El Universo de Athena

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Vestigios Antiguos

V

Empezaba a sorprenderme que no hubiera aparecido nada que me asaltase por el camino.

Pero más allá de mi hambre, miedo y cansancio… solo estaba yo en ese bosque frondoso. Poco a poco, fui avanzando entre la vegetación en dirección a donde pensaba que estaría ese edificio que había visto a lo lejos. Y por ahora, no me había encontrado con nada que pudiera suponer un peligro, aparentemente.

Desgraciadamente, tampoco había encontrado algo que fuera comestible. O al menos, algo que pudiese identificar correctamente. No sabía en el fondo en qué tipo de bioma me encontraba, y quién sabe si podría haber algo tóxico si lo ingiriera. Aunque sería cuanto menos irónico morirse por una planta venenosa después de haber sobrevivido a un accidente de avión, una secta extraña y una caída en cascada.

En fin, no quería arriesgarme innecesariamente.

Aunque el tema de la comida era algo de suma importancia. Sobre todo, a mayor tiempo que pasaba. Y ahora que tenía un momento de mayor tranquilidad (y un estómago rugiendo) esa preocupación empezó a llenarme la cabeza. De nada serviría sobrevivir a todo lo anterior si al final me moría de hambre, o intoxicada, o cualquier cosa que tuviera que ver con la comida.

Yo no sabía cazar, no sabía casi nada de botánica, no había encendido nunca un fuego sola. Tampoco es que supiera hacer refugios, ahora que lo pensaba.

Joder, pues seguía bien jodida.

«Al menos, no hace frío», pensé mientras me apartaba el pelo de la cara, que estaba a medio secar.

Aún tenía la ropa húmeda y otras zonas como el pelo, pero el movimiento y el tiempo cálido estaban ayudando a que se secara más rápido y sin que yo me pusiera a temblar. Agradecía que hubiéramos elegido el tiempo de finales de verano-principios de otoño al invierno o algo así. La situación ya era lo suficientemente mala como para tener que vivirla rodeada de frío.

Supongo que algo bueno tenía que intentar sacar de todo esto. Aunque fuera una migaja. O me volvería loca.

Ahogando un suspiro, anduve entre el bosque, sintiendo el sonido propio del mismo mientras intentaba organizar todos mis pensamientos. A medida que avanzaba, cambiaba unas preguntas por otras, unos miedos y esperanzas por otros, pero nada tenía respuesta. Al menos, por ahora.

La comida, los peligros, los supervivientes, el edificio, los restos de objetos desperdigados, los fanáticos… Ah, sentía que me iba a explotar la cabeza.

La miríada de pensamiento se frenó momentáneamente cuando volvía a encontrarme el río, que ahora tendría unos tres metros de caudal y me llegaría por la cintura de profundidad. Miré alrededor, por si pudiera haberme desviado del camino, pero no me parecía haber cambiado la dirección desde que me introduje en el bosque.

«Probablemente esté zigzagueando el río», quise creer.

Cuando levanté la mirada del agua, la sorpresa inundó mi rostro. A unos metros, un puente de piedra, antiguo y en relativo buen estado, permitía cruzar el paso de agua.

«Un puente… ¿aquí?»

Miré la estructura, pensando si sería segura o no para cruzar. El puente parecía consistente, de piedra, aunque tapado parcialmente por la vegetación, dando una mayor sensación de antigüedad y abandono.

Emití y leve suspiro mientras me dirigía al lugar, reflexionando sobre si debería sorprenderme más que estuviera esto aquí o no. Pero supongo que entonces esto daba más veracidad al edificio que vi…

Ah, dios, ¿dónde estaba? ¿Por qué estaba esto aquí? Entonces, ¿había alguien aquí? Esto parecía muy antiguo, y ese edificio también. Entonces, ¿era una civilización antigua? Pero entonces, los fanáticos de antes, ¿provenían de esto, o era posterior?

Las preguntas volvían a acumularse en mi mente, pero no podía más que soltar hipótesis sobre lo que había visto sin ningún tipo de certeza. Solo podía afirmar que aquí, estuviera donde estuviese, había gente. Pero, no sabía nada más.

—¿Sería buena idea continuar? —me pregunté mientras dirigía momentáneamente la mirada hacia el agua.

Fue entonces cuando me percaté de mi aspecto, que se reflejaba parcialmente en esa agua en movimiento. Ya lo había visto tenuemente en el lago, pero era ahora cuando me paré de verdad a ver mi aspecto en esa agua que pasaba más lento.

Aunque no nítido del todo, podía ver mi cuerpo sobresalir del puente, un cuerpo que, desde que paró de crecer allá por los dieciséis, se quedó estancado poco más arriba del metro cincuenta. Llevaba tiempo que había comenzado a tomarme el ejercicio más en serio para huir del estrés laboral, pero aún así seguía viéndose sin mucha tonificación, manteniendo la forma en reloj de arena. La piel llamaba la atención debido a su extrema blancura y salpicada de pequeños lunares en diferentes zonas del cuerpo, con sus problemas consecuentes con el sol que la hacían muy sensible a los rayos solares.

La ropa se veía menos sucia que antes después del baño, y, aunque solo era visible de cintura para arriba, era notable que la camiseta había pasado por días mejores. En los brazos, podía ver varios rasguños, así como la herida más profunda del izquierdo, que me recordaba de vez en cuando su existencia por el escozor y dolor que provocaba el roce o movimiento.

El rostro era redondeado, de características suaves y dulces que me hacían parecer (desde siempre) más joven que la edad real, lo que me daba cierto aspecto aniñado. La boca era pequeña, de labios carnosos y sonrosados, nariz pequeña salpicada de pecas junto a las mejillas. Los ojos eran almendrados, de un profundo marrón oscuro que se confundía con las pupilas, todo ello rodeado de pestañas largas y rectas. Las cejas, rectas y no muy espesas, no solían verse por el flequillo recto que tapaba mi frente, pero ahora, medio mojado el pelo, estaba algo despeinado, que tenía un bonito color caoba rojizo, ondulado y que caía en cascada hasta media espalda. Aunque ahora, más bien se veía como un nido para pájaros.

Aunque, lo que más llamó mi atención, no fue mi aspecto desaliñado, sino el cansancio y miedo que pude ver en mis ojos, el nerviosismo en mis labios fruncidos.

Ah… vaya aspecto tenía.

No pude evitar esbozar una media sonrisa irónica ante la vista, la situación, el escenario que se representaba ante mí.

Siempre había imaginado cómo sería vivir una aventura, pero no me imaginé vivir este tipo de cosas realmente. Y… no sabía aún qué más me podía encontrar.

Suspiré y me pasé una mano por el pelo, en un intento de adecentarlo un poco, tocando así los pendientes que tenía en mi oreja izquierda. Mi mano se quedó sobre uno de ellos, el más reciente y único que me hice ya de adulta. Inevitablemente, me acordé de Edith, quien, en una guardia, mientras estábamos aburridas porque no teníamos mucho que hacer, me hizo el agujero de ese pendiente, y yo le hice a ella uno de los múltiples agujeros que tenía en la oreja.

Me reí un poco al pensar en ello. Mientras yo tenía un total de tres agujeros contando mis dos orejas, ella tendría diez por lo menos. Siempre le habían gustado los pendientes. Igual que a Aina…

Noté que las lágrimas se acumulaban en mis ojos al pensar en mis amigas, al recordar un momento que me parecía tan simple… y tan bonito ahora mismo.

Dios, ¿estarían bien? ¿Estarían bien todos? O habrían…

Sacudí la cabeza, negando que el pensamiento se pasara por mi mente.

Apreté los puños, buscando recomponerme, buscando la forma de seguir por ese lugar, buscando la forma de encontrar una salida a todo lo que sentía.

Desvié entonces la mirada y, buscando esa determinación, retomé la caminata, abandonando mi reflejo y ese puente antiguo que, quién sabía cuántas cosas habría visto.

Pasó bastante tiempo hasta que llegué a mi destino. Más del que pensaba.

Ya estaba empezando a anochecer cuando volví a encontrarme con restos que parecían corresponderse con obra humana. Y no fue difícil… siguiendo la especie de camino de tierra que se formaba desde el puente, lo cual me hacía pensar que la zona debía ser transitada. Si no, la vegetación debería haber cubierto todo, ¿no?

Aunque esas dudas se resolvieron pronto pues, una vez empecé a ver más ruinas, escuché otros ruidos diferentes a los de la naturaleza común que me habían acompañado hasta entonces.

Y cuando a lo lejos vislumbré fuego… no lo dudé. Me escondí en el primer sitio que pillé.

No es que yo fuera una experta en camuflaje o el sigilo, pero las experiencias que tuve desde que salí de ese avión accidentado no eran las mejores, así que hice lo posible por que nadie me viese mientras avanzaba entre los matorrales hacia la luz.

Y, una vez más, me quedé asombrada por lo que vi.

Ante mí, se extendía una ciudad.

Pero, no era una ciudad cualquiera, no, era algo vetusto, antiguo y que parecía trasladarte miles de años en la historia.

En medio de ese bosque, se erigían edificios de piedra blanca de varios metros de altura engarzados entre las plantas, las calles con adoquines y mosaicos se distribuían de ahí para allá mientras diferentes personas caminaban por sus calles.

Los edificios más numerosos recordaban a las típicas casas de una o dos plantas que había visto en libros de historia años atrás, de donde entraban y salían personas, que terminaban sus quehaceres en su día a día. Pero, sin duda, lo que hacía que alzaras la mirada y te quedaras boquiabierta, eran los grandes edificios, altos, llenos de columnas, de arcos, de cúpulas que te llevaban a otra época junto a sus desperfectos, algunas paredes derruidas, su paso del tiempo…

Dios, ¿dónde estaba?

Miré entre la maleza a las personas, que a priori, tenían rasgos occidentales mediterráneos y que vestían ropas a caballo entre lo moderno y lo antiguo, con túnicas y togas, pero también con pantalones y camisetas primitivas. Por no hablar de los objetos que llevaban algunos: libros, cántaros, arcos, cuchillos…

¿Qué… era todo esto?

Parpadeé un par de veces, buscando explicaciones.

¿Estaba soñando? Pero, el dolor al pellizcarme el brazo me hizo pensar lo contrario.

¿Había retrocedido en el tiempo? A ver, había leído muchas cosas de esas, de que tras un accidente se podía acabar en el pasado o algo así. Porque transmigrar a otro mundo… Bueno, tenía mi aspecto de siempre, por lo que no estaba en otro cuerpo, y además conservaba mis cosas. ¿Haber ido a otro mundo sin más?

Eso… ¿podría ser? No, pero… estaba con las cosas del avión… Agh, demonios.

Con los ojos bien abiertos, volví a mirar hacia esa ciudad desconocida y tragué saliva.

Porque… la otra opción. La otra opción era que siguiera en mi mundo, claro, pero… en algún lugar desconocido y apartado de la mano de dios con personas que no conocen el mundo civilizado. Y… y, por dios, ¿por qué parecía todo sacado de una civilización griega?

¡Eso eran edificios, ruinas de aspecto completamente griego! Griego o romano… o lo que fuera, ¡pero era una arquitectura como eso! Solo que mucho más conservado y… ¡con gente viviendo ahí!

En serio, ¿dónde cojones estaba?

Quería gritar, pero me abstuve mientras seguía mirando el lugar con la mente a mil por hora.

Mi vida se había convertido en una broma desde el momento en que me monté en ese avión. Porque, de verdad, ¿qué más cosas me quedaban por ver? Ahogué una risa nerviosa, mirando a los transeúntes a lo lejos, pensando qué hacer.

Porque, vale, independientemente de lo increíble que me pareciera esto, eso no iba a hacer que desapareciera. Entonces, asimílalo ya cuanto antes, Athena.

Entonces… una ciudad, sí. Una ciudad que parecía influenciada por arte y cultura greco-romanas por lo pronto. A ver, esta gente se movía mucho y los griegos tuvieron muchas colonias por ahí. ¿Habrían tenido alguna en algún sitio del que no se tenían registros?

«Si se supiera que había una colonia tan lejos, lo habría sabido. Papá se hubiera encargado de ello», pensé mientras analizaba de nuevo el lugar.

Sin embargo, por mucho que me devanara los sesos buscando en mis recuerdos, no me sonaba nada de ello. Y algo como eso, mi padre, un historiador apasionado, me hubiera hablado de ello de conocerse.

Sea lo que fuere, probablemente no llegara a una conclusión verdadera solo mirando esto.

La pregunta ahora era: ¿la gente de aquí eran enemigos o posibles aliados?

Revisé la ropa de las gentes que veía por ahí, y, a simple vista, no era similar a los ropajes de las personas que había visto en la cueva, pero, eso no significaba mucho realmente, ya que parecían llevar ropas ceremoniales, mientras que estos parecían más… ¿cazadores? No tenían por qué ser incompatibles si pertenecían a la misma comunidad.

Aunque estaba alejado una zona de otra.

Me mordí el labio inferior, pensando qué hacer.

Estaba anocheciendo, no tenía comida, no tenía armas más allá de esa daga, estaba en un ambiente que no sabía si era hostil o no y, no sabía realmente sobrevivir por mí misma ahí fuera.

¿Me la jugaba y entraba a la ciudad? ¿Podría pasar desapercibida?

Mi ropa y mi aspecto ya de por sí, llamaría la atención, pues mi piel era bastante pálida y el pelo no era el más común.  Y no es como si ensuciarme para esconder eso fuera a ayudar realmente.

Entonces, tendría que moverme a hurtadillas.

No es como si fuera la maestra del sigilo, pero por ahora, funcionaba.

Me estaba moviendo poco a poco por las calles de la ciudad, sorteando personas, lugares concurridos, ocultando lo mejor que podía mi presencia.

¿Los videojuegos servían para algo al final?

En fin, por ahora miraba escondida detrás de unos sacos y cajas una plaza donde claramente estaba el mercado, pues había múltiples puestos de comida, lo que parecía una herrería, artesanos… Además, todo estaba entre edificios grandes, que, aunque no sabía su utilidad, debían ser importantes.

Ah… de verdad parecía que me hubiera metido en una simulación de algo.

Distraída mirando a la gente que empezaba a guardar sus mercancías tras el final de la jornada, me llevé a la boca una manzana que había conseguido previamente del suelo. Y la verdad, creo que era la mejor comida que me había servido en mucho tiempo.

Disfrutando de mi pequeña victoria, examiné el lugar mientras las personas iban y venían. Ya se había hecho de noche, y todo estaba iluminado por antorchas; los mercaderes se irían pronto y las calles quedarían mucho más desiertas.

Así que esperé con la mayor paciencia posible, hasta que, finalmente, la plaza se quedó prácticamente vacía.

Fue entonces, cuando no vi a nadie cerca que salí de mi escondrijo hacia la plaza, donde aún quedaban los vestigios del mercado, no sin antes mirar varias veces alrededor por si hubiese alguien por ahí que notase mi presencia.

Giré varias veces sobre mí misma, admirando la arquitectura del lugar, la belleza arcaica, los vestigios de algo muy antiguo que seguía en pie y convivía con humanos hoy en día. Me sentí como si estuviera en otra época por un momento porque, probablemente fueran los edificios de este tipo mejor conservados que hubiera visto jamás, pues, aunque algunos mostraban evidentes cambios por las inclemencias y el paso del tiempo, seguramente las personas que vivían aquí habían intentado conservar los edificios de la mejor manera posible.

Así que me quedé ahí durante unos minutos, mirando la plaza, los mosaicos, los edificios y la disposición arquitectónica que, claramente hacían de este lugar el centro de la ciudad, seguramente. Y que conectaba por una ancha avenida ascendente hacia el edificio que debía ser el más grande de todos con diferencia y que correspondía seguramente con el que vi en la distancia, ahora mucho más cercano.

De construcción rectangular y a varios metros por encima del resto de la ciudad al que se accedía por escalinatas custodiadas por diferentes estatuas que portaban antorchas, constituyendo parte de la acrópolis, se erigía un imponente edificio de más de diez metros de altura y más de cincuenta de largo, rodeado en todo su perímetro por enormes columnas estriadas acabadas sobre su fuste con capiteles de estilo corintio y arquitrabes decorados con frescos. El resto del entablamento estaba decorado con frisos en forma de estatuas femeninas (¿simulando sacerdotisas?) y sobre la cornisa, la cubierta destacaba por las imágenes que había sobre su frontón, que emulaban la escena de varios animales y una mujer en su centro, todo ello.

Era una maravilla. Un edificio precioso, una gran riqueza arquitectónica que por su apariencia parecía ser un, un…

—Templo… —susurré maravillada ante la imagen.

Tragué saliva, admirando esa obra de arte desconocida para el resto del mundo. Nunca, nunca… había visto nada igual. No se conservaba algo así en nada que conociera. Y ahora, en esa plaza y viendo ese templo custodiado justo antes por un par de estatuas que mostraban dos jinetes a caballo… era… era hermoso.

«Dios, a papá le encantaría poder ver esto…», pensé con una pequeña sonrisa, tal vez la primera que hacía real desde que desperté en este lugar.

Pensando en ello, saqué el teléfono móvil, sorprendiéndome en que aún estuviera vivo tras haberse secado y, sin pararme demasiado, saqué una foto al templo, y a la plaza y edificios en general.

Me sentí un poco estúpida, pero, si salía de aquí… tal vez, tal vez… pudiera mostrarlo.

Con ese pequeño positivismo y esperanza, volví a guardar el móvil, no sin antes comprobar que, efectivamente, seguía sin señal.

—Vale… ¿y ahora qué? —murmuré, devolviendo de nuevo mi atención a lo que debía.

Pasé la mirada por el lugar, deteniéndome sobre donde habían estado los antiguos puestos comerciales, donde había algunas cajas y sacos desperdigados. Me fui hacia allí, comenzando a investigar sobre ello, buscando algo útil, aunque al final solo pude encontrar un par de frutas más y algún cesto con telas y utensilios.

Desanimada, me comí la fruta sin perder más tiempo, pensando dónde debería ir para pasar la noche.

Fue entonces cuando un ruido captó mi atención. Voces, pasos, ruidos metálicos.

Sin pensarlo, me escondí entre las cajas, con un pequeño resquicio para ver parcialmente la plaza. Poco tiempo después, vi surgir varias personas de una de las calles. A diferencia de los ciudadanos que había visto previamente, estos tenían una vestimenta claramente más militar, con ropajes recios, protectores metálicos y armas en sus cintos. Habría como seis de ellos, y llevaban consigo otras tres personas, que a diferencia de los otros estos parecían prisioneros, pues iban maniatados y en el centro de la patrulla.

Pero lo que más captó mi atención fue la vestimenta de estos prisioneros, pues… ¡eran ropas modernas! Sorprendida, miré con más detalle a esas personas, que podrían estar más cercanas a mí de lo que pensaba.

Eran tres hombres, dos de mediana edad y uno un adulto joven. Al principio me resultaron desconocidos, pero después, fruncí el ceño al ver la camiseta del joven. Y… ese pelo rubio, esa facies de seductor, los ojos azules…

Casi salto de la sorpresa de mi escondite, tapándome la boca para evitar soltar cualquier grito.

«¡Alex, Alex!»

¡Alejandro estaba vivo! No podía creerlo. Estaba vivo, estaba vivo y se le veía bien. No parecía herido de gravedad, estaba… estaba bien.

Sentí que las lágrimas de alivio luchaban por salir de mis ojos mientras mi cuerpo luchaba por cesar su temblor emocional.

Dios, dios. Mi amigo, mi amigo Alejandro estaba vivo. Había… había sobrevivido.

Luché cien veces por no salir de ahí mientras el cerebro me trabajaba a mil por hora. ¿Dónde había aterrizado? ¿Cómo lo habían atrapado? ¿Qué había pasado? Y, ¿dónde estaba Adriana? Viajaban juntos en el avión. ¿Estaba bien? ¿Se habían separado? ¿Había ocurrido algo? O…

Negué con la cabeza, incapaz de pensar en ello.

Las respuestas a mis preguntas solo las podría responder él. Y… y tenía que sacarlo de ahí si las quería.

Ahora podía tener varias cosas claras. Uno, sabía que uno de mis amigos había sobrevivido. Dos, era posible que hubiese más. Tres, los residentes de este lugar no eran acogedores como ya sospeché antes. Cuatro, si quería salir de aquí con Alejandro, no podía dejar que me viesen.

Así que, cuando doblaron la esquina de la plaza, me levanté y corrí hacia ellos, a una distancia prudente.

«¿A dónde los llevan?», me pregunté mientras los observaba escondida tras una esquina.

Ya habíamos recorrido varias calles, que, a diferencia de las principales, eran en su mayoría estrechas, angostas y poco iluminadas. En algunas de ellas, la pequeña patrulla tenía que pasar en fila mientras custodiaban a sus prisioneros. De vez en cuando, escuchaba alguna palabra, pero entre la distancia y el idioma, no pude saber qué decían.

¿Qué idioma estaban hablando? Me era desconocido. Y, seamos sinceras, aunque fuera griego o cualquier otra cosa, no sabría ni lo que era porque no lo había escuchado. Además, que vivieran en una zona con esta estética no los hacía hablar obligatoriamente eso, ¿no? En cualquier caso, no pude saber qué decían.

Mantuve la distancia de seguridad, escondiéndome así varias veces cuando notaba que alguno se giraba hacia atrás para revisar. ¿Notarían que alguien los seguía? Rezaba por que no fuera así, pues me complicaría mucho las cosas, seguramente.

De esa manera, avanzamos hasta un edificio grande que se encontraba en una explanada, que parecía más institucional que el resto, y que estaba custodiado por lo que parecían guardias en su periferia. ¿Sería un edificio gubernamental? ¿Una especie de edificio militar o algo así?

Vi cómo entraba el grupo en el interior, y cómo se cerraron las puertas. Los que estaban fuera continuaron con su guardia.

Mierda. Lo tenía difícil.

Mi amigo estaba ahí dentro. Y no sabía qué pretendían hacer con él y los otros prisioneros ahí dentro. Pero no esperaba que fuese algo bueno. Pero dentro de un edificio tan vigilado como ese… ¿cómo iba a entrar? No tenía más que un cuchillo conmigo, no tenía unas habilidades físicas extraordinarias, no es que fuera un fenómeno en el sigilo o infiltración, y mucho menos tenía cualquier cosa para disfrazarme.

Lo único que podría tener a mi favor era que tenía conocimientos de defensa personal, pero eso no serviría de mucho contra varios enemigos a la vez y armados.

Sí, lo tenía complicado.

«¿Qué puedo hacer?», pensé mientras miraba alrededor.

Fue entonces cuando me percaté en que algunos edificios estaban relativamente cerca del que me interesaba y que había varias cuerdas que unían un edificio con este, donde había varios estandartes y antorchas. Si llegara hasta allí, ¿podría usarlo como puente?

Me mordí los labios y cerré los ojos, buscando la determinación y valentía que necesitaba. Y cuando los abrí, me puse a trazar un plan.

Las casas seguían un patrón similar: una casa de dos plantas con un patio, todo ello rodeado por un muro. Si consiguiera acceder a una y alcanzar el tejado, tal vez pudiera moverme entre un edificio y otro hasta alcanzar el de la cuerda.

Así que me puse a buscar una forma de acceder a una de las casas, que, tras estudiarlo durante un tiempo, decidí escalar uno de los muros usando cajas y lo que fui encontrando para hacer una especie de muro escalable, hasta que finalmente pude alzarme por el bajo muro de una de las casas.

«Ah… ¿Qué estoy haciendo?», me dije mientras me alzaba, accediendo a la casa.

Me puse a andar sobre el tejadillo, bordeando lo que sería el patio principal, hacia una de las paredes de la casa en cuestión, que se comunicaba con un tejadillo algo más bajo que el resto. Con cuidado de no resbalar, subí al tejado y, posteriormente me dirigí hacia la parte más alta, subiendo poco a poco y usando las cornisas y salientes de la piedra para alzarme.

Cuando estuve finalmente en lo alto de la casa, solté un suspiro y miré el resto de los tejados de las casas. Como pensaba, podría moverme si tenía cuidado de un edificio a otro.

—Vale, vale…

Podía hacerlo. Solo tenía que ir con cuidado.

Y así, poco a poco, comencé a moverme entre edificios, saltando de un lado a otro y sin hacer el menor ruido posible. Ahogué un grito cuando me resbalé y caí sobre uno de las techumbres, rodando hasta quedar demasiado cerca de una cornisa. Pero me mordí el labio, busqué fuerza y me levanté de nuevo, agarrándome al tejado como si la vida me fuera en ello. Bueno, puede que en parte lo fuera, si caía de mala manera desde estos tres metros de altura.

—Puedo hacerlo. Puedo hacerlo…

Continué avanzando bajo la luz de la noche, bajo esa luna silente que veía mis movimientos mientras intentaba acercarme a ese edificio de guardia donde mantenían a Alejandro. Donde se encontraba la primera esperanza desde que había despertado en este lugar indómito.

No dudé cuando tuve que saltar un metro para salvar una de esas calles estrechas y celebré cuando pisé el tejado objetivo, al mismo tiempo que suspiraba de alivio por no haber caído varios metros al suelo. Y también sentí ese subidón de adrenalina cuando me vi tan cerca del edificio.

Ah… ¿Qué clase de Assassin’s Creed era este?

Me reí por lo bajo al pensarlo mientras fijaba la vista en esa cuerda que probablemente me llevaría al edificio.

Tras un par de edificios más, estuve lo suficientemente cerca como para ver a los guardias y sus movimientos. Me agaché y desde lo alto del edificio, observé los alrededores y estudié la situación.

«Tal vez una capa con capucha no me vendría mal ahora, ¿eh?», bromeé internamente.

A lo mejor sí había jugado demasiados videojuegos.

Intentando quitarle tensión a mi yo interior, pues estaba con una ansiedad creciente por momentos, miré una vez más el edificio militar y a las gentes que lo custodiaban. Ahora estaba en el edificio más cercano desde el que podría acceder al objetivo si era capaz de moverme por una de las cuerdas que los unían, si es que no caía o no hacía ruido o no hacía caer alguna de las antorchas y estandartes que colgaban de ella.

«Esto… ¿soportará mi peso?», pensé mientras examinaba la cuerda, que en realidad era doble y cada una tendría el grosor de mis muñecas.

Esperaba que fuera suficiente. Bueno, tampoco es que pesara mucho, en realidad. Y también recé por que en este momento ninguno de los guardias alzase la vista. O estaría perdida. Esto me separaba de mi objetivo unos diez metros, pero podría hacerlo.

Un poco temblorosa al principio pero con decisión al final, coloqué mis manos sobre las cuerdas y poco a poco, avancé sobre ellas hasta quedarme completamente suspendida, lo suficientemente despacio para evitar que se bambolearan y llamase la atención de los de abajo. Y así, poco a poco e imitando un poco mis comienzos en este lugar, comencé a deslizarme lo más suavemente posible por las cuerdas.

«Debo parecer un perezoso caminando por una rama de árbol», me dije mientras me arrastraba.

Pero, aunque fue lento y sentía que el corazón podría escucharlo cualquiera en un radio de veinte metros, lo cierto es que conseguí avanzar sin contratiempos, llegando a la repisa bajo la ventana correspondiente.

Antes de lanzarme hacia dentro (que era lo que me pedía el cuerpo por miedo a caer) miré sigilosamente el interior, viendo solo un pasillo sin escuchar movimiento. Al final, y tras suspirar de alivio y miedo juntos, me alcé por la ventana.

Bien, estaba dentro.

Lo primero que hice fue revisar de nuevo rápidamente el lugar, pero no se escuchaba ni un paso y el corredor estaba vacío, solo viéndose un par de entradas de habitaciones a su largo, una puerta al fondo y unas escaleras que subían al segundo piso y descendían.

¿Por dónde debería ir primero?

Si esto era un edificio militar o una especie de comisaría, cárcel o lo que fuera, dudaba que dejasen a los prisioneros en las plantas superiores. Probablemente eso estuviera destinado a habitaciones, despachos u otros menesteres. Por lo tanto, era posible que tuviera que bajar para ver a Alejandro.

¿Cuántas personas habría aquí dentro? ¿Cómo de vigilado estaría esto…?

Ugh, tal vez había más huecos en este plan de los que debería. Obviamente no tenía conocimiento de eso. Ni la estructura del lugar, ni nada. Probablemente me estaba metiendo en la boca del lobo por dejarme llevar.

Pero… ya era tarde.

Con cuidado, me puse a deambular por el corredor y, sin hacer ruido, abrí lo más suavemente posible la primera puerta que encontré. Estaba vacía, pero, como había pensado anteriormente, era una habitación con tres camas individuales, un par de muebles y enseres desperdigados. Tras pensarlo un poco, me puse a revisar el lugar, por si encontrara algo útil, aunque solo encontré una pera (que me empecé a comer en el momento), ropa masculina que no me quedaría bien y… una especie de cinturón con varios bolsillos. ¡Esto podría ser útil!

Me lo ajusté rápidamente y vi si podía colgar ahí de alguna manera la daga, pero no vi posibilidad. Al menos, ahora podría guardar cosas que no fueran muy grandes.

Tras revisar que no hubiera nadie fuera, continué por el pasillo hacia las escaleras, aunque antes decidí hacer lo mismo en la otra habitación que me pillaba de paso, siendo una habitación análoga a la anterior. Aunque en esta no encontré nada que pudiera servirme en este momento.

Así que la siguiente parada, fue la escalera. Ya desde el rellano se podían escuchar voces que provenían desde abajo, lo que ya me hacía pensar que el problema para mí se encontraba en dicha zona. Pensé si debería subir primero a revisar, pero, al final me decidí por echar un vistazo abajo.

Agradecí que los escalones no fuesen de madera, pues un crujido de una madera vieja en esta situación sería garrafal. Muy despacio y en cuclillas, descendí los escalones y me apegué lo máximo posible a las sombras intentando hacerme más pequeña y desaparecer para que nadie me viese. Cuando bajé al primer rellano, pude ver el piso de abajo.

Lo que podía ver desde ahí era una sala grande, con varias mesas y sillas, armarios y diferentes armeros cerca de la entrada. No podía ver otras estancias desde aquí, pero podía ver algunos hombres que hablaban entre sí. Obviamente, no entendía nada. Aunque con el ruido ambiente y voces, no creía que lo escuchara, aun así.

Poco a poco, bajé hacia la planta baja, manteniéndome en la oscuridad y sin hacer ruido. A cada paso que daba, pude ver un poco más de la estancia. Era amplia, con un total de unos once hombres, que parecían hablar de sus cosas y otros bebían y comían. Suponía que era momento de cenar, o algo así. Muy despacio, me acerqué hacia el otro lado de la escalera, pues parecía descender otro piso más hacia el sótano. Solo tenía que hacer lo posible para que nadie me viese, porque entonces sí que estaría bien jodida.

«Ni siquiera sé si Alex puede estar ahí abajo», me recordé a mí misma mientras me deslizaba lentamente hacia abajo pegándome lo más posible a la pared.

Rezando porque nadie me hubiese visto y tampoco hubiese nadie abajo, avancé por las escaleras, dejando atrás esa planta baja ruidosa y recordándome por decimocuarta vez que esto era una locura. Pero, aún así, continué.

No tardó en envolverme un ambiente más oscuro, iluminado por antorchas colgadas en la pared. Estaba más fresco que respecto a arriba, probablemente porque ahora estaba un nivel más bajo del suelo y porque las paredes eran de piedra.

«Supongo que esto empieza a parecerse a lo que busco», pensé, intentando animarme.

Anduve por el corredor, buscando a mi amigo. O a cualquier persona viva no potencialmente hostil.

¿Por dónde debería ir? El pasillo se bifurcaba a derecha e izquierda y había varias habitaciones en las que podría haber algo.

De repente, unas voces me hicieron dar un respingo y haciéndome despertar de mis pensamientos. Voces masculinas, dos, ininteligibles para mí y… que se acercaban.

A punto de entrar en pánico, miré alrededor para ver dónde podría esconderme. Y lo que tenía más cerca, era una puerta. Sin pensarlo, entré lo más rápido que pude y sin hacer ruido.

Sin saber si quedarme ahí o esconderme más, me quedé tras la puerta, intentando escuchar más allá que mi retumbante corazón y respiración. Poco después, escuché pasos firmes junto a las voces, que, tras unos segundos, pude notar que se alejaban… hasta desaparecer poco después.

—Ah…

Exhalé el aire que no sabía que contenía mientras me deslizaba hacia abajo, sentándome en el suelo mientras mi cuerpo temblaba lentamente por el nerviosismo y tensión mantenida.

Esto estuvo muy cerca. Esta vez había tenido suerte.

—Ah… Tengo que darme prisa —me dije mientras me ponía de pie, centrándome por primera vez en la habitación en la que había entrado.

La primera habitación que encontré parecía un almacén, pero pude ver varias armas también colocadas cuidadosamente a modo de armero. Armas que, tenía que decir, parecían sacadas de cualquier edad antigua: espadas, hachas, lanzas, dagas… Desde luego no iba a encontrar por aquí un arma de fuego o cualquier cosa moderna.

«Es como si hubiera retrocedido cientos o miles de años…» Pensé mientras admiraba las armas.

Pensé en si llevarme alguna, pero, no sabría manejarlas y, tras examinarlas un poco, parecía haber dado con las armas que estaban pendientes de reparación, pues algunas estaban melladas, otras rotas o desgastadas.

Tras un suspiro, abandoné la habitación y, tras comprobar que no había nadie, continué mi búsqueda.

Decidí darme brío y no entretenerme demasiado, mirando con el mayor silencio posible por cada habitación, más no encontré nada más allá que almacenes y lo que parecía una pequeña bodega, una sala que, por la sangre reseca, el olor y los instrumentos colgados parecía una sala de tortura, vacía ahora afortunadamente.

Con el estómago algo descompuesto de pensar en ello, mantuve mi andar por el pasillo, encontrándome otra escalera descendente de piedra, más estrecha y angosta. Armándome de valor, cogí una de las antorchas cercanas y bajé.

No tardé en darme cuenta de que probablemente había llegado al lugar que buscaba pues, lo primero que vi al bajar fue un pasillo de unos veinte metros de largo con varias habitaciones pequeñas separadas entre sí por barrotes.

«Celdas.»

Tragando saliva, anduve lentamente por la zona, buscando detenidamente si había alguien ahí. No parecía haber algún guardia alrededor, pero decidí no bajar la guardia, expectante ante cualquier ruido mientras avanzaba.

Había varias celdas vacías, pero otras sí que contenían personas, algunas con ropas pintorescas y desconocidas, otras más normales para mi realidad habitual; algunos dormían, otros no se movían, otros comenzaron a hablar en idiomas que no comprendían mientras me miraban. Pasé rápidamente por las celdas, buscando, hasta que…

—¿Athena?

Una voz me llamó por mi nombre. Una voz conocida.

Rápidamente, me giré en dirección a esa voz e iluminé el lugar con la antorcha, encontrándome entonces con un rostro conocido, que me miraba con los ojos bien abiertos, sorprendido.

—Alex… ¡Alex!

Prácticamente corrí hasta que esos barrotes me cortaron el paso. Mi amigo, la primera persona conocida que veía desde el accidente, estaba viva. Se me escapó un sollozo entre aliviado y lastimero mientras lo observaba, encerrado en ese lugar alejado de la mano de dios.

Dios… Estaba vivo.

Casi no lo había creído cuando lo vi en la ciudad, pero ahora lo tenía en frente, mirándome con la misma ansiedad, alivio y preguntas que yo tenía. Y, aunque estaba encarcelado, parecía… bien.

Se veía desaliñado, con la ropa sucia y una manga de la camisa, antes azul, ahora gris por la suciedad, se había roto. No veía heridas evidentes en su cuerpo, salvo algún rasguño y lo que parecía un moretón en uno de sus pómulos. ¿Le habrían pegado? Su rostro se veía más o menos como siempre, con sus bonitos ojos azules enfocando la atención y el pelo rubio despeinado. Pero… estaba bien.

Me mordí el labio inferior, intentando buscar las palabras, evitando que se derramaran lágrimas del estrés, del alivio, del miedo. Pero, por primera vez desde que desperté en este lugar tras el accidente, no me sentía tan abandonada y sola. Dios, no sabía que me sentía de esa manera hasta que no lo vi frente a mí.

Exhalé el aire y parpadeé mientras desviaba la vista momentáneamente, agarrando esos barrotes, gestionando las mil emociones, pero al final, salió una leve risa nerviosa mientras lo miraba y una pequeña lágrima se escapaba por mi ojo derecho.

—Estás… vivo —dije finalmente—. Dios, estás vivo. Creí que… creí que… —ahogué un sollozo y negué con la cabeza, intentando calmarte—. Ah… Estás horrible.

—Mira quién fue a hablar —dijo él, riéndose también con los nervios a flor de piel mientras se aferraba a los barrotes también.

Nuestros cuerpos estaban a escasos centímetros, pero al mismo tiempo, separados por algo inmanejable en ese momento. Qué frustrante.

—¿Estás bien? —conseguí decir—. ¿Cómo, cómo…? Dios, ¿cómo sobreviviste?

—Aún no lo sé si soy sincero —respondió él, algo más calmado que yo, pero podía notar su nerviosismo en los gestos—. Todo fue tan confuso, loco y… extraordinario. Me recuerdo caer y luego… desperté en medio de un bosque.

—También yo… Oh, joder, es increíble. —Lo miré durante un momento, como buscando que no desapareciera de repente y todo fuera una ilusión—. Pero… ¿qué pasó? ¿Cómo te capturaron? ¿Estás herido? ¿Te han hecho algo? ¿Has encontrado a alguien más…? —Comencé a hacer una marabunta de preguntas, hasta que otra me vino a la mente y entré en pánico—. ¡¿Dónde está Adriana?! Viajabais juntos en el avión. ¿Ella, ella…? Oh dios mío…

—Athena, calma, calma —me interrumpió él, cogiéndome los brazos que había ahora llevado a mi cara—. Ella también está viva.

—¿Qué…?

—Los dos despertamos juntos. Otro… otro milagro más, supongo —dijo él, como si aún no se lo creyera del todo—. Pero cuando nos emboscaron, nos separaron a hombres y mujeres. No sé dónde se la llevaron.

—Ah… Por favor, espero que esté bien… —dije llena de preocupación mezclada con alivio.  Tendríamos que buscarla una vez lo sacara de aquí—. ¿Hay más supervivientes?

—De los nuestros no lo sé —dijo negando con la cabeza—. Cuando nos capturaron nos juntamos con otras personas, algunas puede que de nuestro avión, otras claramente llevan aquí más tiempo. Como él —señaló a un hombre que estaba detrás, adormilado—. Se llama Martin. Lo poco que sé es que es americano y lleva aquí un tiempo, también tras un accidente. Y por lo que me ha contado, parece que hay más gente por aquí que ha llegado de forma similar. Aparte, están los lugareños.

¿Otros accidentes? ¿Más gente? ¿Lugareños? Fruncí el ceño, asimilando la información que me estaba dando.

—¿Sabe dónde estamos? —pregunté.

—No realmente, al parecer. Pero, sí que estamos lejos de la civilización.

—Eso no es nada bueno.

—Y por lo que sé, la gente de aquí no suele ser muy amigable. Sobre todo, con los extraños.

—Lo sé… he podido verlo yo misma —respondí, recordando con un escalofrío la experiencia en aquellas cuevas—. Oh, dios, este lugar es de locos. Todo… es de locos.

—Pareciera sacado de una peli de ficción.

—O un videojuego —me reí, nerviosa.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó, cambiando de tema.

—Te vi. Llegué a esta ciudad después de huir de… de cazadores, asesinos… lo que fuera. Pero eran como fanáticos de algo. Ahí conseguí esto —expliqué mientras recogía del suelo la daga que había dejado caer—. Y tras caer por una cascada, seguí el camino hasta aquí. Luego te vi y os seguí… Luego me colé como pude por una cuerda sobre los edificios.

—¿Fanáticos? ¿Una cascada? ¿Una cuerda? Athena, ¿qué cojones?

—Ya, a mí también me gustaría que fuera una fantasía inventada —suspiré.

—Supongo que las heridas tienen historia —dijo con preocupación.

—Estoy bien —dije, intentando quitarle importancia—. Lo importante es que llegué hasta aquí, que estás bien y que… dios, es que no me puedo creer que te haya encontrado.

—También yo.  También yo —dijo con dulzura, intentando calmar mis nervios.

—Y los demás…

—Los encontraremos —me cortó—. Habrá también una posibilidad. Si nos hemos encontrado, puede que los demás también hayan sobrevivido. No pierdas la esperanza, por poca que sea.

—Ah… —exhalé el aire, asintiendo, aferrándome a esa pequeña posibilidad—. Vale, vale. —Hice una pausa y cerré los ojos, buscando determinación—. Pero primero tengo que sacarte de aquí. ¿No hay llaves o algo?

—Puede que estén colgadas por ahí —dijo Alejandro mientras miraba hacia una de las paredes.

—Te sacaré de aquí. Solo…

Pero un ruido me hizo ahogar un grito, devolviéndome a la realidad que había dejado de prestar atención.

Pisadas, voces, una luz que provenía de las escaleras.

Alguien se acercaba.