Encuentro en el bosque
III
El sonido de las ramas al quebrarse me hizo morderme los labios, en un intento de evitar que los gritos salieran de mi interior. La velocidad de mi carrera no parecía ser suficiente, por lo que apreté aún más el paso, ansiando alejarme de allí lo más rápido posible.
La luz escasa de la luna y las estrellas se mezclaba entre la maleza del bosque de finales de verano, haciendo más vivos los múltiples tonos de verde por los que iba atravesando a toda velocidad. En otro momento me habría detenido a admirar la belleza del lugar, pero ahora, solo quería correr, huir, escapar de este lugar.
Apartando una ramita, sentí cómo mi piel se arañaba. Pero el escozor solo me hizo más consciente de la realidad, de la situación, de querer salir de allí lo antes posible.
Decidida, agarré la falda de mi vestido de criada y aumenté la velocidad una vez más. Mis pulmones comenzaban a sentirse arder mientras mi respiración agitada se ahogaba en busca de más aire; mi corazón desbocado parecía que iba a estallar en cualquier momento, y mi garganta, parecía que iba a abrirse.
Los ojos me escocían. Me gustaría pensar que el motivo era el viento y la carrera, pero con eso solo me engañaría a mí misma. Me mordí los labios hasta notar el sabor de la sangre y avancé unos pasos más. En un último impulso, salté un tronco que estaba en el camino. La maleza debió engancharse en mi cabello recogido, ya que noté algo soltarse para notar acto seguido mi larga cabellera rozándome la cara justo cuando aterrizaba en el suelo.
Con la respiración entrecortada, alcé la mirada.
El bosque frondoso se había abierto en un pequeño claro, donde un pequeño arroyo discurría entre los árboles. El sonido del agua al chocar con las rocas rompía el silencio del lugar junto a la leve brisa que mecía las hojas de los árboles.
Mi vista se dirigió hacia el árbol más grande, cerca del río, donde una gran piedra descansaba junto a su tronco, rompiendo el agua que pasaba.
—Ah…
Era una imagen tranquilizadora, bella bajo esta luz de luna, un lugar donde la paz era el personaje principal. Un lugar al que solía venir muchas veces en mi tiempo libre.
Sin embargo, no podía sentir la paz por ningún lugar.
Porque sentía que todo iba a explotar.
Con toda la fuerza que tenía, agarré la primera roca que encontré y la lancé lo más lejos que pude, estrellándose contra el agua. Viendo como dicha roca se hundía en el agua, grité con todas mis fuerzas, llena de una nueva rabia que comenzaba a apoderarse de mí. Sin saberlo ni pretenderlo, una gran cantidad de emociones negativas se habían apoderado de mi persona. La tristeza era acompañada de la ira, la dicha pasada por el desprecio, el sentido de orgullo por la humillación; la desesperación por las ganas de venganza.
Sin ser capaz de deshacerme de esas imágenes que atormentaban mi cabeza, rumiando cada recuerdo, la negatividad hizo mella en mí.
¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar por esto? ¿Por qué tenía que sentirme así ahora? ¿Por qué no podía defenderme como quisiera?
Volví a gritar y a tirar lo primero que llegó a mis manos, llena de una frustración que había ido in crescendo en los últimos tiempos.
Frustración y rabia ante la impotencia, la monotonía, la falta de ganancia, la quietud de una promesa que veía que no avanzaba, la lucha continua por sobrevivir, el miedo a ser agredida o asesinada, la desesperación de la traición, el orgullo herido tras cada humillación, el dolor de una pérdida que seguía sin cerrarse, latiendo cual llama brava en ansias de venganza. Unos recuerdos que no se borrarían de mi memoria, ni siquiera en mis sueños, en mis pesadillas.
Un mar de emociones que se escondían tras una facies tranquila, serena y seria que solo seguía las reglas y vivía en silencio. Una cara que ocultaba muchas cosas detrás. Y que sabía que nadie podía descubrir.
Porque ese sería el día de mi muerte.
Y así, callando, escondiendo, huyendo… habían pasado cuatro años. Cuatro años en los que había sentido que la yo que pensaba que era, había desaparecido. El mundo se había encargado de que así fuera.
¿Desde cuándo ser la doncella de Cecily Rishund se había convertido en algo tan rutinario? Tan fácil, tan reconfortante unas ocasiones, tan frustrante en otras. No hacía falta jurarme a mí misma que antaño esto me habría parecido la peor ofensa del mundo. Pero, los tiempos cambiaban, el mundo no paraba de moverse. Yo no había parado de hacerlo, de transformarme, de adaptarme.
Y me había adaptado muy bien a ser la mejor sirvienta de Cecily, de ser prácticamente su mano derecha, a veces confidente, pasando incluso por encima de su dama de honor en varias ocasiones. Todo ello a base de trabajo, de perseverancia, de humillación y enterrar orgullo. Una forma silenciosa de ascender, de ganar confianza, de acceder a cierta información; al mismo tiempo que me mantenía a salvo, lejos de otros peligros que sabía que esperaban fuera.
En un mundo en guerra, pocas personas estaban realmente a salvo, pero estando en una casa noble neutral, era más fácil.
Pero eso no me hacía exenta de nada, y, como esta noche, lo había vuelto a comprobar de nuevo. Que yo no era nadie, que era un escalafón inferior, que estaba sola, que nadie me sacaría las castañas del fuego por mí. Que no podía bajar la guardia.
Esa zorra de Rachel Odonnel me lo había recordado de nuevo.
Tiré otra piedra al agua mientras rechinaba los dientes con rabia, recordando el suceso. Había estado demasiado distraído y por eso me había caído encima es asquerosa sopa. O lo que fuera. Un recordatorio salpicándome a la cara de que nunca podía bajar la guardia. Hoy había sido mi pelo, cara y ropa, pero otro día podía ser una daga entre las costillas.
No podía dejarme llevar así.
Porque en el fondo, nunca estaría a salvo, ya fuera de zorras malcriadas como Rachel, o de algo mucho peor.
Y por eso estaba tan enfadada. Podría decir que era por Rachel, que lo era en su mayor parte, pero más por mi propia confianza. Cometer errores me podía costar muy caro, y olvidarme de mi pasado, de mi objetivo y de aquello que me hacía seguir respirando cada día, era algo que me avergonzaría.
Lo de hoy no debería haber pasado. Ni lo de otros días, ni las veces que había sufrido por errores pasados.
Hoy solo había sido otro recordatorio.
Tiré una piedra más al río, canalizando la ira e intentando controlar todas las emociones, recordando mi objetivo, quién era, por qué estaba aquí.
Aunque en parte eso hacía acrecentar mi ira al recordar el incidente, pues que una persona tan histriónica y egocéntrica como esa quisiera meterse conmigo a cada pequeño momento para intentar resaltar su superioridad social y su asquerosa personalidad, solo me hacía sentir más avergonzada y exaltada. Y el tener ese mejunje en el pelo o en la ropa, ayudaba aún menos.
«En otros tiempos, nadie se habría atrevido a hacerme algo así. Pagarían con sangre tal atrevimiento», pensé mientras me rechinaban los dientes. «Haber acabado así… Menuda humillación.»
Pero ya no eran esos tiempos.
El sabor metálico cubrió mi boca, haciéndome saber que había mordido los labios con demasiada fuerza. Miré al cielo nocturno, con los ojos titilantes y ardientes, buscando cosas que no encontraría. Y al final, solté un largo suspiro, bajando la cabeza.
La ira, tal como vino, comenzó a desinflarse.
Lo que fue en el pasado, carecía de sentido en estos momentos. En mi vida diaria, pensar que las cosas antes eran diferentes, no importaba. Sí para no olvidarme de quién era, de lo que tenía que hacer, lo que había jurado conseguir. Pero… en mi día a día, todo eso no importaba si no conseguía sobrevivir al día siguiente.
A nadie le importaba el pasado de la doncella Gaiana.
Solo a mí misma.
—Ah…
Suspiré de nuevo, cerrando los ojos y sintiendo la suave brisa sobre mi piel, tan pálida como la de Cecily, incapaz de tornearse al sol; las emociones calmándose poco a poco, mientras repetía internamente mi mantra, mi identidad, mi deber, mi meta.
Cuando abrí los ojos de nuevo, la calma había vuelto a mi semblante y mi resolución con ella.
—Algún día… me vengaré.
Y empezaría por esa mujer estúpida. Pero hasta entonces, tenía que continuar. Y primero, tendría que limpiar la porquería que tenía encima.
No, esa molestia no había abandonado completamente mi interior.
«¿Debería echarle laxante a algo de su comida? Aunque eso podría perjudicar a los de cocina…»
Pensando la manera de satisfacer mi pequeña venganza, me acerqué más al agua corriente del río y, sin pensarlo mucho más, metí la cabeza dentro del agua.
¿Qué? No se me ocurrió nada más eficaz en este momento.
Noté como el agua fría se clavó en mi piel y me despejaba las ideas y, tras varios segundos, alcé la cabeza, haciendo así un arco de agua que salpicó hacia atrás, y estrellándose la larga melena mojada en mi espalda. El frío repentino me hizo soltar un suspiro y me provocó un escalofrío, pero debido a la calidez del ambiente veraniego, no fue desagradable.
Me quedé unos segundos así, sintiendo la humedad en la ropa a medida que el agua del pelo calaba en ella. Había que quitar la suciedad de todas formas, y al menos, el pelo y la cara estarían más limpios que antes.
Volví a inclinarme sobre el río y con ayuda del agua cristalina, retiré los pocos restos pegajosos que me quedaban en el pelo; peinándolo posteriormente con los dedos, pues estaba un poco enredado debido a mis ondas naturales. Y su largura tampoco es que ayudara.
No es que fuera común que una sirvienta llevara el pelo largo, pero… al tenerlo recogido siempre, tampoco es que molestara, ni se notara mucho.
«Debería recortarlo un poco…» Pensé mientras sostenía uno de los mechones, haciendo memoria de la última vez que lo habría recortado. ¿Hace tres meses? Posiblemente.
Una vez terminé de quitar la suciedad, me levanté y sacudí un poco la tierra y restos de hierba del vestido. Ya había pasado bastante rato y sería mejor que volviese a la mansión, pues tampoco era común que una sirvienta se paseara por la noche en el bosque. Lo último que quería era despertar sospechas por comportamientos extraños. Aunque si me hubiera quedado en ese momento en la casa, seguramente ahora estaría en el bosque, pero huyendo tras cometer asesinato.
No, el temperamento que tenía no era fácil de esconder. Y era lo que más me había costado adaptar a lo largo de estos años.
Poniendo los ojos en blanco mientras imaginaba de nuevo la muerte “accidental” de Rachel, volví a caminar por el bosque, esta vez, sin prisa y disfrutando del paisaje mientras enumeraba las cosas que tenían que salir bien mañana.
«Sobre todo tengo que dejar a Cecily lista y desaparecer antes de que me vean los de mañana. No es que suponga problema a priori, pero prefiero…»
Un sonido me hizo tensar todo el cuerpo y detenerme.
El sonido de la hojarasca lejana al moverse entre la quietud del bosque me hizo detenerme, pero fue el grito posterior que escuché el que me hizo estremecer y poner todas mis alertas en alto.
¿Qué fue eso? ¿De dónde vino?
Mis ojos vigilantes recorrieron el lugar, pero entre la espesura del bosque y la oscuridad nocturna no fui capaz de ver gran cosa. Pero sí fui consciente del sonido lejano, un sonido que parecía estarse acercando.
Despacio, giré hacia el sonido, que parecía venir de mi izquierda.
«¿Qué ha sido eso?»
Parecía un grito, un grito humano. El grito de un hombre.
Tragué saliva y miré rápidamente a alrededor, pero no se veía nada. ¿Qué había sido eso? ¿Fue mi imaginación?
Pero una nueva reverberación anormal en la tranquilidad del bosque me hizo erizar la piel. No, no había sido mi imaginación. Había alguien cerca, alguien que parecía estar sufriendo.
Alerta, volví a revisar lo que mi vista alcanzaba a ver, sin hallazgos.
Este bosque no era conocido por tener grandes depredadores. Eran conocidos los lobos, pero era sabido que solían habitar por las profundidades. Los osos no frecuentaban el lugar, y otras criaturas… no eran comunes. Aun así, no podía descartar que hubiera algún tipo de animal peligroso cerca.
Y, además, siempre estaba la opción de que el motivo de esos gritos no fuera de causa animal.
¿Un accidente? O, ¿una causa humana?
Me mordí los labios, sin saber bien qué hacer. Independientemente de si fuera una causa humana o animal, probablemente poco tendría que hacer sin un arma. Pero si alguien se había accidentado…
Escuché una rama quebrarse a mi izquierda. Noté cómo mi cuerpo se tensaba al instante y cómo mis sentidos se agudizaban por momentos.
Y en ese momento, opté por hacer lo que seguramente era lo mejor para mi seguridad.
Sin mirar qué podría haber hecho ese ruido y olvidando la posibilidad de que alguien necesitase ayuda, mi cuerpo comenzó a correr lo más rápido que podía. De una forma similar a esta tarde, corrí con todas mis fuerzas por ese bosque, aunque el motivo, era bien distinto.
No había visto nada, pero mis instintos más primarios me gritaban que no me detuviera.
—¡No luchéis contra él!
—¡Corred!
Poco tiempo después, un par de hombres se chocaron en mi camino, haciéndome caer en el proceso.
Dolorida por la caída, intenté levantarme, pero uno de esos hombres me agarró por el pelo antes de que quisiera darme cuenta.
Por los dioses, ¿qué era todo esto?
—¿Qué haces aquí?
—¡Suéltame! —grité adolorida.
—¡¿Qué haces?! ¡No perdamos el tiempo! —apremió el otro.
—Puede que nos sirva de carnada —dijo mientras sacaba un cuchillo con aire amenazante.
Mis ojos se abrieron como platos al ver el arma y las intenciones asesinas de ese hombre. ¿Qué estaba pasando? ¿Iba a intentar matarme? ¿Por qué? ¿Carnada? ¿De qué estaban huyendo para no dudar en usarme con ese propósito?
—Seré rápido, niña —dijo con ojos enloquecidos.
—¡Yo me largo de aquí! —exclamó su compañero, obviando mis miradas suplicantes.
Sin pensar más, me retorcí y lo mordí con rudeza, haciendo que me soltase por la sorpresa. Terminé de levantarme y reanudé mi carrera.
—¡Vuelve aquí!
«¿Estás loco?» Pensé mientras apretaba el paso. Sin embargo, correr con un vestido no era lo más eficaz para huir, por lo que comencé a sentir sus pasos cada vez más cerca de mí. ¿En serio estaba dispuesto a alcanzarme para matarme?
Esto era una locura.
¿Cómo era posible que hubiese venido aquí porque estaba a punto de explotar de rabia asesina hacia una persona, y ahora estuviera huyendo porque alguien quería matarme? ¿En qué momento esto se había tornado de esta manera?
«Tal vez en lugar de huir deberías acabar con esto», me recriminé a mí misma.
Si alcanzaba la daga que tenía escondida…
—¡Ya te…!
Un estrépito sonó a mi espalda. Como si algo se hubiera chocado contra algo. Involuntariamente, me giré para ver qué había pasado, y para mi sorpresa, no había nadie.
—¿Qué…?
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAH!
Un grito de absoluto terror llenó el lugar, haciéndome estremecer. Era la voz de quien me estaba persiguiendo hacía un momento. Busqué por todos lados con mi mirada, pero no vi nada.
—¡Por favor! ¡No! ¡Noooo!
Mis pies parecían haberse clavado al suelo en ese instantes, mi cuerpo, completamente tenso, buscaba el origen de los gritos, y mi voz se había enmudecido, pues sabía que el ruido no era lo mejor para mí ahora. Alterada y con todos los sentidos más viscerales en alarma, retrocedí varios pasos, pero justo cuando iba a darme la vuelta, noté un silbido que pasó rápido como el rayo a mi lado.
—Ugh…
Un quejido a mi espalda me hizo voltear, encontrándome con la imagen del otro hombre que había visto, con una daga que le atravesaba la cabeza clavada en profundidad, dejar caer uno de los puñales que llevaba y desplomarse en el suelo.
No pude evitar hacer una cara de asco ante esa imagen escabrosa.
Lleno de sangre, el hombre fijó su vista en mí hasta que se apagó. Desvié la mirada en un instante, las manos me temblaban, la respiración era errática y mis ojos estaban tan abiertos que parecía que se me saldrían de las órbitas.
¿Qué era todo esto?
Y fue entonces, cuando lo vi.
Tras de mí, por donde había estado corriendo un momento antes, había una persona.
Era alto, y desde aquí podía ver claramente que tenía una buena forma física; sus ropas, aunque sencillas y recordando a las de un mercenario, dejaban confirmar eso. Llevaba a la cintura el cinto que sujetaba una espada envainada y múltiples bolsas pequeñas y sobre su pecho, una cinta de cuero sujetaba varios cuchillos. No podía verlo con claridad, pero era evidente que esas manos estaban llenas de sangre que goteaba al suelo y, su rostro, se mantenía oculto entre la oscuridad de la noche.
Un aura de peligro emanaba de su persona; mis sentidos me gritaban salir corriendo de allí sin dudarlo. Pero al mismo tiempo, me sentía paralizada. Algo extraño, que me hacía querer seguir mirando.
Hechizada, nos mantuvimos así durante varios segundos, en silencio, observándonos el uno al otro. Nadie se movía, nadie desvió la mirada; el mundo pareció enmudecer mientras nos quedábamos solos, mirándonos.
«¿Qué… estoy haciendo? Tengo que salir de aquí.» Pensé tras parpadear después de un rato.
Saliendo de mi ensimismamiento, me obligué a dar un paso atrás, cautelosa.
¿Qué posibilidades tenía? ¿Qué intenciones tenía esa persona? Si había matado a esos hombres con esa facilidad, ¿qué oportunidades tenía yo? Con la velocidad que había lanzado esa daga, antes de que cogiera el puñal del otro hombre o sacara mis dagas ocultas, ya estaría muerta.
Por qué los habría matado… era la menor de mis preocupaciones.
Lo que más primaba ahora era sobrevivir.
¿Qué opciones tenía?
Tal vez solo podría salir de aquí indemne si esa persona no quisiera acabar con mi vida como la de esos hombres.
Pero… ¿lo haría?
—¿Se encuentra bien… señorita?
Una voz entonces, fuerte pero aterciopelada, de un hermoso y sensual tono barítono, interrumpió mis pensamientos.
El hombre, aún oculto en las sombras, parecía observarme con una postura menos tensa que hace unos segundos, pero expectante. Parecía que… no me estaba viendo como una amenaza, de momento. Pero eso no significaba que no pudiera querer acabar con mi vida en cualquier momento.
Teniendo en cuenta lo que acababa de pasar, era prioritario salir de ahí cuanto antes.
Retrocedí un paso, sin perderme un solo detalle de los leves movimientos del hombre, que parecía un depredador en tensión, listo para atacar en cualquier momento.
—No le haré daño —dijo entonces el hombre, con esa voz melodiosa pero varonil—. Sé que no tiene nada que ver con esos hombres.
En silencio, pasé la mirada por el cadáver que tenía más cerca momentáneamente. No me había fijado antes, pero por su vestimenta, demasiado cuidada, parecía gente adinerada. ¿Comerciantes ricos o algún noble? Era difícil saberlo. Pero desde luego, no debían ser personas comunes.
¿Qué hacían huyendo y por qué este tipo los perseguía? Sinceramente, no me interesaba. Solo quería salir de aquí, de ese peligro humano que tenía en frente. No hacía falta ser muy inteligente para saber eso; ese hombre despedía peligro por su ser.
Dirigiéndole una mirada desconfiada, asentí levemente, dando un paso más hacia atrás. Si no iba a hacerme daño supuestamente, no habría problema en que me fuera, ¿verdad?
—¿Está herida en algún lugar? —preguntó, con lo que parecía un leve interés en la voz.
Entrecerré un poco los ojos ante la pregunta y lo observé de nuevo. ¿Qué le importaba eso? Negué levemente con la cabeza y retrocedí otro paso más.
—Espere, por favor —volvió a hablar, esta vez dando un paso hacia delante.
Me tensé aún más. ¿Qué quería? Analicé de nuevo la situación, pensando en las posibles intenciones de asesino. Por su voz y acciones, no parecía que quisiera matarme, pero, ¿quién sabe si estaba ante uno de esos que parecían amigables antes de apuñalarte salvajemente? Objetivamente hablando, estaba ante alguien que me lo pondría difícil si tuviera que huir o luchar, pero, había estado en otras situaciones más complejas. Aunque esta si había intención asesina de por medio, me era muy complicada.
Y, si no quería matarme, ¿qué podía querer? Desvié la mirada momentáneamente hacia uno de los cadáveres, dándome la idea de lo que podría querer.
—No se lo diré a nadie —hablé finalmente, la voz más dura de lo que parecería ante una joven que había visto un asesinato.
¿Fue un suspiro ocultando una risa lo que se oyó? Mi cuerpo seguía tenso, observando cada pequeño movimiento de ese hombre, que, ahora parecía relajado.
—No, claro que no —dijo finalmente con voz más tranquila—. No creo que eso nos beneficie a ninguno de los dos.
No, desde luego que no. Y cuanto antes me fuera, mejor que mejor.
—Entonces, si me disculpa… —comencé a decir, atreviéndome a zanjar esta situación.
—¿Es sirvienta de los condes de Rishund? —preguntó de repente, volviéndome a hacer fruncir levemente el ceño.
No había más casas nobles en kilómetros, entonces, no tenía mucho sentido decir otra cosa.
—Así es —respondí con prudencia.
—Me pregunto qué hacía una de las doncellas de los condes en el bosque a estas horas.
—Eso no creo que sea asunto tuyo —contesté con cierto desdén, aunque tampoco fuera especialmente inteligente por mi parte.
—Cierto —dijo con aire pensativo—. Pero me resulta cuanto menos curioso que una doncella se encuentre aquí, presencie un asesinato y no parezca consumida por el horror.
Genial. Sospechaba de mí.
—¿Conoces a todas las doncellas para saber qué tipo de reacción tendría cada una? —pregunto, cada vez más molesta, tensa y con ganas de salir corriendo. Ah, y maldiciéndome porque sabía que era mejor callarme.
—No —no me hacía falta ver su cara para saber que estaba sonriendo—, pero he visto demasiadas personas en la guerra como para hacerme una idea de las más probables y frecuentes. Y da la sensación de que has visto la muerte otras veces.
Mierda.
Y sí, demasiadas, para mi gusto.
Pero tenía una respuesta fácil para eso. Una muy real.
—Cuando medio mundo está en guerra, es difícil no haberla presenciado en alguna ocasión.
—Incido que la vida de nuestra doncella nocturna no ha sido muy ensoñadora.
«No lo sabes tú bien», pensé sin apartar ojo del asesino.
—Pocas lo son —respondí en el tono más neutro posible—. Dudo que alguien que se dedica a dar caza a personas lo haya sido también.
—Es parte de la vida —dijo con un leve encogimiento de hombros, aunque su tono era más serio de lo que hacía pensar su postura—. Muchas veces hubiera preferido tener otro trabajo. Pero, no tenía muchas opciones.
—¿Y elegiste la vía del segador de vidas? —pregunté, enarcando una ceja.
—No exactamente. —Pareció quedarse pensando en algo durante unos segundos—. ¿Qué opciones te hicieron trabajar para los condes? —preguntó, cambiando de tema y ya sin formalismos.
—Las que me ofreció la vida para sobrevivir de la mejor forma posible. Como otras muchas personas —dije, intentando parecer lo más natural posible. Aunque, no distaba mucho de la realidad—. Son buenos señores.
—Eso he escuchado —coincidió, con un leve asentimiento.
—Y, también sería mejor que regresara —agregué, intentando zanjar esa conversación.
Me quedé mirando unos segundos más al hombre, pero no quería seguir hablando. Quería irme de aquí ya. Negué levemente con la cabeza y me dispuse a dar otro paso hacia atrás; ya había pasado demasiado tiempo aquí y este hombre hacía demasiadas preguntas incómodas que, junto al peligro que irradiaba, solo me daban ganas de salir corriendo. Aunque seguramente eso no sería muy inteligente.
—¿Cómo te llamas? —preguntó de repente.
—¿Qué? —La pregunta me dejó confundida, mirándolo con extrañeza.
—Tu nombre.
—¿Para qué quieres saber eso?
Ah, debería callarme.
—Tengo curiosidad. —Al verme alzar una ceja, se escuchó una suave risa, una risa que podía considerar… bonita—. No todos los días se encuentra a alguien así por aquí.
—Tampoco creo que sea común encontrar asesinos tan habladores —solté, mordaz.
—Nunca dije que fuera uno.
Mi cara debió ser graciosa, ya que comenzó a reírse justo después.
—Entonces, ¿qué eres?
—Un demonio —dijo con una voz algo oscura, que, de nuevo, me hizo estremecer—. ¿Puedo tener el honor entonces de saber el nombre de la dama? Prometo desaparecer justo después.
Tragué saliva, sintiendo el sudor frío en mi espalda.
—Preferiría no decirlo —dije tras pensarlo un momento. Al fin y al cabo, no sabía qué valor tenían sus palabras, no las de un asesino.
—¿Aun ofreciéndote irme? —se rio, dejando de lado la cortesía finalmente— Solo es un nombre.
—Los nombres tienen poder —contesté evasivamente.
—Oh, ¿eso crees? —pareció estudiarme con la mirada—. Supongo que las raíces ishtranas son fuertes.
Sentí cómo la respiración me abandonaba por un segundo y la sangre me drenaba el cuerpo ante la mención de aquello. Mi cuerpo se tensó y no pude evitar centrar la mirada en él, que ahora me veía con cierta suspicacia y expresión satisfecha entre las sombras, dejando ver unos labios carnosos y hermosos entre ellas. ¿Cómo…?
—Tu acento no es tan perfecto como piensas —dijo al momento, como queriendo responder mis dudas mudas, escondiendo cierta burla en su discurso—. Y los ishtranos tienen ese tipo de superstición con los nombres. Supongo que es fácil también que un ishtrano huya de la guerra… o la haya visto.
Muy agudo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Ese hombre era muy peligroso. Era inteligente, perspicaz y letal. Y yo le había entregado información, aunque leve, sin darme cuenta.
—No es como si fuera a cambiar mi disposición hacia ti por ser de un país traidor —dijo encogiéndose de hombros—. La mayoría de las personas solo son gente común que huye del horror. No eres nadie a quien buscar, como a esos de ahí —dijo señalando los cadáveres con un gesto—. Y… hay veces que uno solo está en el lugar equivocado, ¿no?
Me quedé observándolo por unos segundos eternos, pensando en lo que había dicho y luchando por no salir corriendo. Me sentía como un ratón que luchaba desesperadamente por no ser cazado, sabiendo que solo la calma podría sacarme de esta situación. Pero a cada palabra, eso parecía más difícil. Me mordí los labios, sin dejar de mirar a ese hombre.
—…Gaiana —articulé finalmente, pues probablemente no tuviera más opciones—. Ese… es mi nombre.
—Gaiana —repitió, como paladeando el nombre en su boca—. Es un bonito nombre. Muy acorde a tus raíces.
Hice de mis labios una línea, diciéndome una vez más que ese hombre era inteligente, pues el nombre era una variante del nombre de unas de las diosas primigenias que se adoraban en Ishtrana, desconocida para muchos porque había quedado en el olvido prácticamente. ¿Quién era ese hombre?
—Shane —habló entonces, como si quisiera responder a mis preguntas—. Así puedes llamarme.
Se me escapó una pequeña risa al escucharlo, incapaz de reprimirla, lo que provocó que me mirase con preguntas en los ojos.
—Es… solo que me parece un poco irónico.
—¿El qué?
—Tu nombre —dije, suspirando un poco, ya sabiendo que mis raíces fueron descubiertas—. Significa “Dios es misericordioso”. Solo me pareció un nombre irónico para alguien que va matando gente por ahí.
Al principio pareció observarme con asombro y confusión, pero luego se echó a reír, haciendo que, de forma involuntaria, mi tensión corporal se relajara un poco.
—Dependiendo cómo se mire, tal vez tengas razón —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa en la boca visible—. Bueno, como prometí —habló de nuevo mientras hacía una reverencia—, ha sido un placer, señorita Gaiana.
Podría decirle que el placer había sido mí, pero sería mentira. Pero, parecía que iba a cumplir su palabra y que ahora… ¿se iría sin más? Suspicaz, le devolví el saludo con un leve asentimiento, preparada ante cualquier movimiento sospechoso.
—Espero que la próxima vez que nos veamos sea en una situación menos… sangrienta —deseó, pero yo solo esperaba no verlo nunca más—. Oh, no me mires así. No fue tan malo, para ti al menos. Nos vemos, señorita Gaiana.
La forma en que dijo mi nombre me hizo estremecer, de una forma que no supe definir exactamente, pero… no era desagradable del todo. Después, tras otra leve despedida, desapareció antes de que pudiera decir cualquier cosa, y el bosque, se quedó de nuevo sumido en esa quietud natural, lejos de esa presión silenciosa y ominosa de antes.
Pasaron los segundos, los minutos, pero nada más ocurrió. Ninguna respiración ajena, ningún movimiento, ningunos ojos observadores, ni ningún muerto más.
Estaba sola.
Y viva.
Dejé soltar el aire en un suspiro de alivio, llevándome una mano al pecho mientras sentía que toda la tensión acumulada se liberada. Me quedé observando un poco más la escena, esos cadáveres, mi ropa ahora salpicada de sangre además del estofado y… el lugar en el que antes él se encontraba.
—Adiós… Shane.
Me di la vuelta, abandonando finalmente ese lugar y esperando no volver a verlo.
Pero de alguna forma, me fui pensando que esa despedida sonaba más como una promesa de encuentro que un adiós. Y era desagradable… a la vez que interesante.