí fue donde todo comenzó. Al principio Velicia se mantuvo tranquilo, reorganizando su territorio y armando su ejército. Los países de alrededor y más cercanos a Velicia temían que pudieran acabar como Brimdel o Kustan, por lo que también se volvieron más esquivos y desconfiados a nivel diplomático.

No fue hasta el día que hoy se conoce como “La Ceremonia de Sangre” que el mundo político internacional sufrió un revés. La hermana menor de Bernard, la princesa veliciana Elisabeth, quien iba a comprometerse con el segundo príncipe del reino de Ishtrana, fue asesinada el día de su compromiso.

Y ese fue el día en que Ishtrana entró en guerra contra Velicia junto a Lerian y Sotora.

¿Cuánta sangre se ha derramado desde entonces? Probablemente podrían llenarse tinas y tinas con la sangre de tantos soldados o inocentes derramada en la guerra. De eso ya habían pasado cuatro años, y el conflicto, aunque aún estaba algo lejos de resolverse, parecía cada vez más decidido en favor de Velicia, quien ahora se había proclamado como imperio tras anexionarse Ishtrana y gran parte de Sotora. Y todos, aunque no lo decían, pensaban que Lerian no tardaría en caer, así como lo que quedaba de Sotora.

El resto de los países, entre los que se encontraba Arundel, habían intentado mantenerse al margen, con mejor o peor resultado. En concreto, se hablaba de que Arundel pasaría a ser un aliado pronto, pero nada estaba decidido. Velicia era muy cautelosa a la hora de hacer algún movimiento y sus investigaciones habían sacado más de una vez traidores escondidos. Probablemente por eso en el Condado Rishund ahora se cerniera el nerviosismo; probablemente pensaran que podrían ser investigados, y la familia llevaba tiempo subiendo poco a poco en la escala social, llegando a tener cierta importancia en la corte en los últimos tiempos. No querrían que se reputación se viera salpicada ni cuestionada, sobre todo después del incidente de hace dos años. Querrían mostrarse más neutrales y en resonancia con la corona de Arundel, y sobre todo, que no había nadie que conspirara o traicionara.

Aunque… eso no era del todo cierto.

Sin que se notara ningún pensamiento o estado de ánimo, acompañé a Cecily de vuelta a su habitación, mientras intentaba hablarme de otro tema más ameno, centrado en las flores del jardín que ya habían florecido.

—La verdad… estoy algo nerviosa —confesó mientras la ayudaba a cambiarse a su ropa de dormir—. Espero que mañana todo vaya sin problemas. Y que yo no cometa errores —dijo con una sonrisa algo nerviosa.

—Va a estar espléndida mañana, señorita —respondí con una sonrisa tranquilizadora—. Siempre ha sabido mantener la compostura con todo tipo de situaciones.

—Confías demasiado en mí, Gaiana —dijo ella con una sonrisa más vivaz.

—Pero lo creo con sinceridad.

—Lo sé. Siempre has sabido sacar lo bueno de mí. Gracias —dijo con una sonrisa—. ¿Me ayudarás mañana a cambiarme?

—¿No lo hará la señorita Rachel?

—Estará también, pero me gustaría que me ayudases también. Tus peinados siempre me han parecido los más hermosos —pidió con cierto rubor en las mejillas.

—Como desee mi señorita —respondí con un asentimiento.

Tras unos pocos minutos más, abandoné la habitación, con varios pensamientos en la cabeza. El primero, era que mañana seguro que me cobraría alguna mirada desdeñosa por parte de Rachel. La segunda, que esperaba desaparecer lo más pronto posible en cuanto mis tareas estuvieran hechas.

Estaba tan sumida en mis pensamientos mientras me dirigía a las dependencias del servicio, en la zona anexa de la mansión, que, no me di cuenta hasta que ya fue demasiado tarde de que algo se caía sobre mí.

Ahogué un grito cuando noté que algo caliente me salpicaba, y un olor a salado de estofado se colaba por mi nariz.

Alcé la cabeza, solo para encontrarme a Rachel, que sonreía con burla con un par de sirvientas a su lado, que sostenían un bol, ahora vacío.

—¡Oh, Gaiana! ¿Estás bien? —preguntó con sorna—. Tropecé y se me cayó.

Por un momento, mi mirada se volvió hostil, pero no tardé en devolver mi rostro a su templanza habitual.

—Estoy bien, señorita Rachel. Un descuido lo tiene cualquiera.

—¡Vaya! Es un alivio. Será mejor que vayas a limpiarte antes de que el olor se impregne.

Y con una sonrisa sacada de una villana barata de cuento, se marchó con sus sirvientas, que no echaron siquiera una mirada en mi dirección mientras se iban.

El pasillo quedó vacío y en silencio, ni siquiera mi respiración era audible mientras contaba los segundos, uno tras otro, para calmar mi sentir; una furia y sensación de vergüenza que me quemaban por dentro. De un movimiento seco, retiré la mayor parte de la pringue que se había quedado en mi cara, en mi pelo, en mi vestido de criada. Me ardía un poco allá donde ese estofado de mierda había tocado mi piel pálida e impoluta.

¿Debería ir y matarlas?

Pero, aunque sabía que podría hacerlo, no me traería ningún beneficio hacerlo. Pero esta rabia, esta ira que se mezclaba con mi nerviosismo y ansiedad que guardaba ya internamente, sentía que estaban a punto de explotar.

Así que decidí moverme a otro lugar.

A donde gestionar mis emociones, a guardar mi fuerza, mis ganas de vengarme.

Así que corrí.

Porque de lo contrario, podría hacerme caer la máscara que portaba desde hace años.

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