El Universo de Athena

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Sacrificio errático

III

Este dolor se me hacía familiar.

El dolor punzante, el martilleo en la cabeza, esa sensación de náuseas… Como si te hubieran dado un golpe. Oh, bueno, ¿no era eso lo que había pasado?

Exhalé un pequeño gemido de dolor mientras la consciencia volvía a mí poco a poco y una sensación de alerta creciente se iba apoderando de mí mientras intentaba recordar todo a la mayor brevedad posible.

Hubo un accidente de avión, sobreviví, había un cadáver a mi lado, bajé de un árbol con éxito y mientras lo celebraba… algo me golpeó. Sí, algo me había golpeado la cabeza. Y algo se había movido rápidamente antes de eso.

Y… me habían arrastrado. En esa semiinconsciencia había sentido, soñado… que me arrastraban a algún lugar.

Ah… Entonces, ¿dónde estaba ahora?

Abrí los ojos, con más rapidez de la que debía, haciéndome parpadear mientras estos se adaptaban a la luz… o a la falta de ella.

Hicieron falta varios intentos para que mis ojos enfocaran correctamente, que se adaptaran a esa luz tenue y que mi cabeza se adaptara a ese dolor remanente de cabeza.

Tal vez en otras circunstancias me habría empezado a preocupar por el traumatismo craneoencefálico. Pero esto se alejaba mucho de una situación habitual.

Con los ojos bien abiertos y moderando la respiración lo mejor que supe hacer, miré con temor este nuevo lugar, iluminado únicamente por la luz del fuego en varias antorchas ubicadas en esa pared de piedra. O mejor debería decir, en esa cueva.

La estructura irregular de piedra tallada por la naturaleza, esa humedad fresca y las sombras que creo el fuego hacían que este lugar pareciera sacada de una película de supervivencia… o de una mazmorra medieval. Y lo de medieval iba porque… ¡estaba atada con cuerdas a unas argollas de metal!

—Esto no puede ser verdad —susurré.

Desvié la mirada, viendo así que mis brazos, separados en T, estaban atados y que me mantenían en esa posición de rodillas y para nada cómoda.

Solté una pequeña risa, sin dar crédito de lo que estaba pasando.

¿En serio esto ocurría después de lo del accidente de avión? No, venga, en serio. ¿Dónde estaba la cámara oculta? Esto no podía ser verdad.

Esto ya se estaba pasando de castaño oscuro.

¿Qué posibilidades había de sobrevivir a un accidente mortal y que luego alguien te secuestrara y te llevara a una cueva?

Apreté los dientes mientras maldecía internamente, sin saber si reír o llorar, sin saber si debía aceptar la realidad o prefería pensar que era un sueño o una broma.

Pero bien sabía, como ya había experimentado antes, que todo era real. Y el dolor siempre estaba ahí para recordármelo. Eso, y esta postura incómoda.

—Vale, vale… Calmémonos…

Me dije eso para calmar la ansiedad creciente, pero, seamos sinceros, ¿cómo iba a estar calmada en una situación como esta? Tenía unas ganas de gritar enormes y de pedir ayuda y de salir corriendo de aquí. Porque que alguien te diese un golpe por la espalda, te dejara inconsciente y te atara en un lugar que a saber dónde estaba, no era normal, y mucho menos auguraba algo bueno.

Entonces, podía gritar y pedir ayuda, pero posiblemente nadie me escuchara y, si lo hiciera, ¿quién no me decía que sería el loco ese que me había traído hasta aquí?

La sensación de peligro inminente se acrecentó en mi interior; el corazón ya se escuchaba en mis oídos y la adrenalina estaría recorriendo mi cuerpo con voracidad.

Las películas e historias que había leído sobre aventuras donde se encontraban caníbales en islas desiertas o locos de distinta índole recorrían mi mente como un recordatorio cruel de lo que podría pasarme. Porque, repito, esto de estar atada no era ninguna forma de cortesía normal ni mucho menos.

Así que, entre el miedo que me carcomía y la ansiedad malamente controlada, llegué a una conclusión de nuevo: tenía que salir de aquí.

Y antes de que nadie llegase hasta mí.

Mi cerebro se puso a trabajar rápidamente. ¿Cómo iba a salir de aquí? La estancia no era muy grande, y estaba yo sola rodeada de la piedra excavada y un par de antorchas en las paredes. Se veía una salida de la estancia y poco más salvo otras cadenas que no retenían a nadie.

Entonces, primero, tendría que soltarme.

Miré las cadenas y las cuerdas que ataban mis muñecas a las argollas. Estaban separadas entre sí, pero podían moverse con relativa facilidad, aunque no lo suficiente como para que mi boca llegase a ellas, al menos, no en esta postura.

Sintiendo las piernas algo resentidas por la posición, me levanté haciendo el menor ruido posible.

No me sentí mareada o me aumentó el dolor de cabeza, lo cual parecía ser buena señal. La preocupación de una lesión por un traumatismo craneoencefálico estaba ahí, pero claramente esas preocupaciones tendrían que esperar para después. Por el momento, parecía estar de la misma manera que cuando desperté tras el accidente de avión.

Ah… Ya pensaría de nuevo en todo eso… cuando saliera de aquí. Ahora sabía que no podía perder el tiempo dejándome llevar por el miedo del primer despertar, pues, la situación era seguramente más problemática que antes.

Volviendo a las tareas pendientes, pude ver que ahora podía acercar un poco más las manos al estar de pie, aunque seguían sin llegar a tocarse entre sí. Sin embargo, si me estiraba un poco e inclinaba el cuerpo hacia un lado puede que si pudiera agarrar la cuerda con la boca.

Las cuerdas estaban apretadas, y dolía si hacía fricción contra las cuerdas, pero claramente no podía quedarme esperando a que se aflojaran solas. Comencé a girar la muñeca derecha y a hacer fuerza hacia abajo para intentar aflojarla, a la vez que me estiraba para alcanzar con los dientes esa cuerda roñosa.

Así comenzó un trabajo de tira y afloja en el que acabé con la dentadura algo molesta y la piel de la muñeca resentida y algo escoriada, pero tras unos minutos, pude liberar esa mano finalmente.

Con un grito silencioso de júbilo, moví la mano adolorida pero libre y, sin perder más tiempo, me puse a desatar la otra mano aún cautiva.

Cuando finalmente estuve libre del todo, suspiré de alivio mientras hacía movimientos rotatorios con las muñecas. La derecha estaba más magullada, pero solo tendría que tener cuidado con no meterla en lugares sucios.

Ojalá tuviera desinfectante y vendas. Ya empezaba a tener más heridas de las que me gustaría. Sin embargo, esas preocupaciones tendrían que esperar. Ahora, tenía que continuar con lo más urgente: salir de aquí.

Manteniendo esa determinación, eché un último vistazo a la estancia, sin encontrar nada útil que pudiera servirme más allá de esas antorchas. Con el mayor silencio posible, me acerqué a la salida de la habitación primitiva, no encontrando a nadie en el pasillo oscuro que se encontraba a continuación, salvo por algunas antorchas más.

Fruncí el ceño y exhalé el aire, calculando mi próximo movimiento. ¿No había nada con lo que defenderme? Ante el nulo mobiliario de mi celda primitiva, rebusqué entre mis ropas (como si fuera a encontrar algo), pero no encontré nada más que el teléfono móvil.

¿El móvil?

Dios, había olvidad por completo que lo tenía ahí. Con un nerviosismo al límite en segundos no tardé en sacarlo. Tenía un 91% de batería todavía, y no parecía roto en absoluto. Sin embargo, tras quitar el modo avión, no me encontré con ningún tipo de cobertura y mucho menos una red a internet.

—Mierda…

Casi sentí que se me escapaban las fuerzas y el alma de nuevo, junto a unas ligeras, pero crecientes ganas de llorar.

Ah… pero qué esperaba. En un lugar desconocido y en una cueva, además. Mínimo tendría que salir de aquí si quería averiguar si de verdad había algún tipo de posible comunicación por el teléfono móvil.

Apreté los dientes, apagué el móvil y respiré hondo, sabiendo que, aunque tuviera miedo y estuviera desesperada por dentro, no llegaría a nada si me quedaba aquí. Así que, agarré una de las antorchas y comencé a caminar por ese pasillo excavado en la piedra, examinando todo con cuidado, pues tenía la sensación de que en cualquier momento alguien podría aparecer y abalanzarse contra mí.

Esta vez no podía pillarme desprevenida.

Fui encontrándome con otras estancias similares a las que yo había estado hace un momento, aunque sin nadie en su interior, hasta que, finalmente, llegué hasta una estancia más iluminada y grande.

Pero eso solo casi me hace gritar de horror, o querer vomitar. O ambas.

Poniéndome la mano libre en la boca para ahogar cualquier sonido, desvié la mirada momentáneamente para asimilar aquello.

En esa estancia más circular, custodiada por antorchas en sus paredes, había una especie de altar engastado en la piedra, y sobre él… la grotesca imagen de alguien abierto en canal y amarrado con los brazos en cruz, mientras lo que quedaba de la sangre que goteaba del cadáver caía en un balde de cerámica.

¿Qué narices era todo eso?

Con los sentidos a flor de piel junto a mi cordura, miré en todas direcciones preparada para encontrar a cualquier loco, pero no había nadie en la estancia. Solo yo, y ese pobre hombre mutilado.

Pasaron unos segundos hasta que fui capaz de controlar la respiración y el temblor de mi cuerpo que demostraba el horror que sentía, mientras mi mente me chillaba que saliera de ahí corriendo lo más rápido que pudiera.

—Joder…

Me quedé mirando durante unos segundos esa imagen, entre paralizada y al borde del ataque de nervios, asumiendo lo que estaba viendo. Y lo que significaba.

No sabía dónde estaba, cuántos supervivientes habría, si estaba en una zona cercana a la civilización o si por el contrario estaba más sola de lo que creía. Pero una cosa estaba clara, y es que había personas desquiciadas y peligrosas, y que mi vida corría claramente peligro si permanecía por más tiempo en este lugar.

Miré de nuevo toda la estancia, percatándome en esa especie de sábanas amarillentas que colgaban a ambos lados del cuerpo, como si de estandartes se trataran. Había sangre en ellos, formando símbolos extraños y otros también marcados en la piedra.

Esto no era una simple muerte. Parecía un sacrificio.

¿A qué? No quería ni saberlo.

Me acerqué un poco al altar, pasando mi mirada por la zona por si hubiese algún objeto que pudiera usar como arma, pero no encontré nada más allá de ese balde lleno de líquido carmesí.

Tragué saliva y pasé la mirada hacia las otras dos salidas de la estancia, en frente de donde yo había venido.

¿Por dónde debería ir?

Me mordí el labio e, insegura, decidí irme por el camino de la izquierda, rezando por que fuera el camino correcto para salir de aquí. Y sobre todo, que no me encontrase a nadie más ahí.

«Ese cuerpo aún estaba fresco», me sorprendí pensando mientras avanzaba.

La imagen nauseabunda no se iba de mi mente.

Por dios, ¿quién en su sano juicio haría algo como eso? ¿Y para qué? ¿Fanáticos religiosos de lo que fuera? ¿Caníbales? ¿Algún tipo de ajusticiamiento extraño? Sea lo que fuere, debió ser horrible. Solo esperaba que hubieran matado a esa persona de la forma más rápida posible. De lo contrario, eso habría sido una auténtica tortura y sufrimiento. Y… me recordaba que podría ser mi destino si no me movía rápido.

Con ese temor y angustia presentes, me moví rápido por la cueva, deseosa de hallar una salida y poner tierra de por medio de este lugar. Miles de preguntas sin respuesta y miedos me acosaban a cada paso, el corazón me palpitaba con fuerza y cada latido era escuchado en mis oídos; los sentidos agudizados.

Anduve así, cautelosa pero rápida, pasando por diferentes estancias y otros lugares (sin pasarme desapercibidos la sangre del suelo o símbolos dibujados con ella en las paredes), buscando una salida u… otros prisioneros. Podría haber otros prisioneros, ¿no? Como yo, alguien podría haber acabado en esta situación. O como aquel hombre.

Un grito me hizo pararme en seco. Casi sentí que se me paraba el corazón ante ello. Pero al momento, otro grito desesperado, femenino y que parecía escucharse a lo lejos, hizo que se me erizara el vello.

«Eso… viene del fondo, ¿verdad?»

Completamente tensa, avancé con mayor cautela, hacia esos gritos que se iban haciendo más cercanos.

¿Debería echar a correr hacia el otro lado? Probar por la otra entrada. Es lo que probablemente era lo más sensato. Pero, esa persona que gritaba podría necesitar ayuda. A mí no me gustaría que me dejasen a mi suerte si estuviera en el otro lado. ¿Y si era alguien que conocía?

Ah… esto era una estupidez hacia mi supervivencia, o eso gritaba gran parte de mí.

Con ese tipo de pensamientos, me acerqué cada vez más hacia esos gritos llenos de terror, hacia esa luz que veía al fondo. Cuando estuve en el umbral de entrada, pensé durante varios segundos de nuevo si debería salir corriendo. Había dejado la antorcha un poco más atrás para que no se viera en la entrada ni notaran mi presencia; o esperaba que no, al menos. Volteándome de nuevo para ver que no había nadie a mi espalda ni en ese pasillo, tragué saliva y asomé la cabeza lentamente a través del umbral de entrada.

Era otra estancia circular, aunque más grande, similar a la anterior, con esa especie de estandarte con simbología sangrienta, antorchas y cadenas. Pero lo que captó mi atención de verdad fue el altar que había en el centro, frente a una estatua de un ente femenino al que no podía verle la cara por mi posición, aunque parecía estar vestida con ropajes de la edad antigua. Al lado del altar podía ver el cadáver de un hombre que había sido desnudado y asesinado de una puñalada en el pecho. Sus ojos entreabiertos miraban en mi dirección, lo cual me hizo estremecer. Y lo peor, y que se llevó del todo mi atención una vez me percaté de lo que estaba pasando, estaba en el altar. Un hombre, ataviado con una ropa extraña y una máscara dorada parecía recitar algo incomprensible para mí mientras sostenía un puñal en alto, y que estaba dirigido hacia una mujer joven, completamente desnuda y atada a ese altar con cadenas mientras gritaba llena de desesperación.

¿Qué… qué era todo esto?

—¡Noooooo! ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor!

¿Qué era todo esto que parecía sacado de una película de terror?

—¡No quiero morir! ¡Ayuda! ¡No!

No, en serio. ¿Dónde estaba la cámara oculta? No podía ser real. No… Esta situación, los gritos, la escena, las palabras ininteligibles, el muerto, la daga que comenzó a descender… ¡QUÉ ERA TODO ESTO!

—¡No!

—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAH!

Mi grito y el de la mujer se superpusieron cuando la hoja de esa daga atravesó la carne, el pecho, de esa mujer. Mi brazo estaba extendido queriendo impedir lo que acababa de pasar, y mi escondite, revelado. La mujer emitió un jadeo seguido de un gorgoteo, temblores, el sonido de una respiración agónica y encharcada con sollozos débiles… y luego, nada.

Completamente en shock por lo que acababa de ver, miré unos segundos hacia esa pobre chica, la sangre comenzando a gotear de ese altar de piedra y después a esos ojos a través de la máscara, vivos, llenos de sorpresa, pero de determinación y dureza, que me miraban.

Ahogué un jadeo al percatarme de lo que acababa de hacer, de haberme expuesto de esa manera. Di un paso atrás, completamente confundida, asustada y con mil alarmas en mi cabeza saltando en mi cabeza.

Ese hombre era alto y corpulento, sus ropajes eran raros, y no podía vislumbrar de su cara nada más allá que esos ojos verdes fríos que me escrutaban.

Tragué saliva y retrocedí otro paso al mismo tiempo que ese hombre, que tenía su piel aceitunada y su ropa manchadas por la sangre, sacaba esa daga del pecho de la chica y daba un paso. Hacia mí.

No dudé ni un segundo en darme la vuelta y salir corriendo por donde había venido. Pateé la antorcha que estaba en el suelo hacia atrás para ponerla en el camino y corrí por ese corredor con la máxima velocidad que me permitían mis piernas mientras ese hombre me perseguía diciendo algo en un idioma que no pude llegar a comprender. Pero eso solo me hacía sentir más miedo.

«Joder, joder, joder. La ha matado. Ese tipo ha matado a esa chica sin dudarlo», me dije mientras atravesaba ese pasillo.

Había sido testigo de un asesinato a sangre fría. En una especie de ritual sacrificial. O lo que fuera. Dios, ¡esto era de locos!

Casi me estampo con el otro altar de la otra habitación por mi velocidad, esquivándolo en el último momento. Y menos mal, porque mi perseguidor casi me alcanza en ese momento con esa daga, fallando en el último momento.

Lo miré durante un segundo con los ojos como platos.

Dios, ¡iba a matarme!

Ahogué un grito cuando se abalanzó de nuevo contra mí con un nuevo ataque con esa arma mortífera. Lo esquivé de nuevo, aunque esa cosa pasó más cerca de lo que habría querido de mí.

Tenía que ir por el otro corredor, pero si el hombre corría más que yo tendría pocas oportunidades en un sitio tan estrecho.

El asesino volvió a decir algo inteligible para mis oídos, pero por su tono parecía enfadado. Supongo que no debía haberle gustado que saliera de mi celda, por así llamarlo.

—¡Déjame en paz! —grité llena de furia y miedo a partes iguales—. ¡Loco bastardo!

Me respondió de nuevo en ese idioma desconocido antes de atacarme de nuevo. Era rápido, pero sus movimientos eran predecibles, por lo que conseguí esquivarlo de nuevo. Sin embargo, si no cambiaba la situación, me iba a acorralar.

«Joder, joder. ¡Piensa!»

En la sala del sacrificio había visto otra salida diferente por la que había venido, y aquí había otro corredor no investigado. No sabía dónde estaría la salida y ahora tenía un lunático con un arma dispuesto a matarme. Y, además, quién sabía si habría más.

El corazón me iba a estallar de la ansiedad. Mi vida colgaba de un hilo y un paso en falso podría llevarme al otro barrio. Y una cosa tenía clara, correr no era la solución con más posibilidades de supervivencia.

Así que, en el siguiente ataque, volví a esquivar, pero no de la misma manera.

«Vamos, se supone que entrenaste para si alguna vez pasaba esto.»

Bloqueé el ataque descendente y me fui hacia su costado, golpeando con todas mis fuerzas su rodilla derecha. El hombre gritó y vi cómo caía hacia el lado. Antes de que pudiera reaccionar, no dudé en patearle el costado para que cayese. Un nuevo movimiento, un nuevo golpe, un crujido en el brazo junto a un grito lastimero… y finalmente, una patada en la cabeza.

—Ah, ah…

Cogí el cuchillo ceremonial y me alejé del hombre, con la respiración agitada y el corazón a punto de salírseme del pecho.

¿Estaba muerto? Le había golpeado fuerte en la cabeza para dejarlo inconsciente… No, estaba respirando, y dudaba que le hubiese dado tan fuerte como para eso en el fondo. La fuerza nunca había sido mi fuerte. Pero, estaba fuera de juego por el momento.

—Joder…

Por dios, el haber entrenado artes marciales desde niña por fin sirvió para algo. Y ojalá nunca hubiera tenido que haberlo utilizado.

Noté que la fuerza de mis piernas se desvanecía mientras se apoderaban de mí unas ganas de llorar enormes. Casi acabo muerta a cuchilladas por una persona. Tras sobrevivir a un accidente de avión. En un lugar desconocido. Dentro de una cueva.

«Dios, esto es de locos.»

Intenté por todos los medios posibles llamar a la calma, a la poca sangre fría que me quedase, a lo que necesitaba para tener el control en estos momentos.

Tenía que salir de aquí. Ya.

Me obligué a ponerme de pie y, sin perder más tiempo, eché a correr por el otro pasillo por el que no había ido antes, llevándome conmigo esa daga y otra antorcha.

Recorrí el túnel hasta el otro lado, llegando a otra sala, que parecía una zona de almacenaje. Y con otras dos salidas.

¿Sería muy grande la cueva? ¿Sería laberíntica?

Me mordí el labio inferior, llena de frustración y ansiedad. Pero pasé a investigar un poco esa estancia. Era más alta que el resto, con varias estalactitas en el techo de las que algunas colgaban cuerdas con lo que parecían restos animales y humanos. En las paredes de la sala no había tanta simbología, sino que abundaban objetos varios de distinta índole, algunos se veían antiguos y otros más modernos, algo que me hacía pensar que, o bien estas personas recogían objetos de otros accidentes o bien eran más avanzados de lo que parecían por su actuar y vestir.

¿Estaba pensando demasiado?

Sabiendo que no tendría respuesta certera, anduve por la sala, centrándome en buscar una salida más que otra cosa. Y prestando atención a cada sonido.

Al final, decidí continuar por uno de los túneles que salían de la sala y continué con mi exploración. Así continué varios minutos, pasando de túnel en túnel, giro tras giro, y estancia tras estancia, guiándome por esos símbolos extraños que iba viendo para saber que no estaba yendo en círculos. Y en los sacrificios que estaban colgados en cada altar…

Si esto no era una pesadilla o una historia de terror, era una realidad demasiado cruel. ¿Dónde habíamos caído? No recordaba para nada de una tribu, civilización o lo que fuera que cometieran este tipo de asesinatos en el Atlántico. ¿Una secta? Tampoco me sonaba… a menos que estuviera muy escondida.

«¿Por qué hacen esto?», me pregunté mientras observaba en la última sala encontrada a un pobre hombre colgado por las muñecas en cruz, ya fallecido. Tenía varios cortes mortales, y símbolos dibujados en la piel.

Repasé en mi mente los símbolos que conocía, pero no llegué a una conclusión plausible. Tras un suspiro, me giré para continuar mi camino. ¿Estaría muy lejos la salida?

Reanudé la caminata por el siguiente túnel, y, con el tiempo, me pareció escuchar un sonido similar al del agua corriente. Se escuchaba algo lejano, y no sabía si sería de fuera o dentro, pero hizo que mi corazón se acelerara un poco por la esperanza. Apreté el paso, llegando hasta el final del túnel para llegar a otra pequeña estancia.

«Hay dos caminos. ¿Izquierda o derecha?»

De repente, un sonido sibilante me hizo encogerme y apartarme, para ver entonces cómo algo se estrellaba contra la pared, muy cerca de donde yo había estado hace un momento.

«¿Qué…?»

Me giré, justo para ver a dos tipos como el que había enfrentado antes, con cara de muy pocos amigos y un hacha y lo que parecía un cuchillo largo. Cuando empezaron a gritar algo que no entendí, yo no me paré por más tiempo.

Simplemente eché a correr.

Y aumenté la velocidad todo lo que pude y más cuando oí que empezaban a perseguirme, bastante enfadados, mientras gritaban cosas ininteligibles para mí.

«Joder, joder, joder, ¡joder!», me dije a mí misma mientras giraba para meterme en otro túnel.

¿Podía tener más mala suerte? Una leve vista atrás fue suficiente para que el corazón se saltara un latido, pues esos tipos enarbolaban sus armas como si fueran a lanzarlas contra mí. Si me daban, era mujer muerta.

Volví a girar a la primera oportunidad, atravesé una sala, tiré los objetos que encontré para entorpecerles el paso, hice todo lo que pude para evitar a esos tipos que acabarían conmigo en cuanto pudieran.

Ahogué un grito cuando esquivé por los pelos esa hacha que me lanzaron. El corazón iba a salírseme por la boca. Y estaban más cerca; perdía distancia, me atraparían.

Cuando llegué a una nueva sala, había otros dos hombres ahí. Se me cayó el alma a los pies cuando me percaté de ello, pero giré en dirección opuesta de la habitación para poner distancia. Resollando, miré a todos lados, percatándome en que parecía otra sala ritual. Había varios cuencos con llamas en su interior, al igual que un altar, simbología y cadáveres.

¿Qué podía hacer? La salida estaba frente a mí, pero me atraparían antes de atravesarla.

«Mierda… joder.»

Así que, sin pensar mucho, hice lo primero que se me ocurrió. Mientras venían a por mí, fui hacia el altar y tiré un par de esos cuencos, que, si no estaba equivocaba estarían rellenos de aceite. Así que se esparció el líquido alrededor y con ello, las llamas.

Los hombres gritaron enfadados, a saber, si por lo que había hecho o por qué. Y así, tiré un cuenco más hacia un estandarte para hacer más fuego, mientras corría hacia la salida de la estancia. Lancé la antorcha en el proceso. Me precipité hacia afuera de la sala, siguiendo ese sonido de agua corriente, buscando desesperadamente escapar y rezando porque esto me diera algo de tiempo, agarrando otra de esas antorchas que iluminaban los pasillos.

Cuando volví a escuchar gritos y pisadas a mi espalda, vi la luz al final. Yéndome la vida en ello, apreté más el paso aún si cabe, utilizando mis últimas fuerzas para ganar esa distancia, la salida, la vida, lo que fuera.

La luz del sol al principio quemó mis ojos, cegándome momentáneamente, pero solo tuve un par de segundos para acostumbrarme a ello. Ese ambiente boscoso me saludó de nuevo. Pero no tuve tiempo de sentir alivio, pues esos asesinos me perseguían todavía. Así que me adentré a ese bosque, siguiendo el sonido del agua.

No pude evitar el grito cuando una flecha se hincó en un árbol a mi lado. ¿Ahora había arcos? Quería gritar, llorar, maldecir, pero no tenía tiempo de eso más que correr. Salté la maleza, esquivé troncos, ramas, raíces, sentí que mi piel se arañaba con esas zarzas, pero no importaba. La antorcha se había apagado en mi carrera, así que la tiré hacia atrás cuando parecía que un tipo iba a alcanzarme.

Y fue entonces cuando llegué al río. Lo vi mientras corría, caudaloso, rápido y violento. Aguas poco tranquilizadoras y que hacían un sonido ensordecedor. Y yo me dirigía hacia allí a toda velocidad.

Era una locura. Sabía que lo era.

Pero, tenía muy pocas opciones. Y tampoco podía pensar en nada más.

Así que, al borde del colapso, llena de miedo, desesperación pero esperanzada por cualquier resquicio que me dejara vivir, me lancé al agua.