Huida Pasada por Agua

IV

El agua fría paralizó momentáneamente todo mi cuerpo.

El sonido se volvió más tenue, lejano, pero tormentoso. La vista se volvió tumultuosa y cerré los ojos momentáneamente mientras sentía que ese frío punzante me atravesaba todo el cuerpo a la vez que sentía la impotencia al sentirme arrastrada por una corriente imposible de parar.

Sentí que daba vueltas, que me golpeaba en ese cúmulo corriente de agua mientras mi cuerpo aullaba de dolor y mis instintos me gritaban que el aire brillaba por su ausencia en mis pulmones.

Cuando abrí los ojos y vi la luz mientras giraba y avanzaba, solo pude moverme por instinto y, cuando conseguí salir a la superficie, el sonido desesperado que salió por mis labios metió aire a mis agónicos pulmones.

Tosí, para luego hundirme y girar de nuevo al golpearme con una roca.

Ese fue el comienzo de otro tipo de lucha.

Una lucha mucho más salvaje e instintiva. Giraba, me golpeaba, me hundía y rebotaba para salir de nuevo buscando el más mínimo resquicio de aire para no ahogarme en esas aguas tormentosas. Cuando me golpeé de nuevo, sentí cómo todo mi cuerpo se estremecía sobre esa roca, más agradecí que me parara en ese momento, apoyándome en ella y busqué la superficie de nuevo.

El sonido ahogado de mi garganta se fundió entre el agua corriente. Los dedos de las manos se clavaron como si me fuera la vida en ello mientras intentaba sacar parte de mi torso hacia fuera, luchando contra esa fuerza acuática.

Desesperada, miré alrededor, rodeada de esa masa de agua turbulenta, de rocas y restos vegetales que eran desplazados por el agua. El bosque continuaba acompañando al río y, desgraciadamente, no había más rocas o algo a lo que asirme lo suficientemente de la orilla como para no ser arrastrada, pues no hacía pie y no podría nadar contracorriente lo suficientemente fuerte.

¿Había sido esto una malísima idea?

Sin saber si llorar, reírme o qué, miré desesperadamente a todos lados, buscando cómo salir de aquí.  Fue entonces cuando me percaté que aún no había soltado esa daga con la que había huido, y que mi mano derecha seguía aferrada a ella, sorprendentemente.

Otra cosa más con lo que pensar qué hacer.

Aunque no tuve mucho tiempo para pensar.

Unos gritos enfadados y masculinos se escucharon entre el sonido del río enfurecido.

¿Aún me seguían esos tipos? ¿Cuánto había avanzado en este río?

¿Qué debía hacer?

—Mierda… mierda… joder.

Mi voz salió más cansada, lastimera y desesperada de lo que me hubiera gustado. Estando ahí solo estaba invitando a la gente a que me disparase cual diana.

Mis opciones eran limitadas de nuevo.

Pero entre morir seguro o tal vez no pero sí muy probablemente, solo podía quedarme con esa segunda opción.

Así que me solté de la roca y seguí el río, dejándome llevar por las aguas rápidas.

Traté de mantenerme a flote lo máximo posible, al menos, la cabeza, siendo ahora un poco más conseguido que antes. Aunque no tanto el esquivar e ir moviéndome por esas aguas peligrosas que me sacudían. El río era profundo, caudaloso y feroz, haciendo que mi cuerpo se moviera en sus rápidos sin cesar. Conseguí esquivar rocas, ramas, raíces y… objetos. Trozos de metal de diferente índole y forma, algunos se veían muy puntiagudos.

Ahogué un grito mientras pasaba muy cerca de algo que podría haberme ensartado con demasiada facilidad de no haberme conseguido apartarme.

¿Eran restos de avión? ¿O de qué era eso?

Sin poder pararme mucho a pensar en ello, esquivé como pude lo que me iba encontrando al mismo tiempo que luchaba por mantenerme a flote.

Solté el aire entre dolorida y cansada cuando mi cuerpo chocó contra una roca anclada en el caudal del río. Ya sin tener muy claro si tenía fuerzas o no, utilicé ese momento para descansar momentáneamente, soportando los litros de agua que se chocaban contra mí. Miré alrededor, percatándome de que había fragmentos de cosas desperdigadas por doquier, algunas en tierra y otras en el agua. Tal vez sí que eran restos del avión en el que viajaba.

El pensamiento fugaz sobre posibles supervivientes rondó mi cabeza, pero el hilo ideas se rompió cuando algo chocó contra mí. ¿Una rama, un tronco? ¿Restos de lo que fuera?

Ah, no lo sabía. Solo supe que lo que fuese, me arrancó de mi leve zona de confort momentánea y me arrastró de nuevo por ese río, más rápido y furioso a medida que avanzaba.

Escupí el agua que casi me trago y saqué la cabeza todo lo que pude para respirar cuando encontré de nuevo la superficie y mirar si había más peligros cercanos.

Ah… Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba muy, muy jodida.

Antes me dije que tenía que elegir entre morir seguro y morir muy probablemente. Bueno, tal vez eso se acabara de incrementar ahora mismo. Porque iba, arrastrada por esa masa de agua, hacia una caída en cascada.

Desesperada, comencé a nadar a contracorriente y hacia orilla/primera roca/lo que fuera para asirme, mientras al mismo tiempo se me venían a la mente todas esas escenas de películas y videojuegos en las que pasaba esto.

De hecho, por alguna estúpida razón se me vino a la memoria la escena esa de la película del “Emperador y sus locuras”, esa en la que Cuzco y Pacha caían por la catarata. Por dios, ¿en serio mi mente tenía que recordar eso en este momento? Al menos ellos estaban sobre un maldito tronco y, usaban esa escena sacada de los clichés de películas para que te rías. Pero, ¡HOLA, MENTE! ¡TÚ NO TIENES TRONCO!

Y… ¡sorpresa! Esto era una puta realidad. Y lo más probable es que me muriera si caía por ahí. Por la altura, porque el fondo no fuese lo suficientemente profundo para amortiguar la caída, porque me aplastara algo encima, porque perdiera el conocimiento y me ahogase…

«¡Maldición, maldición! ¡Esto no puede estar pasando!»

Continué nadando a la desesperada mientras luchaba contracorriente, sabiendo que cada vez me alejaba más de la orilla y me acercaba más a ese abismo. Y al final, cuando vi que me seguía acercando al borde más y más, supe que no había nada que hacer. Iba a caer.

«¡Este es mi fin!»

Grité cuando sentí esa sensación de ingravidez momentánea, para luego darme cuenta de que caía; mi cuerpo se precipitaba rodeada de una masa de agua inquebrantable. Miles de pensamientos se me pasaron por la mente mientras caía dando vueltas sobre mí misma, pero el más activo de todos fue ese que se repetía incansablemente que no quería morir.

Al final, llegó el impacto; el dolor fue menor del que esperaba, pues había conseguido ponerme en posición vertical al final, pero aun así, sentí que se me clavaban agujas en la piel. Luego, me hundí. Sentí que mi cuerpo se hundió, que todo se volvió un poco más oscuro, que el sonido se hizo menos estridente y mi mente pareció apagarse por un momento, aturdida, sumida en esa parcial tranquilidad subacuática.

Pero las alarmas fisiológicas volvieron a activarse y abrí los ojos.

Estaba rodeada de agua. Estaría como unos tres metros bajo el agua, rodeada de plantas acuáticas, rocas y restos vegetales y artificiales hundidos. Con cierta parsimonia, revisé a mi alrededor, viendo mis cuatro extremidades intactas; parpadeé otro par de veces reseteando mi cabeza… hasta que comencé a sentir el dolor en el pecho por la falta de aire. Fue entonces cuando mi cuerpo se movió, buscando la superficie, aire.

Exhalé a la desesperada en cuanto sentí el aire en mi cara, para luego toser y escupir el agua que había tragado. Con la respiración agitada, roté sobre mí misma, viendo que tenía la cascada a mi espalda.

«Madre mía»…, pensé mientras miraba con horror el salto de agua.

Eso serían por lo menos unos setenta metros. Por lo menos. Desde mi posición ahora podía ver la imponente cascada, que tendría unos diez metros de envergadura y una altura que daba miedo con solo verla.

¿De verdad había caído desde esa altura? Y aún más sorprendente, ¿había sobrevivido?

Me salió una risita histérica mientras miraba esa obra salvaje de la naturaleza, agradeciendo a la fuerza del universo que me había ayudado, una vez más.

Mi cuerpo resentido comenzó a quejarse, siendo entonces cuando miré a otro lugar, buscando la orilla más cercana. Parece que había caído a una especie de lago, pues el agua era más tranquila y había bastante más anchura y profundidad. Estaba rodeada de bosque, y podía ver la continuación del río, pero mis ojos se fueron al primer lugar que vi para salir de esta masa de agua.

Así que me puse a nadar lo más rápido que pude hasta la orilla. Cuando toqué tierra, mi cuerpo se derrumbó, y me quedé ahí, tumbada y con el corazón a mil, la ropa pegada, la piel helada y la respiración agitada, sintiendo la estabilidad de la tierra bajo mis palmas.

Y así me quedé unos minutos, esperando que mi cuerpo dejase de temblar, que el corazón volviese a la normalidad, que mis párpados tuvieran la fuerza para abrirse de nuevo, y sobre todo, que mi cabeza dejase de pensar.

Estaba agotada, asustada, desesperada, histérica…

Y viva.

Aun con todo pronóstico, seguía viva.

Me agarré a ese pensamiento, mientras notaba que una lágrima se escapaba de esos párpados cerrados.

No sabría decir cuánto tiempo estuve ahí tirada, mirando el cielo de la tarde mientras buscaba la paz interior que sentía perdida, pero probablemente fue más tiempo del que debía para mi propia seguridad. Sin embargo, me quedé ahí, sintiéndome un todo con el paisaje, con la naturaleza calma que me envolvía, con el único sonido del agua al caer por la cascada envolviendo el ambiente.

Al cabo del tiempo, mi mente volvió a sumirse en la tranquilidad; los nervios a flor de piel se habían desintegrado, la adrenalina ya había abandonado mi cuerpo. Aunque el dolor y el cansancio aún me acompañaban fielmente. Sentía el cuerpo entumecido y, ahora que había parado durante un tiempo, noté que todo el estrés y el ejercicio anterior me golpeaban con crueldad. Pero todo ello no dejaba de ser un recuerdo de mi realidad, de mi supervivencia, de que aún vivía después de todo.

Suspiré al hacerme consciente de ese hecho, sin saber si reír o llorar.

Esto era de locos. Todo lo que había visto y vivido en tan poco tiempo se me hacía inverosímil. Un accidente de avión, un secuestro, locos sacados de vete a saber dónde haciendo sacrificios, persecuciones, una caída por una cascada. ¿En serio me había enfrentado a todo eso?

Y, sin embargo, había sucedido. Todo era real.

Debería sentirme agradecida por mi suerte (porque no era más que pura suerte), pero sabía que esto no había acabado, que aún quedaba mucho por venir y que, visto lo visto, puede que ni siquiera lo que había visto hasta ahora fuese lo peor. Y eso, oh, dios mío, eso me aterraba.

Mis problemas iniciales (búsqueda de comunicaciones, supervivientes, comida, etc), no habían cambiado, sino que se habían incrementado. Y si ya sabía que lo tenía difícil, ¿qué debía esperar ahora?

Porque, recapitulando todo lo que sabía, sí, había gente viviendo en este lugar. Pero eran un atajo de locos fanáticos que ni siquiera hablaban mi idioma y lo que habían intentado hacer conmigo era matarme para vete a saber qué.

Dios, ¿dónde demonios estaba? No se me ocurría ningún lugar donde ocurrieran estas cosas a día de hoy. Bueno, sabía de algunas tribus nativas de Asia o América, pero, ¡no estaba allí! Además los rasgos eran occidentales, entonces, no me cuadraba mucho todo esto.

La única idea aproximada que podía hacerme era de algún lugar del Océano Atlántico no demasiado lejos de Europa. Pero, la zona de las Islas Azores y tal ya se había pasado, ¿no? Y no recordaba que por dichos lugares pasaran este tipo de cosas.

Maldije internamente por no saber exactamente qué había pasado, qué estaba pasando, dónde narices estaba. Porque lo que vi, aunque fueran personas, distaba de lo que parecía ser civilizado. Aunque, esos símbolos, la ornamentación de las zonas, la vestimenta… parecía algo elaborado. ¿Qué clase de civilización desconocida me había encontrado? A menos que pudiera encontrarme con alguien que no quisiera matarme y que supiera de todo esto, seguiría en la ignorancia.

Vale, había encontrado gente, gente que me quería matar pero gente a fin de cuentas. No sabía dónde estaba, no sabía si habría algún lugar donde poder comunicarme con el exterior, no sabía si había supervivientes y no sabía qué tipo de peligros naturales me rodeaban. Y… No sabía dónde iba a conseguir comida.

Fui consciente de esa necesidad básica cuando comenzó a rugirme la tripa. Los problemas seguían persiguiéndome.

Y, además, en algún momento se volvería de noche. ¿Dónde iba a refugiarme?

Estaba centrando mis pensamientos en cosas como los locos esos, la gente, la comunicación con mi país, pero, no me había parado a pensar en lo más básico. Agua, comida, refugio, descanso. No conseguiría nada de lo primero si no me encargaba de lo segundo antes.

Y para eso, no podía quedarme aquí tumbada eternamente.

Con ese pensamiento y resolución, me levanté con todo el dolor de mi cuerpo. De nuevo, miré hacia la cascada, recordando una vez más desde dónde había caído. Era un salto de agua considerable y estaba rodeado de un muro de roca vertical por el que era difícil de bajar. Esperaba que eso retrasase a mis perseguidores. Aunque a lo mejor se habían dado por vencidos. Esperaba que fuera esa última opción.

Desde el muro y la cascada, se venía este “lago” a continuación, que dejaba un espacio más abierto entre la vegetación que recordaba a los bosques europeos caducifolios, llenos de frondosidad y matorrales. El lago se continuaba con el caudal del río, que seguía en su descenso, aunque a una velocidad más pausada. El terreno se seguía viendo un tanto intrincado y desnivelado. Por el terreno debía estar en medio de un lugar montañoso.

Pero hubo algo que captó mi atención. Entre la maleza y a lo lejos, se veía una formación rocosa que era diferente  al resto. Estaba cubierta parcialmente por la vegetación, dando la sensación de haber estado abandonado o al menos, descuidado, durante mucho, mucho tiempo. Sin embargo, lo que la hacía destacar y ser diferente es que parecía…

—Un edificio.

Una emoción extraña me hizo saltar un latido mientras miraba con asombro la estructura. Solo podía ver una pequeña parte entre los árboles, pero se veía una especie de edificio a lo lejos hecho de piedra ennegrecida con el paso del tiempo y abrazado por las enredaderas y la maleza, pero me dejaba ver lo suficiente como para hacerme imaginar esos edificios antiguos de civilizaciones pasadas hace mucho tiempo desaparecidas.

Parpadeé un par de veces y exhalé el aire, que había estado conteniendo.

—¿Dónde… estoy?

¿Estaba viendo bien o el haber consumido tanta fantasía de aventuras me estaba afectando? Parpadeé de nuevo como para asimilar que lo que veían mis ojos era correcto y no me lo estaba imaginando por el cansancio o la complicada situación actual. Pero no, parecía que, en efecto, había una edificación antigua al fondo, tal vez a unos quinientos metros de distancia.

Tragué saliva y apreté los puños, reorganizando de nuevo mis pensamientos. Que yo recordara, no había este tipo de cosas en medio del Atlántico. Pero, como tampoco lo de los ritos y esas cosas.

Y me vino la pregunta clave en cuestión. ¿Debería acercarme allí o no?

No tenía conocimiento de nada sobre este lugar, y no sabía qué podría haber allí. Nada, algo abandonado, animales, personas… No sabía nada. Pero, ¿qué opciones tenía? Un bosque desconocido, esperar aquí a que cualquier cosa me encontrase (o nada) o ir hacia allí. Así que miré alrededor y, tras negar varias veces con la cabeza y suspirar, comencé a caminar.

Cada paso era un recuerdo de que estaba muy cansada, pero, no es como si pudiera hacer mucho más. Más allá del cansancio y de las heridas que ya había visto tras el accidente, no parecía haber sufrido ninguna más. Al menos ahora la herida del brazo y los rasguños se habían lavado con el agua… esperaba que eso no fuese a hacer nada malo. Ah… cómo me gustaría poder tener mi kit médico que estaba en mi maleta. Como buena médico y algo exagerada, me había preparado un kit con el que, literalmente, podría haber operado a alguien si quisiera. Antisépticos, analgésicos, antibióticos, suturas, adrenalina, corticoides, sueros, antieméticos, gasas, material quirúrgico, vendas, hemostáticos… Creo que a falta de medicación para anestesiar correctamente a alguien, había de todo, casi. Bueno, tal vez no era un poco exagerada, sino mucho. Eso me decían mis amigos. Pero, siempre me decía que no se sabía cuándo lo podía necesitar. Y… ¡ahora me vendría genial! Bueno, tal vez no tanto ahora pero sí más adelante. O quién sabe. Nunca había tenido que utilizarlo en realidad.

Pensando en ello, me llevé la mano a los bolsillos de los pantalones, todavía mojados, percatándome de que aún llevaba el teléfono móvil conmigo. Curiosa por si aún seguía con vida, lo saqué, para descubrir que aún se encendía, increíblemente. Se suponía que era resistente al agua. ¿Debía felicitar a la empresa por ello? Bueno, no. Seguía siendo inútil en estos momentos. Lo volví a guardar y continué bordeando el lago, con la vista puesta en dirección al edificio, que se me perdería próximamente en cuanto me adentrase en el bosque.

Algo captó mi atención a lo lejos, pues la luz del sol provocaba cierto brillo resplandeciente en la orilla. Me acerqué con curiosidad, para descubrir para mi sorpresa, la daga que me llevé de la cueva mientras huía, ahora, limpia y sin ningún rastro de sangre.

«Vaya, ni siquiera había pensado en él.»

Lo recogí y lo observé de nuevo. La hoja estaba afilada, mediría como quince centímetros y el mango era de… ¿de qué era? Parecía de metal, un metal dorado pero no me parecía oro. Estaba enjoyado y tenía también adornos en alabastro, o eso me parecía. Era una daga bastante bonita; era una pena que la hubiera visto usarse para algo tan horrible.

Pero, por el momento, podría serme útil. Así que me la quedaría.

Y así, daga en mano, comencé a caminar por el bosque,  sorteando el río que ahora discurría de una forma más lenta y menos profunda que antes, en dirección a un lugar que no sabía qué me depararía.

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