El Universo de Athena

View Original

Libéralos

VI

¿Cuánto tiempo nos quedamos congelados cuando nos percatamos de lo que pasaba? Posiblemente segundos, pero se sintieron una eternidad mientras miraba alternativamente a mi amigo y la escalera hasta que decidí moverme.

Lancé la antorcha hacia la celda de Alejandro y salí corriendo, quedándome pegada a la pared de las escaleras, rezando porque quienquiera que bajase en ese momento, no se percatara de mi presencia y simplemente fuera hacia las celdas. Por su parte, Alex empezó a apagar la antorcha con lo primero que encontró, despertando así a su compañero de celda.

El hombre de mediana edad no tardó en verme, pero, pareciendo comprender la situación con rapidez, caminó hasta mi amigo e hizo un leve gesto de asentimiento.

Así pasó otro tiempo, segundos con sabor a horas mientras escuchaba los pasos y voces más cerca; yo en la pared y los otros dos en su celda. Intenté suprimir lo máximo posible mi respiración, mis movimientos, hasta el sonido de mi corazón, hasta que finalmente, entraron. Hice acopio de todo mi autocontrol para no moverme o hacer sonido alguno cuando aparecieron: dos hombres de mediana edad, uno más corpulento que otro, que iban vestidos con lo que podía ser atuendo militar de hace mucho, mucho tiempo. Hablaban en un idioma que ya sabía desconocido, y se dirigieron hacia el fondo sin prestar mucha atención al resto. El qué hacían aquí pronto me fue respondido, pues, mientras parecían dirigirse hacia los prisioneros, luego les lanzaron un saco y lo que parecía una bota de agua. Comida. Para eso habían venido.

Pero lo más importantes era que parecían no haberme visto.

Me quedé ahí, como una estatua mientras los veía hablar, reírse, decirle algo que enfadó al compañero de celda de Alex y que empezaran a discutir... En ese momento, veo unas llaves que cuelgan del cinturón de uno de los carceleros. ¿Podrían ser las llaves que necesito? Fruncí el ceño mientras pensaba en eso. Ah, ¿qué debería hacer? ¿Debería arriesgarme a cogerlas? Alejandro desvió por un momento la mirada hacia mí diciéndome con ella claramente que me fuera al leer mis intenciones, pero, ahora que lo había encontrado… ¿de verdad iba a irme así sin más?

«Las probabilidades de fracaso son muy altas, Athena», me decía una voz. «¡No puedes dejarlo aquí!», me decía otra. Y no tenía mucho tiempo para pensarlo.

Y no lo hice mucho. Negando lentamente con la cabeza hacia mi amigo, me puse en marcha.

Con el mayor sigilo de la que era capaz, anduve lentamente hacia ellos, colocándome a su espalda, mientras Alex y su compañero, que ya habían visto mis movimientos, empezaron a armar más jaleo para evitar que se giraran hacia mí. En medio de todo mi nerviosismo y la adrenalina que hacía retumbar mi corazón, conseguí ponerme detrás del hombre que tenía las llaves, que estaban sujetas al cinturón. Con un leve temblor en la mano, fui a coger las llaves aprovechando que habían comenzado a forcejear.

«¡Sí, sí, sí!», grité en silencio mientras apretaba las llaves en mi mano.

Sin perder tiempo, retrocedí, pensando qué hacer. ¿Debería lanzarles las llaves? ¿Esconderme arriba y que ellos pasaran…?

Entonces, una voz masculina desconocida y enfadada a mi espalda me hizo girarme… y que se me cayera el alma a los pies.

Un tercer hombre había aparecido en la escalera.

Todo pareció detenerse durante un segundo. El hombre mirándome, los otros dos carceleros de repente percatándose de mi existencia, mi amigo, su compañero y el resto de encarcelados paralizados momentáneamente…

Hasta que el compañero de Alejandro se movió de nuevo, atizando con lo que fue mi antorcha a uno de los hombres.

«No, no, no, no, ¡no!»

Todo se sucedió muy rápido. El nuevo hombre se abalanzó sobre mí, yo corrí, el otro hombre forcejeaba con el compañero de celda de Alejandro y este último parecía intentar agarrar al hombre que antes tenía las llaves.

—¡Alex! —exclamé, lanzando las llaves antes de que ese hombre me placara.

La caída al suelo fue dolorosa y sentí que el hombro izquierdo se resintió, así como el dolor en la herida del mismo brazo pareció abrirse, haciéndome querer gritar. Sin embargo, la necesidad del momento ni siquiera me hizo capaz de soltar algún sonido. El hombre se puso a horcajadas sobre mí, hablando con rabia sobre algo que no podía entender, pero, claramente podía ver en sus facciones duras y ojos marrones que esto no podía acabar bien para mí si no me lo quitaba de encima rápido. Pataleé, pero era mucho más fuerte que yo y mis golpes no le hacían demasiado daño. Desesperada, seguí moviéndome mientras él intentaba inmovilizarme; el golpe de una bofetada me hizo caer la cabeza al suelo, aturdida por el dolor y la falta de aire. ¡¿Me estaba estrangulando?! Fue entonces cuando un brillo entre la luz escasa de la mazmorra captó mi atención y… no lo pensé demasiado. Agarré la daga que se me había caído con la mano izquierda y rajé lo primero que encontré.

El hombre gritó, liberándome el brazo que tenía agarrado y el cuello, echándose hacia atrás momentáneamente, permitiéndome golpearlo y patearlo, zafándome de él y levantarme. Antes de que pudiera hacer nada, fui hacia él, haciendo un corte en un brazo y abdomen para luego golpearlo en el abdomen con una patada. Pero algo me golpeó desde el lado, haciéndome perder el equilibrio a mi izquierda, pero no lo suficiente como para no conseguir evitar al hombre que se me venía encima.

¿Ahora eran dos contra una?

Retrocedí un poco, estudiando brevemente a los dos hombres, el herido y el enfadado, que se disponían a seguir peleando. Y así, no enzarzamos en una breve pelea que acabó conmigo en el suelo de nuevo y la daga escapándose entre los dedos.

—¡Athena! —escuché gritar a Alejandro, que apareció en mi campo de visión, placando a uno de esos tipos.

Ya se habían liberado de la celda ¿eh? No tardé en levantarme gracias a la nueva conmoción. El tercer hombre había sido abatido y ahora el compañero de celda de Alejandro se unía a la pelea, recogiendo antes mi daga y lanzándose a por ellos con furia. Yo me quedé mirando esa escena momentáneamente, pues se veía bastante brutal, pero no tardé en moverme para abrir el resto de celdas. Cuantos más fuésemos, más fácil para nosotros.

Y así fue. Otro par de hombres se unió a la pelea. Fue cuestión de tiempo que al final, los carceleros fueran reducidos, perdiendo el conocimiento tras ser golpeados con rudeza. Cuando Alejandro, sudando y algo magullado se volteó y miró hacia mí, sentí que la tensión acumulada se liberaba un poco.

—Athena, ¿estás bien? —me preguntó, colocando sus manos sobre mis hombros—. Tu cuello, tu cara…

—Estoy bien —contesté, llevándome momentáneamente una mano al cuello, donde el otro hombre había intentado estrangularme antes—. Solo dejará un moretón momentáneo.

—Joder —dijo negando con la cabeza—. Nos has liberado. Athena, eso fue muy peligroso.

—Tenía que sacarte de ahí.

—Pero… joder, cuando vi que caías al suelo… Casi me volví loco —continuó, evidentemente enfadado—. Pero, te debo una. Todos.

Sonreí como respuesta, aliviada. Sí… los había liberado, a todos. De una forma muy temeraria y nada segura para mí; el dolor de los golpes era prueba de ello. Pero, lo había hecho. Lo había conseguido.

—Te debemos mucho, chica —dijo de repente una voz.

A espaldas de Alejandro, su compañero de celda me habló con agradecimiento en su semblante. Era de mediana edad, blanco, moreno de ojos marrones y barba de varios días. Vestía ropas desgastadas, con pantalones marrones, camiseta y botas.

—Soy Martin —dijo con un acento inglés, tendiendo la mano, que le estreché—. Llevo en estas islas desde hace un tiempo. Debes ser uno de los amigos de Alex.

—Sí… así es. Mucho gusto.

—El gusto es nuestro —respondió con una media sonrisa—. Estábamos bastante jodidos. Nos has librado de una buena.

—Me alegro de haber podido ayudar.

—Deberás curarte esa herida —dice, señalando con la cabeza la herida abierta de mi brazo—. Y esto —continuó, mostrándome la daga ceremonial—, ¿de dónde lo sacaste?

—Antes de llegar aquí me topé con unos tipos… Una secta, no sé qué eran. Tuve suerte de salir —respondí, con cierta inquietud.

—Si es lo que creo, sí. Esos tipos secuestran gente y los sacrifican a sus dioses.

—¿Dioses…?

—¡¿Qué?! Athena, ¿dónde acabaste? —exclamó Alejandro—. ¿Eran ese tipo de fanáticos?

—Lo importante es que salí —dije quitándole importancia; no quería pensar demasiado en lo que vi allí ahora.

—Y también debemos salir de aquí —dijo Martin—. No tardarán en venir a ver qué pasa.

—Hay bastantes ahí arriba —añadí—. Yo accedí desde el primer piso, por una ventana…

—Movámonos —ordenó Martin, claramente haciéndose líder de grupo y movilizándonos.

La mayoría de personas comenzaron a seguir a Martin, pero yo me quedé momentáneamente mirando la estancia, a los hombres que quedaron inconscientes. Aunque heridos, respiraban de manera relativamente regular, y no parecía que sus heridas fueran muy graves. Sobrevivirían. Suspiré, decidida a seguir al resto, pero se me ocurrió algo antes de irme. Con cautela, me acerqué a los hombres y rebusqué superficialmente en sus ropas, buscando algo que pudiera ser útil.

—Athena, ¿qué…?

—Toma —dije, tendiéndole un cuchillo de combate que llevaba uno de los carceleros. Supongo que no tuvo tiempo de usarlo antes de que lo noqueasen.

Alejandro agarró el cuchillo en silencio, comprendiendo lo que estaba haciendo y después agarró la correa que sujetaba el cuchillo a la pierna. Yo me quedé con otra que tenía otro de los tipos y me la ajusté. No encontré más armas.

—Bien pensado —asintió mi amigo, ahora también armado.

—Tantos libros y videojuegos tenían que darme ideas —bromeé torpemente.

Sin perder más tiempo tras eso, salimos de esa cárcel subterránea. Éramos un total de siete personas, y poco a poco fuimos ascendiendo hacia el corredor por el que vine, que, para mi alegría, estaba vacío. Los sonidos de los hombres en el piso superior nos comenzaron a llegar conforme avanzábamos hacia las escaleras del fondo.

—Parece que todavía están ocupados en la cena —escuché a Martin, que ahora habló en inglés con otro hombre—. Podemos pillarlos desprevenidos.

¿Cómo pensábamos salir de aquí exactamente? Ya había sido para mí complicado entrar sin ser vista, pero, ¿cómo íbamos a salir siete personas sin que nadie se diera cuenta? Era cuestión de tiempo que alguien se percatase que tres de sus compañeros no habían regresado. Y ahí dentro había muchos hombres fuertes y armados. Me mordí el carrillo, inquieta por la situación. Miré hacia mi amigo, que se mantenía cerca de mí, vigilante; luego posé mi mirada en Martin, que llevaba aún sujeta la daga que yo había conseguido en mis huidas varias. Fruncí el ceño un poco, no escapándoseme ese hecho, y un poco molesta. No es que fuera mía, pero la había conseguido, traído y me había servido de protección, así que no me parecía correcto quedarme sin ella de repente.

—Disculpa —le dije en voz baja en inglés, adelantándome un poco—. ¿Cómo piensas que salgamos de aquí?

Martin se paró momentáneamente y me miró, como estudiándome.

—Lo mejor sería intentar escapar de forma similar a como entraste —respondió—. Pero es posible que seamos descubiertos, por lo que tendríamos que distraerlos lo suficiente como para poder escapar. —hace una pausa—. Varios de mis hombres ya deben saber que estoy aquí, así que es cuestión de tiempo que haya una conmoción aquí dentro.

—¿Tus hombres? —pregunté, inquieta. Lo hacía sonar como si fuera un tipo de organización o algo así.

—Varios supervivientes nos hemos ido organizando en pequeñas comunidades —se encogió de hombros, respondiendo a mis dudas—. Es normal que nos ayudemos entre nosotros.

—Pero esta gente —señalé el lugar y luego a la daga—, no parecen simples supervivientes.

—No —negó con la cabeza—. Los que nos retienen aquí son lugareños, residentes de este lugar abandonado de la civilización que conocemos. No suelen fiarse de los extraños y hay unas comunidades más hostiles que otras con los extranjeros. Y los otros —alzó la daga—, son otro tipo de autóctonos pero que son hostiles con todo aquel ajeno a su doctrina, sean extranjeros o residentes.

Fruncí el ceño, analizando lo que me había dicho. Según eso, había diferentes pobladores con un tipo de comportamiento distintos e intenciones variables. Pero Alejandro, yo, o posiblemente esta gente no éramos una amenaza para nadie. Entonces, ¿solo por desconfiar de los extraños ya éramos encarcelados?

—Os explicaré a ti y a tu amigo lo que sé, pero hasta ahora, lo mejor será que nos movamos, antes de que nos veamos envueltos en una lucha en una ratonera como esta —espetó con impaciencia, claramente no parecía gustarle que le cuestionaran—. Y toma —añadió, lanzándome la daga—, parece que le tienes aprecio —soltó con cierta sorna, lo que hizo que me sonrojara un poco.

¿Se había dado cuenta de que había estado mirando el objeto con demasiada intensidad? Suspiré para mis adentros, pero, al final, la había conseguido de vuelta, así que no me importaba demasiado. Esta vez, la guardé en la correa recién adquirida colocada en mi pierna derecha y continué el camino designado por Martin, pensando en lo que había dicho, aunque probablemente muchas de las preguntas que tenía tendrían que esperar a ser respondidas.

¿Cuántos pobladores había? ¿Quiénes eran hostiles y asesinos? ¿Cuántos así había repartidos por el territorio? ¿Dónde estábamos exactamente? ¿Todos estos autóctonos estaban aquí desde siempre o han ido formando una sociedad personas que llegaron aquí por distintos motivos? Y si fueran una población original, ¿eran descendientes de las antiguas civilizaciones clásicas? Toda la arquitectura que había visto recordaba a la griega y romana, pero, ¿estaría en lo cierto? Y de ser así, ¿cómo habían llegado aquí? Supuestamente estábamos lejos de su zona de influencia. Y el otro grupo de sectarios, ¿de dónde venían? Tantas preguntas me estaban haciendo que me doliera la cabeza. ¿O sería por la pelea de antes? Negué levemente con la cabeza, devolviéndome al presente, donde estábamos subiendo ahora, muy lentamente, las escaleras que me llevaron hasta aquí previamente, y por donde se escuchaba mucho más jaleo que antes.

Martin y varios hombres habían subido bastante más, casi para ver lo que ocurría en la planta baja, donde parecían continuar con charlas, comida y otras cuestiones. Miré a la avanzadilla, expectante por saber qué es lo que harían. Desde luego, lo último que quería era verme envuelta en una pelea mayor, porque, sinceramente, no pensaba que tuviéramos mucha oportunidad. ¿Estarían cerca esos hombres de los que habló Martin? Independientemente de eso, no tenían por qué saber que estábamos aquí.

Al final, tras parecer enarbolar una estrategia en su mente, Martin nos hizo un gesto de silencio y señaló hacia arriba, para acto seguido comenzar a subir sin hacer ruido, y aprovechando el entretenimiento de los hombres.

Un hombre subió poco después, y tras él, Alejandro y yo. Cuánto tiempo estuve rezando porque nadie se voltease hacia nosotros no voy a contarlo, pero conseguimos subir al primer piso. De nuevo, estaba en el lugar de inicio para mí.

Miré por la ventana por la que vine, vislumbrando la cuerda que me sirvió de puente, para después mirar inevitablemente hacia el gran templo que vigilaba la ciudad, que seguía pareciéndome igual de imponente que cuando lo vi antes.

—¿Usaste eso para entrar? —preguntó Martin, sacándome de mi ensimismamiento.

—Sí —asentí—, accedí desde los tejados y me deslicé por ahí.

Desvié la mirada momentáneamente hacia mi amigo, que se veía impresionado. Aunque supongo que el haber acabado aquí y viviendo todo lo que había pasado hasta ahora, ya debía parecérselo; incluso a mí me lo parecía.

Martin no tardó en mirar por la ventana los alrededores, asintiendo finalmente con la cabeza.

—No hay actividad ahora prácticamente. Podemos usar esto para escapar también, pero iremos de dos en dos como mucho para evitar que ceda la cuerda.

Y acto seguido, se lanzó hacia la cuerda puente antes de que pudiera decir cualquier cosa. Entrecerré un poco los ojos, pero luego simplemente suspiré y me crucé de brazos. Cómo no, el primero. De alguna manera me molestó, pero no hice ningún comentario al respecto. Solo lo miré, y luego al otro hombre que estaba antes que nosotros, que empezó a cruzar cuando el primero llegó a la mitad de recorrido.

—Cuando salgamos de aquí —dije en un susurro, miedosa que mi voz pudiera ser escuchada por los otros de abajo—, tenemos que buscar al resto. Ver cómo podemos salir…

—Hablaremos de eso cuando estemos a salvo —respondió a Alejandro, haciéndome un gesto hacia la ventana—. Tú primero.

Miré la cuerda por la que entré aquí en un inicio, tragando saliva ante la expectativa de volver a cruzar. Otra vez el mismo nerviosismo.

—Vale, vale… —murmuré mientras me encaramaba a la ventana, y después, comencé el recorrido.

Como ya lo había hecho antes, no me resultó desconocido, pero intentando hacerlo con seguridad y rapidez. Pero, un ruido fuerte me hizo pararme momentáneamente. Ruido de golpes, de algo cayéndose. Luego, comenzaron los gritos, enfadados, desesperados, de lucha. Miré hacia el edificio, haciéndome que se me cayera el alma a los pies. A través de las ventanas podía ver el movimiento de personas, los objetos de un lado a otro, y a mi amigo mirando con ansiedad contenida. Nos habían descubierto.

«No, no, no. ¡Joder!»

Sin pensarlo, me deslicé por esa cuerda con más brío y ansiedad. Tenía que moverme para que Alejandro escapara también y el resto de las personas. Cuando llegué más o menos a la mitad, sentí una perturbación que me hizo perder un momento mi agarre seguro. Alejandro había comenzado a moverse. Bien. Seguí avanzando, sintiendo que el pánico iba en ascenso, sobre todo cuando noté ruido en la calle, sobre todo cuando… ¡una puta flecha me pasó rozando!

«Joder, joder, joder.»

Apresuré aún más el deslizamiento, la urgencia retumbando en mi corazón. Obviamente sabía que esto podía pasar, ¡pero no me esperaba que tan pronto y que la muerte estuviera rondándome de nuevo! Aceleré todo lo posible, notando las manos que se resentían por el movimiento y que me ardía el brazo donde se me había abierto la herida antes, pero no cesé en mis movimientos.

—¡Vamos, Athena! —escuché gritar a Alejandro, que había ido recortando distancia.

Una nueva sacudida me hizo balancearme y llenarme de terror por un momento. ¿Alguien más había empezado a cruzar? Sin pararme a mirar, recorrí los pocos metros que me faltaban hasta el edificio objetivo, sintiendo un gran alivio cuando noté que las manos de alguien, Martin o el otro hombre, me ayudaron a subir al tejado.

—¡Vamos, vamos! —dijo uno en inglés—. ¡Al suelo! —gritó, tirando de mí para tumbarme en el suelo, notando el silbido poco después de una flecha pasando donde antes estaba yo.

Joder.

—¡Deprisa! —escuché decir—. ¡Tenemos que irnos!

—¿Qué pasa con los que siguen dentro? —pregunté, aún agazapada.

—Nosotros solos no podremos con todos los guardianes —negó Martin con la cabeza.

—Pero…

—¡Rápido! —gritó el otro hombre, hacia quienes cruzaban—. ¡Van a cortar la cuerda!

¡¿Qué?! ¿Qué estaba diciendo?

Rápidamente me giré y alcé la mirada, para ver a mi amigo, que le quedaban poco más de tres metros y a otro hombre que cruzaba más alejado, desesperados, y, al fondo, un hombre de los enemigos había empezado a cortar la cuerda. El edificio de donde los saqué era un caos, y la calle, empezaba a llenarse de guardianes.

—¡Corre, Alex, corre! —grité con todas mis fuerzas.

Y entonces, empezó a caer.

—¡No!

Me lancé hacia el borde del edificio y agarré la cuerda, seguida de un golpe contra el muro y un quejido lastimero, pero la cuerda siguió tensa. Martin y el otro hombre vinieron hasta mí y tiraron de la cuerda, escuchando el sonido de las flechas cerca de nosotros. Finalmente, alzamos a Alejandro, que parecía ileso tras un rapidísimo vistazo. El otro hombre que también cruzó, sin embargo, se había estrellado contra el suelo, y varios captores habían ido por él.

—¡Larguémonos! —gritó Martin, comenzando a correr.

Y sin perder tiempo, así comenzó nuestra carrera por los tejados, mientras un grupo de soldados de la ciudad empezó a perseguirnos.

Y no, si me lo preguntaran, nunca pensé que estaría haciendo nada de esto en mi vida. De hecho, me reiría si cualquiera me lo dijera. Pero aquí estaba, de noche en una ciudad antigua desconocida, corriendo por los tejados de las casas mientras era perseguida por unos tipos que parecían haber salido siglos atrás de cualquier historia épica. Y debía ser la adrenalina o lo que fuera, pero no lo estábamos haciendo mal. Edificio tras otro, nos alejábamos de ese edificio de guardia mientras intentábamos seguir a Martin, que parecía tener un rumbo fijo.

Lo peor era que continuaba nuestra persecución, con ataques incluidos.

«¡¿Podrían dejar de lanzarnos flechas?!» grité internamente, saltando al siguiente edificio.

—¡Cuidado! —gritó Alejandro mientras me daba un empujón, evitando así la trayectoria de otro proyectil.

Casi caigo al suelo, pero conseguí conservar el equilibrio y seguir corriendo.

—¡Gracias! —grité, con el corazón y la respiración a mil; la garganta me ardía del esfuerzo.

—¡Algunos tejados son endebles! Debemos tener cuidado —advirtió.

Aunque eso pareció invocar al desastre, pues, poco después sentí que mi cuerpo simplemente se hundía tras un crujido similar al de pisar paja húmeda. Ni siquiera me dio tiempo a gritar cuando caí, hundiendo el techo de esa casa. Me golpeé varias veces con cosas que, no me quedó muy claro si amortiguaron la caída o no, pero al final, toqué el suelo en una sucesión de pies, rodillas, plancha.

—Ugh…

Gemí y luego tosí por el polvo que había levantado.

«Dios, ¿por qué tengo que vivir todo esto? ¿No podía ser más fácil? ¿Qué será lo siguiente?», me quejé internamente mientras levantaba y apartaba los escombros. Aunque dolorida, no parecía estar más lisiada que antes, solo más contusiones y futuros cardenales en mi piel.

—¡Athena! ¡Athena!

—¡Estoy bien! —grité tras un nuevo tosido—. ¡Saldré enseguida!

Vislumbré en la oscuridad la casa, que se componía de al parecer de dos plantas, y yo estaba en la primera. Sin perder tiempo, corrí por la casa, bajé las escaleras y casi muero de un infarto al ver allí a un par de personas, civiles aparentemente, que se habían despertado con el estruendo. Dimos un pequeño grito conjunto, luego me llevé un dedo a los labios, pidiendo silencio.

—Lo siento, perdón… perdón por el destrozo —me disculpé, sabiendo que no me entenderían, pero aún así lo dije.

Y salí corriendo de allí, antes de que se les ocurriera atacarme con cualquier cosa. El patio no era muy grande, y la puerta fue fácil de abrir desde dentro. Ya en la calle, busqué con avidez por dónde continuar.

—¡Athena! —Alejandro me llamó desde arriba, con una cara que dejaba clara su preocupación y nerviosismo—. ¡Corre! ¡Se acercan!

—¡Intentaré no perderos el paso!

La carrera por las calles de esta ciudad antigua grecorromana continuó con el objetivo de hacer que acabase vomitando mis entrañas del esfuerzo. Pero, aunque me ardía la garganta y el cuerpo me gritaba de dolor por el cansancio que se iba acumulando, sabía que si paraba, era mi fin. Así que corrí, corrí entre esas calles, esquivé objetos, me fundí entre las sombras mientras huía desesperadamente de esos tipos.

Sinceramente, no tardé en perderme. Ya no sabía dónde estaba, dónde debía ir o cuál era la mejor salida. Al menos esperaba no estar dando vueltas en círculos.

Al final, llegué a una zona conocida: la plaza del mercado.  

Resollando, tomé un poco de aire y paré momentáneamente, pensando qué hacer. No sabía qué dirección tomar o dónde estarían los otros. Me giré hacia la gran avenida que tenía a mi espalda, custodiada tras una larga escalinata el imponente templo que reinaba sobre la ciudad. Parecía llamar con su presencia.

Pero tuve que voltearme en cuanto escuché de nuevo gritos furiosos sedientos de caza. Maldije y, ahogando mi cansancio, eché a correr de nuevo. Tenía que poner toda la distancia que fuera posible entre ellos y yo, y sin pensar, simplemente corrí y corrí, cambiando la trayectoria de vez en cuando para que fuera más difícil darme con flechas, saltando obstáculos, recorriendo toda una larga avenida decorada con estatuas sacada de cualquier película histórica épica, sabiendo que, al final, me dirigía hacia ese enorme templo. ¿Tendría un lugar para escapar ahí? Ni siquiera lo sabía, pero ya no podía hacer otra cosa. Cuando mis pies tocaron el primer escalón que me llevaba a la majestuosa edificación, deseé desfallecer por un momento, pues me ardían los pulmones. Pero seguí moviéndome. Subí cada peldaño, ascendiendo, huyendo de lo que me parecía ya una muerte segura si me atrapaban.

Tropecé y me golpeé una rodilla con un escalón, haciéndome ahogar un jadeo de dolor. Ya estaba cerca, no podía parar aquí. Me levanté con esfuerzo, sintiendo mis músculos temblar y, antes de reanudar el recorrido, miré hacia atrás. Y no pude evitar quedarme quieta, confundida.

Para mi sorpresa, mis perseguidores se habían quedado atrás, en concreto, en el inicio de las escaleras. Me miraban desde lo lejos, sus armas en descanso, expectantes.

—Qué…

Fruncí el ceño y los labios, analizando la rara situación. Pero en cuanto vi que uno parecía querer tensar el arco, volví a retomar mi ascenso, y esta vez no paré hasta que estuve en la cima, a las puertas del gran templo, el cual se erigía a lo largo de una colina e invadiendo todo el terreno, con una altura demasiado elevada para dejarse caer sin romperse algo o matarse. Maldiciendo para mis adentros, miré alternativamente el templo y las escaleras con los enemigos abajo, la única salida posible.

Claramente no podría volver, no hasta que no se marcharan esos hombres. Y el edificio…  Tragué saliva, observando la imponente entrada. Ya desde la distancia se veía enorme, pero a sus pies era sobrecogedor. La entrada podría medir perfectamente cinco metros de altura, y las columnas que rodeaban el edificio necesitarían como diez personas tomadas de las manos para rodearlas. La entrada estaba abierta, y estaba iluminada por antorchas colocadas en bellos soportes de pared.

Estas eran mis opciones: dentro o la escalera del horror.

Podría ir dentro y ver si desde allí podía haber otra salida, pero, el hecho de que no hubieran subido esos hombres hasta aquí me perturbaba. ¿Era porque no se podía dar caza o detener a nadie en los terrenos del templo o era por algo más… perverso? ¿Habría sacerdotes ahí dentro? ¿Me ayudarían o no? ¿Y si eran como los fanáticos esos? ¿Estaba esto en uso para empezar? Tragué saliva, nerviosa y sintiendo que algo no iba bien del todo. ¿Era instinto o había visto demasiadas películas?

—No tengo más opciones… —dije tras tomar aire.

Finalmente, entre nerviosa y suspicaz, entré lentamente al interior del gran edificio, con el corazón retumbando en mis oídos. La estancia principal se me presentó bajo la luz de las antorchas, colocadas estratégicamente para que se iluminara toda la estancia, que estaba ricamente decorada con grabados y escritos; y en la sala central, donde imaginaba que debía haber la típica estatua grande, había una especie de monolito con una inscripción.

Curiosa, fui a ver qué era eso exactamente, pero un ruido hizo que me voltease… y me llenase de terror.

—¡No!

Corrí lo más rápido que pude, pero ya era tarde. Las grandes puertas del templo se cerraron justo cuando llegué hasta ellas. Asustada y desesperada, golpeé la puerta e intenté tirar de ella, siendo completamente inútil. Nada se movió.

—No, no…

Me llevé las manos a la cabeza, mirando alrededor, buscando ayuda, una salida. Lo que fuera. Pero solo me acompañaba allí el inquietante silencio del lugar.

Sí, debía ser el instinto lo que me hablaba antes. Y ahora… ¿qué?

Estaba encerrada.