Encuentro en el bosque
Las heridas que nos separan Capítulo 3
III
El sonido de las ramas al quebrarse me hizo morderme los labios, en un intento de evitar que los gritos salieran de mi interior. La velocidad de mi carrera no parecía ser suficiente, por lo que apreté aún más el paso, ansiando alejarme de allí lo más rápido posible.
La luz escasa de la luna y las estrellas se mezclaba entre la maleza del bosque de finales de verano, haciendo más vivos los múltiples tonos de verde por los que iba atravesando a toda velocidad. En otro momento me habría detenido a admirar la belleza del lugar, pero ahora, solo quería correr, huir, escapar de este lugar.
Apartando una ramita, sentí cómo mi piel se arañaba. Pero el escozor solo me hizo más consciente de la realidad, de la situación, de querer salir de allí lo antes posible.
Decidida, agarré la falda de mi vestido de criada y aumenté la velocidad una vez más. Mis pulmones comenzaban a sentirse arder mientras mi respiración agitada se ahogaba en busca de más aire; mi corazón desbocado parecía que iba a estallar en cualquier momento, y mi garganta, parecía que iba a abrirse.
Los ojos me escocían. Me gustaría pensar que el motivo era el viento y la carrera, pero con eso solo me engañaría a mí misma. Me mordí los labios hasta notar el sabor de la sangre y avancé unos pasos más. En un último impulso, salté un tronco que estaba en el camino. La maleza debió engancharse en mi cabello recogido, ya que noté algo soltarse para notar acto seguido mi larga cabellera rozándome la cara justo cuando aterrizaba en el suelo.
Con la respiración entrecortada, alcé la mirada.
El bosque frondoso se había abierto en un pequeño claro, donde un pequeño arroyo discurría entre los árboles. El sonido del agua al chocar con las rocas rompía el silencio del lugar junto a la leve brisa que mecía las hojas de los árboles.
Mi vista se dirigió hacia el árbol más grande, cerca del río, donde una gran piedra descansaba junto a su tronco, rompiendo el agua que pasaba.
—Ah…
Era una imagen tranquilizadora, bella bajo esta luz de luna, un lugar donde la paz era el personaje principal. Un lugar al que solía venir muchas veces en mi tiempo libre.
Sin embargo, no podía sentir la paz por ningún lugar.
Porque sentía que todo iba a explotar.
Con toda la fuerza que tenía, agarré la primera roca que encontré y la lancé lo más lejos que pude, estrellándose contra el agua. Viendo como dicha roca se hundía en el agua, grité con todas mis fuerzas, llena de una nueva rabia que comenzaba a apoderarse de mí. Sin saberlo ni pretenderlo, una gran cantidad de emociones negativas se habían apoderado de mi persona. La tristeza era acompañada de la ira, la dicha pasada por el desprecio, el sentido de orgullo por la humillación; la desesperación por las ganas de venganza.
Sin ser capaz de deshacerme de esas imágenes que atormentaban mi cabeza, rumiando cada recuerdo, la negatividad hizo mella en mí.
¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar por esto? ¿Por qué tenía que sentirme así ahora? ¿Por qué no podía defenderme como quisiera?
Volví a gritar y a tirar lo primero que llegó a mis manos, llena de una frustración que había ido in crescendo en los últimos tiempos.
Frustración y rabia ante la impotencia, la monotonía, la falta de ganancia, la quietud de una promesa que veía que no avanzaba, la lucha continua por sobrevivir, el miedo a ser agredida o asesinada, la desesperación de la traición, el orgullo herido tras cada humillación, el dolor de una pérdida que seguía sin cerrarse, latiendo cual llama brava en ansias de venganza. Unos recuerdos que no se borrarían de mi memoria, ni siquiera en mis sueños, en mis pesadillas.
Un mar de emociones que se escondían tras una facies tranquila, serena y seria que solo seguía las reglas y vivía en silencio. Una cara que ocultaba muchas cosas detrás. Y que sabía que nadie podía descubrir.
Porque ese sería el día de mi muerte.
Y así, callando, escondiendo, huyendo… habían pasado cuatro años. Cuatro años en los que había sentido que la yo que pensaba que era, había desaparecido. El mundo se había encargado de que así fuera.
¿Desde cuándo ser la doncella de Cecily Rishund se había convertido en algo tan rutinario? Tan fácil, tan reconfortante unas ocasiones, tan frustrante en otras. No hacía falta jurarme a mí misma que antaño esto me habría parecido la peor ofensa del mundo. Pero, los tiempos cambiaban, el mundo no paraba de moverse. Yo no había parado de hacerlo, de transformarme, de adaptarme.
Y me había adaptado muy bien a ser la mejor sirvienta de Cecily, de ser prácticamente su mano derecha, a veces confidente, pasando incluso por encima de su dama de honor en varias ocasiones. Todo ello a base de trabajo, de perseverancia, de humillación y enterrar orgullo. Una forma silenciosa de ascender, de ganar confianza, de acceder a cierta información; al mismo tiempo que me mantenía a salvo, lejos de otros peligros que sabía que esperaban fuera.
En un mundo en guerra, pocas personas estaban realmente a salvo, pero estando en una casa noble neutral, era más fácil.
Pero eso no me hacía exenta de nada, y, como esta noche, lo había vuelto a comprobar de nuevo. Que yo no era nadie, que era un escalafón inferior, que estaba sola, que nadie me sacaría las castañas del fuego por mí. Que no podía bajar la guardia.
Esa zorra de Rachel Odonnel me lo había recordado de nuevo.
Tiré otra piedra al agua mientras rechinaba los dientes con rabia, recordando el suceso. Había estado demasiado distraído y por eso me había caído encima es asquerosa sopa. O lo que fuera. Un recordatorio salpicándome a la cara de que nunca podía bajar la guardia. Hoy había sido mi pelo, cara y ropa, pero otro día podía ser una daga entre las costillas.
No podía dejarme llevar así.
Porque en el fondo, nunca estaría a salvo, ya fuera de zorras malcriadas como Rachel, o de algo mucho peor.
Y por eso estaba tan enfadada. Podría decir que era por Rachel, que lo era en su mayor parte, pero más por mi propia confianza. Cometer errores me podía costar muy caro, y olvidarme de mi pasado, de mi objetivo y de aquello que me hacía seguir respirando cada día, era algo que me avergonzaría.
Lo de hoy no debería haber pasado. Ni lo de otros días, ni las veces que había sufrido por errores pasados.
Hoy solo había sido otro recordatorio.
Tiré una piedra más al río, canalizando la ira e intentando controlar todas las emociones, recordando mi objetivo, quién era, por qué estaba aquí.
Aunque en parte eso hacía acrecentar mi ira al recordar el incidente, pues que una persona tan histriónica y egocéntrica como esa quisiera meterse conmigo a cada pequeño momento para intentar resaltar su superioridad social y su asquerosa personalidad, solo me hacía sentir más avergonzada y exaltada. Y el tener ese mejunje en el pelo o en la ropa, ayudaba aún menos.
«En otros tiempos, nadie se habría atrevido a hacerme algo así. Pagarían con sangre tal atrevimiento», pensé mientras me rechinaban los dientes. «Haber acabado así… Menuda humillación.»
Pero ya no eran esos tiempos.
El sabor metálico cubrió mi boca, haciéndome saber que había mordido los labios con demasiada fuerza. Miré al cielo nocturno, con los ojos titilantes y ardientes, buscando cosas que no encontraría. Y al final, solté un largo suspiro, bajando la cabeza.
La ira, tal como vino, comenzó a desinflarse.
Lo que fue en el pasado, carecía de sentido en estos momentos. En mi vida diaria, pensar que las cosas antes eran diferentes, no importaba. Sí para no olvidarme de quién era, de lo que tenía que hacer, lo que había jurado conseguir. Pero… en mi día a día, todo eso no importaba si no conseguía sobrevivir al día siguiente.
A nadie le importaba el pasado de la doncella Gaiana.
Solo a mí misma.
—Ah…
Suspiré de nuevo, cerrando los ojos y sintiendo la suave brisa sobre mi piel, tan pálida como la de Cecily, incapaz de tornearse al sol; las emociones calmándose poco a poco, mientras repetía internamente mi mantra, mi identidad, mi deber, mi meta.
Cuando abrí los ojos de nuevo, la calma había vuelto a mi semblante y mi resolución con ella.
—Algún día… me vengaré.
Y empezaría por esa mujer estúpida. Pero hasta entonces, tenía que continuar. Y primero, tendría que limpiar la porquería que tenía encima.
No, esa molestia no había abandonado completamente mi interior.
«¿Debería echarle laxante a algo de su comida? Aunque eso podría perjudicar a los de cocina…»
Pensando la manera de satisfacer mi pequeña venganza, me acerqué más al agua corriente del río y, sin pensarlo mucho más, metí la cabeza dentro del agua.
¿Qué? No se me ocurrió nada más eficaz en este momento.
Noté como el agua fría se clavó en mi piel y me despejaba las ideas y, tras varios segundos, alcé la cabeza, haciendo así un arco de agua que salpicó hacia atrás, y estrellándose la larga melena mojada en mi espalda. El frío repentino me hizo soltar un suspiro y me provocó un escalofrío, pero debido a la calidez del ambiente veraniego, no fue desagradable.
Me quedé unos segundos así, sintiendo la humedad en la ropa a medida que el agua del pelo calaba en ella. Había que quitar la suciedad de todas formas, y al menos, el pelo y la cara estarían más limpios que antes.
Volví a inclinarme sobre el río y con ayuda del agua cristalina, retiré los pocos restos pegajosos que me quedaban en el pelo; peinándolo posteriormente con los dedos, pues estaba un poco enredado debido a mis ondas naturales. Y su largura tampoco es que ayudara.
No es que fuera común que una sirvienta llevara el pelo largo, pero… al tenerlo recogido siempre, tampoco es que molestara, ni se notara mucho.
«Debería recortarlo un poco…» Pensé mientras sostenía uno de los mechones, haciendo memoria de la última vez que lo habría recortado. ¿Hace tres meses? Posiblemente.
Una vez terminé de quitar la suciedad, me levanté y sacudí un poco la tierra y restos de hierba del vestido. Ya había pasado bastante rato y sería mejor que volviese a la mansión, pues tampoco era común que una sirvienta se paseara por la noche en el bosque. Lo último que quería era despertar sospechas por comportamientos extraños. Aunque si me hubiera quedado en ese momento en la casa, seguramente ahora estaría en el bosque, pero huyendo tras cometer asesinato.
No, el temperamento que tenía no era fácil de esconder. Y era lo que más me había costado adaptar a lo largo de estos años.
Poniendo los ojos en blanco mientras imaginaba de nuevo la muerte “accidental” de Rachel, volví a caminar por el bosque, esta vez, sin prisa y disfrutando del paisaje mientras enumeraba las cosas que tenían que salir bien mañana.
«Sobre todo tengo que dejar a Cecily lista y desaparecer antes de que me vean los de mañana. No es que suponga problema a priori, pero prefiero…»
Un sonido me hizo tensar todo el cuerpo y detenerme.
El sonido de la hojarasca lejana al moverse entre la quietud del bosque me hizo detenerme, pero fue el grito posterior que escuché el que me hizo estremecer y poner todas mis alertas en alto.
¿Qué fue eso? ¿De dónde vino?
Mis ojos vigilantes recorrieron el lugar, pero entre la espesura del bosque y la oscuridad nocturna no fui capaz de ver gran cosa. Pero sí fui consciente del sonido lejano, un sonido que parecía estarse acercando.
Despacio, giré hacia el sonido, que parecía venir de mi izquierda.
«¿Qué ha sido eso?»
Parecía un grito, un grito humano. El grito de un hombre.
Tragué saliva y miré rápidamente a alrededor, pero no se veía nada. ¿Qué había sido eso? ¿Fue mi imaginación?
Pero una nueva reverberación anormal en la tranquilidad del bosque me hizo erizar la piel. No, no había sido mi imaginación. Había alguien cerca, alguien que parecía estar sufriendo.
Alerta, volví a revisar lo que mi vista alcanzaba a ver, sin hallazgos.
Este bosque no era conocido por tener grandes depredadores. Eran conocidos los lobos, pero era sabido que solían habitar por las profundidades. Los osos no frecuentaban el lugar, y otras criaturas… no eran comunes. Aun así, no podía descartar que hubiera algún tipo de animal peligroso cerca.
Y, además, siempre estaba la opción de que el motivo de esos gritos no fuera de causa animal.
¿Un accidente? O, ¿una causa humana?
Me mordí los labios, sin saber bien qué hacer. Independientemente de si fuera una causa humana o animal, probablemente poco tendría que hacer sin un arma. Pero si alguien se había accidentado…
Escuché una rama quebrarse a mi izquierda. Noté cómo mi cuerpo se tensaba al instante y cómo mis sentidos se agudizaban por momentos.
Y en ese momento, opté por hacer lo que seguramente era lo mejor para mi seguridad.
Sin mirar qué podría haber hecho ese ruido y olvidando la posibilidad de que alguien necesitase ayuda, mi cuerpo comenzó a correr lo más rápido que podía. De una forma similar a esta tarde, corrí con todas mis fuerzas por ese bosque, aunque el motivo, era bien distinto.
No había visto nada, pero mis instintos más primarios me gritaban que no me detuviera.
—¡No luchéis contra él!
—¡Corred!
Poco tiempo después, un par de hombres se chocaron en mi camino, haciéndome caer en el proceso.
Dolorida por la caída, intenté levantarme, pero uno de esos hombres me agarró por el pelo antes de que quisiera darme cuenta.
Por los dioses, ¿qué era todo esto?
—¿Qué haces aquí?
—¡Suéltame! —grité adolorida.
—¡¿Qué haces?! ¡No perdamos el tiempo! —apremió el otro.
—Puede que nos sirva de carnada —dijo mientras sacaba un cuchillo con aire amenazante.
Mis ojos se abrieron como platos al ver el arma y las intenciones asesinas de ese hombre. ¿Qué estaba pasando? ¿Iba a intentar matarme? ¿Por qué? ¿Carnada? ¿De qué estaban huyendo para no dudar en usarme con ese propósito?
—Seré rápido, niña —dijo con ojos enloquecidos.
—¡Yo me largo de aquí! —exclamó su compañero, obviando mis miradas suplicantes.
Sin pensar más, me retorcí y lo mordí con rudeza, haciendo que me soltase por la sorpresa. Terminé de levantarme y reanudé mi carrera.
—¡Vuelve aquí!
«¿Estás loco?» Pensé mientras apretaba el paso. Sin embargo, correr con un vestido no era lo más eficaz para huir, por lo que comencé a sentir sus pasos cada vez más cerca de mí. ¿En serio estaba dispuesto a alcanzarme para matarme?
Esto era una locura.
¿Cómo era posible que hubiese venido aquí porque estaba a punto de explotar de rabia asesina hacia una persona, y ahora estuviera huyendo porque alguien quería matarme? ¿En qué momento esto se había tornado de esta manera?
«Tal vez en lugar de huir deberías acabar con esto», me recriminé a mí misma.
Si alcanzaba la daga que tenía escondida…
—¡Ya te…!
Un estrépito sonó a mi espalda. Como si algo se hubiera chocado contra algo. Involuntariamente, me giré para ver qué había pasado, y para mi sorpresa, no había nadie.
—¿Qué…?
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAH!
Un grito de absoluto terror llenó el lugar, haciéndome estremecer. Era la voz de quien me estaba persiguiendo hacía un momento. Busqué por todos lados con mi mirada, pero no vi nada.
—¡Por favor! ¡No! ¡Noooo!
Mis pies parecían haberse clavado al suelo en ese instantes, mi cuerpo, completamente tenso, buscaba el origen de los gritos, y mi voz se había enmudecido, pues sabía que el ruido no era lo mejor para mí ahora. Alterada y con todos los sentidos más viscerales en alarma, retrocedí varios pasos, pero justo cuando iba a darme la vuelta, noté un silbido que pasó rápido como el rayo a mi lado.
—Ugh…
Un quejido a mi espalda me hizo voltear, encontrándome con la imagen del otro hombre que había visto, con una daga que le atravesaba la cabeza clavada en profundidad, dejar caer uno de los puñales que llevaba y desplomarse en el suelo.
No pude evitar hacer una cara de asco ante esa imagen escabrosa.
Lleno de sangre, el hombre fijó su vista en mí hasta que se apagó. Desvié la mirada en un instante, las manos me temblaban, la respiración era errática y mis ojos estaban tan abiertos que parecía que se me saldrían de las órbitas.
¿Qué era todo esto?
Y fue entonces, cuando lo vi.
Tras de mí, por donde había estado corriendo un momento antes, había una persona.
Era alto, y desde aquí podía ver claramente que tenía una buena forma física; sus ropas, aunque sencillas y recordando a las de un mercenario, dejaban confirmar eso. Llevaba a la cintura el cinto que sujetaba una espada envainada y múltiples bolsas pequeñas y sobre su pecho, una cinta de cuero sujetaba varios cuchillos. No podía verlo con claridad, pero era evidente que esas manos estaban llenas de sangre que goteaba al suelo y, su rostro, se mantenía oculto entre la oscuridad de la noche.
Un aura de peligro emanaba de su persona; mis sentidos me gritaban salir corriendo de allí sin dudarlo. Pero al mismo tiempo, me sentía paralizada. Algo extraño, que me hacía querer seguir mirando.
Hechizada, nos mantuvimos así durante varios segundos, en silencio, observándonos el uno al otro. Nadie se movía, nadie desvió la mirada; el mundo pareció enmudecer mientras nos quedábamos solos, mirándonos.
«¿Qué… estoy haciendo? Tengo que salir de aquí.» Pensé tras parpadear después de un rato.
Saliendo de mi ensimismamiento, me obligué a dar un paso atrás, cautelosa.
¿Qué posibilidades tenía? ¿Qué intenciones tenía esa persona? Si había matado a esos hombres con esa facilidad, ¿qué oportunidades tenía yo? Con la velocidad que había lanzado esa daga, antes de que cogiera el puñal del otro hombre o sacara mis dagas ocultas, ya estaría muerta.
Por qué los habría matado… era la menor de mis preocupaciones.
Lo que más primaba ahora era sobrevivir.
¿Qué opciones tenía?
Tal vez solo podría salir de aquí indemne si esa persona no quisiera acabar con mi vida como la de esos hombres.
Pero… ¿lo haría?
—¿Se encuentra bien… señorita?
Una voz entonces, fuerte pero aterciopelada, de un hermoso y sensual tono barítono, interrumpió mis pensamientos.
El hombre, aún oculto en las sombras, parecía observarme con una postura menos tensa que hace unos segundos, pero expectante. Parecía que… no me estaba viendo como una amenaza, de momento. Pero eso no significaba que no pudiera querer acabar con mi vida en cualquier momento.
Teniendo en cuenta lo que acababa de pasar, era prioritario salir de ahí cuanto antes.
Retrocedí un paso, sin perderme un solo detalle de los leves movimientos del hombre, que parecía un depredador en tensión, listo para atacar en cualquier momento.
—No le haré daño —dijo entonces el hombre, con esa voz melodiosa pero varonil—. Sé que no tiene nada que ver con esos hombres.
En silencio, pasé la mirada por el cadáver que tenía más cerca momentáneamente. No me había fijado antes, pero por su vestimenta, demasiado cuidada, parecía gente adinerada. ¿Comerciantes ricos o algún noble? Era difícil saberlo. Pero desde luego, no debían ser personas comunes.
¿Qué hacían huyendo y por qué este tipo los perseguía? Sinceramente, no me interesaba. Solo quería salir de aquí, de ese peligro humano que tenía en frente. No hacía falta ser muy inteligente para saber eso; ese hombre despedía peligro por su ser.
Dirigiéndole una mirada desconfiada, asentí levemente, dando un paso más hacia atrás. Si no iba a hacerme daño supuestamente, no habría problema en que me fuera, ¿verdad?
—¿Está herida en algún lugar? —preguntó, con lo que parecía un leve interés en la voz.
Entrecerré un poco los ojos ante la pregunta y lo observé de nuevo. ¿Qué le importaba eso? Negué levemente con la cabeza y retrocedí otro paso más.
—Espere, por favor —volvió a hablar, esta vez dando un paso hacia delante.
Me tensé aún más. ¿Qué quería? Analicé de nuevo la situación, pensando en las posibles intenciones de asesino. Por su voz y acciones, no parecía que quisiera matarme, pero, ¿quién sabe si estaba ante uno de esos que parecían amigables antes de apuñalarte salvajemente? Objetivamente hablando, estaba ante alguien que me lo pondría difícil si tuviera que huir o luchar, pero, había estado en otras situaciones más complejas. Aunque esta si había intención asesina de por medio, me era muy complicada.
Y, si no quería matarme, ¿qué podía querer? Desvié la mirada momentáneamente hacia uno de los cadáveres, dándome la idea de lo que podría querer.
—No se lo diré a nadie —hablé finalmente, la voz más dura de lo que parecería ante una joven que había visto un asesinato.
¿Fue un suspiro ocultando una risa lo que se oyó? Mi cuerpo seguía tenso, observando cada pequeño movimiento de ese hombre, que, ahora parecía relajado.
—No, claro que no —dijo finalmente con voz más tranquila—. No creo que eso nos beneficie a ninguno de los dos.
No, desde luego que no. Y cuanto antes me fuera, mejor que mejor.
—Entonces, si me disculpa… —comencé a decir, atreviéndome a zanjar esta situación.
—¿Es sirvienta de los condes de Rishund? —preguntó de repente, volviéndome a hacer fruncir levemente el ceño.
No había más casas nobles en kilómetros, entonces, no tenía mucho sentido decir otra cosa.
—Así es —respondí con prudencia.
—Me pregunto qué hacía una de las doncellas de los condes en el bosque a estas horas.
—Eso no creo que sea asunto tuyo —contesté con cierto desdén, aunque tampoco fuera especialmente inteligente por mi parte.
—Cierto —dijo con aire pensativo—. Pero me resulta cuanto menos curioso que una doncella se encuentre aquí, presencie un asesinato y no parezca consumida por el horror.
Genial. Sospechaba de mí.
—¿Conoces a todas las doncellas para saber qué tipo de reacción tendría cada una? —pregunto, cada vez más molesta, tensa y con ganas de salir corriendo. Ah, y maldiciéndome porque sabía que era mejor callarme.
—No —no me hacía falta ver su cara para saber que estaba sonriendo—, pero he visto demasiadas personas en la guerra como para hacerme una idea de las más probables y frecuentes. Y da la sensación de que has visto la muerte otras veces.
Mierda.
Y sí, demasiadas, para mi gusto.
Pero tenía una respuesta fácil para eso. Una muy real.
—Cuando medio mundo está en guerra, es difícil no haberla presenciado en alguna ocasión.
—Incido que la vida de nuestra doncella nocturna no ha sido muy ensoñadora.
«No lo sabes tú bien», pensé sin apartar ojo del asesino.
—Pocas lo son —respondí en el tono más neutro posible—. Dudo que alguien que se dedica a dar caza a personas lo haya sido también.
—Es parte de la vida —dijo con un leve encogimiento de hombros, aunque su tono era más serio de lo que hacía pensar su postura—. Muchas veces hubiera preferido tener otro trabajo. Pero, no tenía muchas opciones.
—¿Y elegiste la vía del segador de vidas? —pregunté, enarcando una ceja.
—No exactamente. —Pareció quedarse pensando en algo durante unos segundos—. ¿Qué opciones te hicieron trabajar para los condes? —preguntó, cambiando de tema y ya sin formalismos.
—Las que me ofreció la vida para sobrevivir de la mejor forma posible. Como otras muchas personas —dije, intentando parecer lo más natural posible. Aunque, no distaba mucho de la realidad—. Son buenos señores.
—Eso he escuchado —coincidió, con un leve asentimiento.
—Y, también sería mejor que regresara —agregué, intentando zanjar esa conversación.
Me quedé mirando unos segundos más al hombre, pero no quería seguir hablando. Quería irme de aquí ya. Negué levemente con la cabeza y me dispuse a dar otro paso hacia atrás; ya había pasado demasiado tiempo aquí y este hombre hacía demasiadas preguntas incómodas que, junto al peligro que irradiaba, solo me daban ganas de salir corriendo. Aunque seguramente eso no sería muy inteligente.
—¿Cómo te llamas? —preguntó de repente.
—¿Qué? —La pregunta me dejó confundida, mirándolo con extrañeza.
—Tu nombre.
—¿Para qué quieres saber eso?
Ah, debería callarme.
—Tengo curiosidad. —Al verme alzar una ceja, se escuchó una suave risa, una risa que podía considerar… bonita—. No todos los días se encuentra a alguien así por aquí.
—Tampoco creo que sea común encontrar asesinos tan habladores —solté, mordaz.
—Nunca dije que fuera uno.
Mi cara debió ser graciosa, ya que comenzó a reírse justo después.
—Entonces, ¿qué eres?
—Un demonio —dijo con una voz algo oscura, que, de nuevo, me hizo estremecer—. ¿Puedo tener el honor entonces de saber el nombre de la dama? Prometo desaparecer justo después.
Tragué saliva, sintiendo el sudor frío en mi espalda.
—Preferiría no decirlo —dije tras pensarlo un momento. Al fin y al cabo, no sabía qué valor tenían sus palabras, no las de un asesino.
—¿Aun ofreciéndote irme? —se rio, dejando de lado la cortesía finalmente— Solo es un nombre.
—Los nombres tienen poder —contesté evasivamente.
—Oh, ¿eso crees? —pareció estudiarme con la mirada—. Supongo que las raíces ishtranas son fuertes.
Sentí cómo la respiración me abandonaba por un segundo y la sangre me drenaba el cuerpo ante la mención de aquello. Mi cuerpo se tensó y no pude evitar centrar la mirada en él, que ahora me veía con cierta suspicacia y expresión satisfecha entre las sombras, dejando ver unos labios carnosos y hermosos entre ellas. ¿Cómo…?
—Tu acento no es tan perfecto como piensas —dijo al momento, como queriendo responder mis dudas mudas, escondiendo cierta burla en su discurso—. Y los ishtranos tienen ese tipo de superstición con los nombres. Supongo que es fácil también que un ishtrano huya de la guerra… o la haya visto.
Muy agudo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Ese hombre era muy peligroso. Era inteligente, perspicaz y letal. Y yo le había entregado información, aunque leve, sin darme cuenta.
—No es como si fuera a cambiar mi disposición hacia ti por ser de un país traidor —dijo encogiéndose de hombros—. La mayoría de las personas solo son gente común que huye del horror. No eres nadie a quien buscar, como a esos de ahí —dijo señalando los cadáveres con un gesto—. Y… hay veces que uno solo está en el lugar equivocado, ¿no?
Me quedé observándolo por unos segundos eternos, pensando en lo que había dicho y luchando por no salir corriendo. Me sentía como un ratón que luchaba desesperadamente por no ser cazado, sabiendo que solo la calma podría sacarme de esta situación. Pero a cada palabra, eso parecía más difícil. Me mordí los labios, sin dejar de mirar a ese hombre.
—…Gaiana —articulé finalmente, pues probablemente no tuviera más opciones—. Ese… es mi nombre.
—Gaiana —repitió, como paladeando el nombre en su boca—. Es un bonito nombre. Muy acorde a tus raíces.
Hice de mis labios una línea, diciéndome una vez más que ese hombre era inteligente, pues el nombre era una variante del nombre de unas de las diosas primigenias que se adoraban en Ishtrana, desconocida para muchos porque había quedado en el olvido prácticamente. ¿Quién era ese hombre?
—Shane —habló entonces, como si quisiera responder a mis preguntas—. Así puedes llamarme.
Se me escapó una pequeña risa al escucharlo, incapaz de reprimirla, lo que provocó que me mirase con preguntas en los ojos.
—Es… solo que me parece un poco irónico.
—¿El qué?
—Tu nombre —dije, suspirando un poco, ya sabiendo que mis raíces fueron descubiertas—. Significa “Dios es misericordioso”. Solo me pareció un nombre irónico para alguien que va matando gente por ahí.
Al principio pareció observarme con asombro y confusión, pero luego se echó a reír, haciendo que, de forma involuntaria, mi tensión corporal se relajara un poco.
—Dependiendo cómo se mire, tal vez tengas razón —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa en la boca visible—. Bueno, como prometí —habló de nuevo mientras hacía una reverencia—, ha sido un placer, señorita Gaiana.
Podría decirle que el placer había sido mí, pero sería mentira. Pero, parecía que iba a cumplir su palabra y que ahora… ¿se iría sin más? Suspicaz, le devolví el saludo con un leve asentimiento, preparada ante cualquier movimiento sospechoso.
—Espero que la próxima vez que nos veamos sea en una situación menos… sangrienta —deseó, pero yo solo esperaba no verlo nunca más—. Oh, no me mires así. No fue tan malo, para ti al menos. Nos vemos, señorita Gaiana.
La forma en que dijo mi nombre me hizo estremecer, de una forma que no supe definir exactamente, pero… no era desagradable del todo. Después, tras otra leve despedida, desapareció antes de que pudiera decir cualquier cosa, y el bosque, se quedó de nuevo sumido en esa quietud natural, lejos de esa presión silenciosa y ominosa de antes.
Pasaron los segundos, los minutos, pero nada más ocurrió. Ninguna respiración ajena, ningún movimiento, ningunos ojos observadores, ni ningún muerto más.
Estaba sola.
Y viva.
Dejé soltar el aire en un suspiro de alivio, llevándome una mano al pecho mientras sentía que toda la tensión acumulada se liberada. Me quedé observando un poco más la escena, esos cadáveres, mi ropa ahora salpicada de sangre además del estofado y… el lugar en el que antes él se encontraba.
—Adiós… Shane.
Me di la vuelta, abandonando finalmente ese lugar y esperando no volver a verlo.
Pero de alguna forma, me fui pensando que esa despedida sonaba más como una promesa de encuentro que un adiós. Y era desagradable… a la vez que interesante.
Doncella predilecta
Las heridas que nos separan Capítulo 2
II
El desorden campaba a sus anchas esa tarde en el hogar de los Rishund.
Los sirvientes iban y venían sin parar en afán de poder organizar lo que hasta no hace mucho era una mansión relativamente tranquila. El motivo, una visita inesperada. Una visita de la cual los señores se habían enterado hace apenas dos horas y que, siendo generosos, llegarían seguramente mañana a medio día.
Habitualmente, esto no supondría un gran problema y podría prepararse un recibimiento apropiado en no demasiado tiempo. El problema era que, en esta ocasión, no era una visita cualquiera. Y eso era lo que había puesto todo patas arriba.
—Por la temporada, deberíamos poder ofrecer un buen faisán junto a ciervo…
—Deben estar alojados en el ala este. No, esta habitación será mejor…
—…entrada debe quedar reluciente…
—¡Los jardines deben quedar limpios esta tarde!
Todos estaban agitados. El mayordomo principal y el ama de llaves estaban sudando la gota gorda mientras organizaban a todo el personal siguiendo las indicaciones de los señores; el comandante de la guardia de seguro estaba sometiendo a un buen entrenamiento a los caballeros de Rishund y los condes no paraban de buscar la mejor manera de llevar a cabo una estancia hospitalaria y relajada, dentro de toda la tensión que de seguro se mascaría en el ambiente.
Porque, si fuera alguna visita, estaba claro que no todos estarían tan nerviosos.
Probablemente yo debería sentirme más nerviosa.
Sin embargo, me mantuve con mi habitual expresión serena y anduve por las estancias y corredores de la bella mansión mientras me dirigía a mi objetivo: la habitación principal del primer piso del ala oeste, o, en otras palabras, la habitación de la señorita Rishund.
—Ánimo con todo, Mel. Cuidado con eso, Aubrey.
—Gracias, casi se me cae.
—No hay de qué —respondí con una sonrisa mientras continuaba en mi ascenso por las escaleras.
De esa manera, a paso ligero y cruzándome con varias personas del servicio, llegué a la puerta de la habitación, dentro de la cual sabía que se encontrarían dos personas que me esperaban. Una con la cual no tenía ganas de cruzar una mirada siquiera y otra con la que seguramente no me costaría engarzar una sonrisa.
Pensando en ello y poniendo la cara más profesional, llamé a la puerta con suavidad mientras con la otra mano sujetaba la bandeja que portaba.
—Señorita Cecily, traigo su té de la tarde.
No fue hasta que no escuché un “Adelante” desde dentro que no me osé a abrir la puerta y entrar.
Con una leve reverencia, entré evitando en un principio la mirada de las personas que allí dentro se encontraban y puse con delicadeza la bandeja sobre la mesilla de té que había en la habitación. No pasó mucho tiempo hasta que escuché una voz joven y alegre que se dirigió a mí.
—¡Ah, Gaiana! ¿Por qué no vienes un momento para ayudarme a escoger el vestido? Rachel y yo no terminamos de ponernos de acuerdo.
Con un leve asentimiento alcé la cabeza y fui hacia ellas, encontrándome así con la mirada de dos mujeres que estaban enfrascadas en medio del vestidor de la amplia habitación.
Aquella que se había dirigido a mí era la dueña de la habitación e hija predilecta de este condado, la hija de los condes de Rishund, Cecily Rishund, y mi señorita más directa desde que hace dos años me convertí en su doncella principal.
La joven, que ahora estaba cerca de cumplir los veintiún años, era una chica de complexión débil, delgada y pálida que la hacían parecer una muñeca de porcelana y que, con su cabello rubio dorado y sus grandes ojos azules, le daban ese toque dulce y bello que acompañaba a su tranquila pero alegre personalidad. Era famosa dentro de la mansión por ser una dama respetuosa y que trataba bien a sus subordinados, una muestra de la crianza de sus padres, los condes de Rishund.
Sabía que estar en esta situación era algo realmente bueno para una doncella como yo, y por eso estaba agradecida por la oportunidad que me dio Cecily hace ya dos años, motivo por el que la servía con total honestidad.
No podía decir lo mismo de la otra mujer que estaba a su lado.
Rachel Odonnel.
De edad similar a Cecily, era una belleza cautivadora, con hermoso pelo moreno, piel sonrosada y brillante, curvas sensuales y una cara hecha para la seducción más lasciva si te quedabas embobado en sus labios rojizos y sus ojos azules, similares a los de Cecily.
Era la hija del barón Odonnel y la dama de honor de Cecily, así como una de sus amigas de la infancia.
Y era un grano en el culo para cualquiera que estuviera a su lado, al menos, si eras un plebeyo. La típica persona que piensa que por ser noble merece que le beses los pies allá donde va.
Claramente nunca había tenido buena opinión de ella, sobre todo al ver ciertos actos por su parte. Sin embargo, poco se podía hacer siendo una mera sirvienta. Lo mejor era simplemente esquivarla y evitar que te salpicara cualquier cosa que decidiera hacer en su histrionismo.
Lamentablemente, seguramente en el día de hoy acabaría con problemas por el hecho de opinar de cualquier vestido que vaya en contra de sus decisiones. Pero, obviamente, si veía que algo podía lastimar la imagen de la señorita Cecily, no dudaría en intervenir. Con la mayor educación posible, claro estaba.
Con la apariencia tranquila habitual, anduve hasta ellas y le dediqué a Cecily una tenue sonrisa que fue respondida por una más amplia mientras me mostraba los vestidos.
—Como no tenemos tiempo para hacernos con uno nuevo, tendré que usar uno de los que ya tengo. Pero no me decido por cuál —comenzó a explicar la muchacha—. Pienso que tal vez debería ir más sobria, pero Rachel opina que debería brillar un poco más debido a los invitados…
Di una mirada analítica a los vestidos que estaban más a la vista. Cecily era una chica que por su contextura y personalidad destacaba con vestidos que resaltaban su apariencia inocente y tierna. Ahora que era adulta intentaba mostrar un aspecto más maduro pero lejos de lo extravagante, lo cual consideraba un acierto porque la hacía ver más noble y elegante.
Considerando el tipo de invitados que llegarían, creo que sería lo mejor, pues no era el momento de hacer destacar exhaustivamente a la hija de la familia, sino mostrar la neutralidad en un conflicto que no queríamos que nos salpicara. Hacerla parecer una princesa enjoyada y recargada no sería lo mejor como seguramente pensaría Rachel.
Tragándome un suspiro interno, comencé a hablar.
—Si se me permite opinar, señorita, el vestido lila con adornos dorados es lo suficientemente fino y elegante para resaltar su belleza y al mismo tiempo mostrar la dignidad de la dama y la familia sin ser demasiado pretencioso. —Casi podía sentir la mirada de Rachel atravesándome, pero la ignoré—. Podría acompañarlo con el collar que le regaló su hermano en su cumpleaños y los pendientes florales con amatistas para terminar la decoración.
—Creo que… ¡me encanta! —exclamó Cecily con emoción mientras se hacía la imagen mental en la cabeza—. Sabía que podía contar contigo, Gaiana. Gracias.
—Para servirla, mi señorita —dije mientras inclinaba la cabeza en señal de respeto.
—Pero Cecily…
—Ay, Rachel. No es que no me guste tu opción, pero en el fondo estaba pensando algo así también —dijo la hija de los Rishund mientras parecía consolar a su dama de honor y amiga—. Para el próximo baile puedo usar el vestido que dijiste…
Poco después comenzaron las pruebas de vestido y asistencia general a las dos mujeres que estaban decididas a pasar la tarde charlando en esa hermosa y noble habitación mientras el resto de la casa continuaba en su frenesí de preparativos.
Yo, por mi parte, continué con mi trabajo de asistencia mientras continuaba esa hora del té, en silencio menos cuando se dirigían a mí, cual sombra pendiente de su maestra.
No fue hasta una hora y media después que pude salir de esa habitación portando de nuevo la bandeja, dejando a las dos mujeres en el interior.
«Debería ir a ver si necesitan ayuda los demás de que deje esto…» Pensé al avanzar por el pasillo, pues de seguro aún quedaría mucho que hacer y hasta dentro de un rato seguramente no se necesitara mi asistencia.
De esa manera, acudí a ayudar al resto de sirvientes de la mansión, una manera de despejar la mente y al mismo tiempo, de enterarme de lo que se decía entre el servicio de esta visita inesperada, aunque todo se resumía en incertidumbre y en si esto sería bueno o malo para la familia.
Las visitas políticas siempre eran las que más nerviosos ponían a todos, sobre todo, cuando esta era inesperada y formaba parte directa del gobierno del país que más habladurías estaba dando en todo el continente.
Con una vorágine de pensamientos cada vez mayor, volví a las estancias de la señorita Cecily para escoltarla al salón comedor, donde se llevaría a cabo la cena. Como esperaba, ya estaba preparada para bajar a cenar, pues, aunque Rachel no fuera santa de mi devoción, solía cumplir con su trabajo.
Así que, tras avisar a la señorita, acompañé a ambas hacia el comedor, siempre unos pasos por detrás de mi señorita, sin escuchar más allá que las conversaciones mundanas típicas de cualquier dama noble.
Cuando llegamos al comedor, ya estaban allí los condes y el hijo mayor y heredero, Cassius, que se burló un poco de su hermana menor por llegar tarde. Rachel no tardó en despedirse y yo me quedé en mi posición habitual por si mis servicios eran requeridos durante la cena, igual que el resto de los sirvientes.
La cena de esa noche no tardó en centrarse en el tema de conversación que llenaba toda la mansión: la visita del duque de Kastrana.
El motivo por el que esta visita había puesto nerviosos a todos en la mansión era complicado. Ya de por sí se podía decir que era un honor que un duque se hospedara en un condado de la frontera del país, más alejado de los entresijos de la capital, pero ese no era el motivo realmente. Era que el duque de Kastrana, aparte de poderoso y una de las personas más famosas del continente, era prácticamente el segundo al mando del ya en auge y recién formado Imperio de Velicia.
Y su fama, aparte de por ser uno de los hombres más ricos por la industria minera, venía principalmente por su sangre fría, su liderazgo en batalla y… el emisario de su emperador antes de cualquier derramamiento de sangre.
Era por todo ello que los condes de Rishund estaban nerviosos, pues, ¿qué motivos habría para que una persona como esa viniera aquí? El Condado de Rishund, perteneciente al Reino de Arundel, había sido completamente neutral, al igual que su país regente, en todos los conflictos en los que se habían visto envueltos los países vecinos, todo ello por la conquista y crecimiento del antiguo Reino de Velicia, ahora imperio.
Arundel llevaba tiempo sondeando y esquivando todo aquello que pudiera perjudicarle, y se mantenía ajeno en la medida de lo posible a todos los conflictos sin dejar con ello que su economía colapse, equilibrando el beneficio a unos y a otros en función de sus intereses. No es que no existiera el miedo a que ese fino equilibrio se rompiera, pero… en fin, ahora que un último país se había unido a la guerra, las cosas podían cambiar en cualquier momento.
Así que esta visita, ¿sería amiga, enemiga o neutral?
Y esa incertidumbre era lo que se reflejaba esa noche en la mesa.
—Lo que no entiendo es por qué tan de repente —expresó Cassius con molestia palpable—. Se supone que se dirigían hacia Triskar. ¿Por qué ese cambio de repente?
—Ahora mismo lo desconocemos —respondió el conde, negando con la cabeza—. No hemos tenido noticias de altercados en los alrededores o incidentes que hayan provocado el cambio en la ruta.
—No hemos hecho nada que pueda despertar antipatía o recelo —continuó Cassius frunciendo el ceño.
—No tiene por qué ser eso por lo que hayan cambiado su destino —intervino la condesa—. Ha habido varios movimientos en el norte, en la frontera con Lerian que podrían haber hecho que se desvíen en este momento.
—Pero, ¿eso no estaba controlado? —dijo entonces Cecily con preocupación.
—En parte, pero hubo una revuelta hará un par de días que causaron varios disturbios en la zona —explicó Cassius—. Aunque las fuerzas de Lerian llevan meses retrocediendo ante el avance de Velicia, últimamente sí que han podido hacer retroceder a los invasores desde las montañas. Pero, nuestro territorio no está exactamente en la ruta para ir hacia allí.
—Aunque es una tangente algo desviada, puede que quieran aprovechar para buscar otros traidores escondidos.
Cassius frunció el ceño ante las palabras de su padre, y pareció repasar en su mente todas las posibilidades antes de volver a hablar.
—¿Crees que pueden sospechar que escondamos a alguien?
—No estoy seguro —respondió el conde con un suspiro—. Entiendo el recelo general de Velicia, sobre todo cuando se empieza a hablar en la corte de una posible alianza con el imperio. No me extrañaría que quisieran cerciorarse de que nadie es un futuro traidor.
—Pero nosotros…
—El incidente del año pasado con ese noble que resultó ser de Sotora aún puede rondar la mente del emperador —lo interrumpió el conde.
—¡Pero resolvimos el conflicto en el momento en que nos enteramos! —exclamó Cecily.
—Y dimos un castigo ejemplar —asintió el conde—, pero, eso también nos puso en el mapa y a Arundel alejarse un poco de su neutralidad. Deberemos tener cuidado en esta visita. El rey querrá un informe después de esto. Cassius, tendremos que ir a la capital después de esto.
—Está bien, padre.
Sin cambiar ni un ápice mi expresión, escuché todo aquello de lo que se habló en esa mesa sin perder un detalle, aunque bien sabía que no hablarían de nada realmente confidencial aquí. En el fondo, eran cosas que ya había escuchado a lo largo del día desde que se recibió la carta anunciando la futura llegada del duque Kastrana.
Aunque mi mente se quedó rumiando una parte de esa conversación.
Traidores.
Desde que el continente parecía librar una guerra constante, parecían llover los traidores por todos lados. Dependiendo de a qué bando mirases, claro. Y todo empezó en ese lugar, Velicia, el nuevo imperio.
O mejor tendría que decir que todo empezó antes, con la caída de ese reino.
Brimdel.
Hace cerca de seis años, un reino situado al oeste del continente, Brimdel, fue masacrado hasta su completa aniquilación por el reino que se encontraba al norte, Kustan, quien estaba ansioso por incrementar su territorio. La caída de Brimdel fue tan devastadora y cruel que no quedó ni un solo noble con vida y toda la sangre real fue asesinada con frialdad. Las historias ominosas de un comandante enemigo, el denominado Caballero Negro, encogió el corazón de todos, pues se convirtió en la espada de batalla de Kustan, consiguiendo una victoria allá donde fuera.
Los diferentes países observaron la situación en silencio e inquietud, pero esperaban que, tras la conquista de Brimdel, Kustan no siguiera con ansias de guerra. Pero no fue así.
El reino no tardó en poner sus ojos sobre el reino vecino de Brimdel, Velicia, un reino rico y próspero pero relativamente pacífico.
Comenzó así una nueva lucha por la supervivencia, por la conquista. Y al principio, todo pareció ir en contra de Velicia, quien vio cómo su territorio fue mermando poco a poco y cómo su príncipe heredero cayó en batalla.
Hasta que apareció él.
El segundo príncipe, Bernard Cenchilla Shane Pascourt.
Nombrado como nuevo sucesor tras la muerte de su hermano, se embarcó en la guerra contra Kustan con más fiereza que antes y, para sorpresa de muchos, derrotó al Caballero Negro. Los relatos sobre esto eran bastante variopintos, pero la línea general aclamaba la victoria del príncipe sobre el caballero que había imbuido el temor sobre todos. Al mismo tiempo que se enfrentaba a las tropas del Caballero Negro, Bernard había desdoblado su ejército y parte de él se dirigió en secreto a la capital de Kustan, que estaba baja de defensas.
Con la caída del Caballero Negro y el ataque a la capital, Kustan no tardó en caer y ser conquistada por Velicia.
De esa manera, Velicia se nombró como el reino más extenso del continente.
Aquí fue donde todo comenzó. Al principio Velicia se mantuvo tranquilo, reorganizando su territorio y armando su ejército. Los países de alrededor y más cercanos a Velicia temían que pudieran acabar como Brimdel o Kustan, por lo que también se volvieron más esquivos y desconfiados a nivel diplomático.
No fue hasta el día que hoy se conoce como “La Ceremonia de Sangre” que el mundo político internacional sufrió un revés. La hermana menor de Bernard, la princesa veliciana Elisabeth, quien iba a comprometerse con el segundo príncipe del reino de Ishtrana, fue asesinada el día de su compromiso.
Y ese fue el día en que Ishtrana entró en guerra contra Velicia junto a Lerian y Sotora.
¿Cuánta sangre se ha derramado desde entonces? Probablemente podrían llenarse tinas y tinas con la sangre de tantos soldados o inocentes derramada en la guerra. De eso ya habían pasado cuatro años, y el conflicto, aunque aún estaba algo lejos de resolverse, parecía cada vez más decidido en favor de Velicia, quien ahora se había proclamado como imperio tras anexionarse Ishtrana y gran parte de Sotora. Y todos, aunque no lo decían, pensaban que Lerian no tardaría en caer, así como lo que quedaba de Sotora.
El resto de los países, entre los que se encontraba Arundel, habían intentado mantenerse al margen, con mejor o peor resultado. En concreto, se hablaba de que Arundel pasaría a ser un aliado pronto, pero nada estaba decidido. Velicia era muy cautelosa a la hora de hacer algún movimiento y sus investigaciones habían sacado más de una vez traidores escondidos. Probablemente por eso en el Condado Rishund ahora se cerniera el nerviosismo; probablemente pensaran que podrían ser investigados, y la familia llevaba tiempo subiendo poco a poco en la escala social, llegando a tener cierta importancia en la corte en los últimos tiempos. No querrían que se reputación se viera salpicada ni cuestionada, sobre todo después del incidente de hace dos años. Querrían mostrarse más neutrales y en resonancia con la corona de Arundel, y sobre todo, que no había nadie que conspirara o traicionara.
Aunque… eso no era del todo cierto.
Sin que se notara ningún pensamiento o estado de ánimo, acompañé a Cecily de vuelta a su habitación, mientras intentaba hablarme de otro tema más ameno, centrado en las flores del jardín que ya habían florecido.
—La verdad… estoy algo nerviosa —confesó mientras la ayudaba a cambiarse a su ropa de dormir—. Espero que mañana todo vaya sin problemas. Y que yo no cometa errores —dijo con una sonrisa algo nerviosa.
—Va a estar espléndida mañana, señorita —respondí con una sonrisa tranquilizadora—. Siempre ha sabido mantener la compostura con todo tipo de situaciones.
—Confías demasiado en mí, Gaiana —dijo ella con una sonrisa más vivaz.
—Pero lo creo con sinceridad.
—Lo sé. Siempre has sabido sacar lo bueno de mí. Gracias —dijo con una sonrisa—. ¿Me ayudarás mañana a cambiarme?
—¿No lo hará la señorita Rachel?
—Estará también, pero me gustaría que me ayudases también. Tus peinados siempre me han parecido los más hermosos —pidió con cierto rubor en las mejillas.
—Como desee mi señorita —respondí con un asentimiento.
Tras unos pocos minutos más, abandoné la habitación, con varios pensamientos en la cabeza. El primero, era que mañana seguro que me cobraría alguna mirada desdeñosa por parte de Rachel. La segunda, que esperaba desaparecer lo más pronto posible en cuanto mis tareas estuvieran hechas.
Estaba tan sumida en mis pensamientos mientras me dirigía a las dependencias del servicio, en la zona anexa de la mansión, que, no me di cuenta hasta que ya fue demasiado tarde de que algo se caía sobre mí.
Ahogué un grito cuando noté que algo caliente me salpicaba, y un olor a salado de estofado se colaba por mi nariz.
Alcé la cabeza, solo para encontrarme a Rachel, que sonreía con burla con un par de sirvientas a su lado, que sostenían un bol, ahora vacío.
—¡Oh, Gaiana! ¿Estás bien? —preguntó con sorna—. Tropecé y se me cayó.
Por un momento, mi mirada se volvió hostil, pero no tardé en devolver mi rostro a su templanza habitual.
—Estoy bien, señorita Rachel. Un descuido lo tiene cualquiera.
—¡Vaya! Es un alivio. Será mejor que vayas a limpiarte antes de que el olor se impregne.
Y con una sonrisa sacada de una villana barata de cuento, se marchó con sus sirvientas, que no echaron siquiera una mirada en mi dirección mientras se iban.
El pasillo quedó vacío y en silencio, ni siquiera mi respiración era audible mientras contaba los segundos, uno tras otro, para calmar mi sentir; una furia y sensación de vergüenza que me quemaban por dentro. De un movimiento seco, retiré la mayor parte de la pringue que se había quedado en mi cara, en mi pelo, en mi vestido de criada. Me ardía un poco allá donde ese estofado de mierda había tocado mi piel pálida e impoluta.
¿Debería ir y matarlas?
Pero, aunque sabía que podría hacerlo, no me traería ningún beneficio hacerlo. Pero esta rabia, esta ira que se mezclaba con mi nerviosismo y ansiedad que guardaba ya internamente, sentía que estaban a punto de explotar.
Así que decidí moverme a otro lugar.
A donde gestionar mis emociones, a guardar mi fuerza, mis ganas de vengarme.
Así que corrí.
Porque de lo contrario, podría hacerme caer la máscara que portaba desde hace años.
La caída de una casa guerrera
Las heridas que nos separan Capítulo 1
I
Hubo un tiempo en el que fuimos un gran reino.
Vastos territorios, grandes llanuras, hermosos bosques y valles, profundas minas, altas montañas, una riqueza sin igual. Una historia llena de sabiduría, de honor, de crecimiento, de lealtad y valor. Una vez fuimos la cuna del mundo, de donde se decía que provenían los dioses, de donde tantos mitos y leyendas habían nacido.
Una vez fuimos esos hijos de los dioses.
Sin embargo, ahora… todo se derrumbó.
¿Era por culpa de nuestra historia? Las glorias pasadas, el vislumbre de un posible enemigo más fuerte, la confianza inútil… o la visión de un monarca inútil. ¿Era eso por lo que ahora estábamos sufriendo todo esto?
Si así era, cuán tontos habíamos sido. Habíamos pecado de confianza, de egoísmo, de torpeza y narcisismo. Nuestro rey y con él, todos los nobles que lo habíamos apoyado, que lo habíamos seguido. Y por esa acción, ahora todo el pueblo sufriría las consecuencias.
La sangre, la destrucción, la muerte llamaban a nuestra puerta con fiereza.
¿Ya era demasiado tarde? Sí… seguramente, lo fuera.
Oh, dioses míos, apiadaos de nosotros, porque todo este horror era algo que acabaría sin duda con la mayoría de nosotros.
Con esa plegaria, el corazón encogido y la respiración acelerada, me detuve en mi carrera para observar con horror la imagen que se proyectaba desde la ventana.
La ciudad, la capital, estaba sumida en la amplia luz anaranjada y cálida del fuego. Lo que pensaba que sería una noche algo tensa, se había convertido en una pesadilla.
La enorme ciudad que había visto con admiración mientras crecía, la ciudad que había considerado hermosa y con cientos de años de historia, estaba ardiendo. Nuestros atacantes finalmente habían llegado y aun aunando todas nuestras fuerzas, no fuimos lo suficientemente fuertes para detenerlos.
El ejército enemigo se cernía sobre nosotros mientras la ciudad era arrasada. Los ciudadanos corrían despavoridos mientras intentaban salvar la vida, los guardianes reales intentaban mitigar la tragedia que no tenía control.
Henchida de rabia y frustración, apreté los dientes mientas miraba esa escena.
¿Cómo había podido suceder todo esto?
—¡Ya vienen!
—¡No dejéis que entren a la mansión!
—¡Cerrad las puertas!
Impotente, observé lo que ocurría sin saber qué hacer. La ciudad había caído, el enemigo se acercaba cada vez más, los guardias caían uno tras otro sin poder detener a los agresores, los ciudadanos serían masacrados o convertidos en esclavos en el mejor de los casos.
¿Por qué? ¿Por qué se había vuelto todo así? ¿Por qué habían ido a por nosotros de esa manera?
Sujetando el marco de la ventana, apreté los puños mientras elevaba la vista al cielo nocturno, donde una gran luna de sangre vislumbraba la deprimente ciudad.
—¡Está aquí!
Antes de que me diera cuenta, alguien me agarró del brazo y tiró de mí. Rápidamente, me revolví y zafé de su amarre, preparada para responder cualquier golpe. Pero me detuve.
—Jeffrey…
—¡Mi señora! —exclamó el hombre de mediana edad con ansiedad—. ¡La estábamos buscando! ¡No puede quedarse aquí!
—La ciudad…
—¡El general nos ordenó llevarla a su despacho! —gritó este mientras volvía a tirar del brazo.
—¿Padre ha vuelto? —me sorprendí—. Pero…
—¡Hay que darnos prisa!
Sin más explicaciones, comenzó a llevarme por los pasillos del castillo mientras veíamos correr a multitud de personas; algunos queriendo huir, otros sin saber dónde ir y otros preparándose para el combate.
—Jeffrey, ¿cuál es la situación de todo esto?
—No pudimos contenerlos —dijo tras una larga pausa—. Fuera, no fuimos capaces de plantarles cara. Su ejército… ese… ese combatiente… No fuimos capaces de hacer nada.
—¿Cómo está mi padre? ¿Y mi madre? —pregunté, llena de preocupación.
—Señorita…
—¡Dímelo!
Sin embargo, solo recibí silencio y una mirada de rabia y frustración contenida, lo que hizo sacudir mi corazón.
¿Qué había pasado?
Temiendo lo peor pero incapaz de hablar, dejé que me condujeran a nuestro destino, el despacho personal de mi padre, al que entramos abriendo las puertas con fuerza, algo inadmisible en un día común.
En el momento en que entramos, pude vislumbrar la habitación en la que tantas veces había intentado refugiarme a escondidas de mis doncellas y de los guardias, buscando entre esas estanterías todos los libros que hablaban de nuestra historia, de nuestro legado, de nuestro futuro. Un lugar donde me quedaba horas estudiando para futuras investigaciones; un lugar donde soñé muchas veces.
—¡General!
Y en medio de todo, apoyado sobre el escritorio de ébano de tallas precisas, había un hombre alto y de espalda ancha que nos daba la espalda. Ataviado en un traje de combate que, por sus adornos podríamos decir que pertenecía a un noble, parecía una persona imponente manchada de sangre. Sin embargo, cuando se volteó hacia nosotros sujetándose con una mano el abdomen, no vi un rostro feroz, sino el de un hombre que se veía cansado.
—Padre…
—¡La hemos traído en cuanto la encontramos, su excelencia!
—Tráela. Tráela…
—¡Padre!
Sin pensar mucho más, me precipité hacia él para sostenerlo, que parecía que iba a caerse en cualquier momento. Asustada y sorprendida a partes iguales, vi con horror la sangre que manaba con lentitud desde su abdomen, tiñendo sus ropajes de combate. Los vendajes que llevaba apretados contra este no parecían ser efectivos.
—¿Cómo…? —me mordí el labio, frustrada—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué pasó ahí fuera? ¿Dónde está madre? Tenemos que llevar…
—Escucha… Escucha, hija —me interrumpió mi padre mientras se incorporaba de nuevo—. La ciudad… ha caído. En la batalla no pudimos hacerles frente. Todo… estaba… —hizo una mueca de dolor—. Nos superaban. Su ejército…
—Nuestro pueblo se orgullece de tener los mejores guerreros del continente. No puede…
—Pero no lo tenemos a él con nosotros —me interrumpió mi padre.
—¿Qué?
—Ahí fuera… Su ejército no era normal. Había cosas para las que no estábamos preparados. Personas que escapaban de nuestro control. Habilidad, fuerza, destreza… —sacudió la cabeza—. Ese grupo no era normal. Y luego estaba él.
—¿Él? —pregunté llena de confusión.
—El comandante —apretó los dientes—. Aquel que ahora es el príncipe heredero. El libertador.
Me quedé sin saber qué responder por un momento. ¿Había dicho esa palabra? ¿Libertador? Parpadeando un par de veces por la impresión, miré a mi padre, cuya mirada parecía estar muy cuerda.
—Pero… eso eran leyendas…
—No es una leyenda. Es real —dijo mientras me agarraba de los hombros con fuerza—. Una persona con un aura diferente, con una fuerza excepcional, con esa mirada y… esa marca. El símbolo de los dioses.
Sorprendida ante aquellas palabras, me quedé callada, esperando a que continuase mientras una sensación de intranquilidad se alojaba en mi interior.
—Fue demasiado. Él y su grupo de… elegidos, eran algo excepcional. Cada uno liderando una parte del ejército a la perfección. Y él… —cerró los ojos un momento, abatido—. Nos fue imposible. Nos… masacraron.
Contuve la respiración ante esas palabras. ¿Qué estaba diciendo? ¿Todo eso era real? ¿Un elegido? ¿Un libertador? ¿Un grupo excepcional? ¿Por… nosotros?
—¿Cómo… cómo puede ser? ¿Y los demás? ¿Y la casa real? —pero solo recibí un silencio que me hizo estremecer—. No puede ser… ¿Han… caído? —Tragué saliva mientras sentía que mi cuerpo comenzaba a temblar un poco—. ¿Dónde está madre? ¿Dónde? Padre, ¡dímelo! —urgí mientras lo agarraba de los brazos.
—Ella… Se fue —dijo con dolor en la voz—. Mientras luchaba, ellos… No pude hacer nada para salvarla.
Se le escapó un sollozo; notaba su cuerpo temblar ligeramente mientras intentaba controlar su espíritu. Yo me quedé petrificada, con los ojos bien abiertos, mientras asimilaba la información. ¿Mi madre había caído en batalla? ¿Ella? ¿La máxima comandante de nuestro ejército había caído en combate? ¿La mujer invicta? ¿La única mujer que había conseguido vencer a mi padre?
—No. No. Dime que no es cierto —dije finalmente mientras notaba que las lágrimas se acumulaban en mis ojos—. No es posible. No…
Hice todo lo posible por aguantar las lágrimas, como bien me habían enseñado, aplacando la respiración y silenciando lo máximo posible los rápidos latidos de mi corazón. Pero no pude evitar que mi cuerpo temblase.
Aquella revelación me dejó en shock. Algo así no podía ser real. Mi madre no podía haber sido vencida. No podía haber caído. Mi madre… Pensar en que no volvería a verla, que alguien había apagado su sonrisa, sus ojos risueños, su fuerza y valentía… No, simplemente no podía ser real.
No podía ser…
—¡…anna! ¡Escúchame! —gritó mi padre mientras intentaba sacarme de mi ensimismamiento—. ¡Hay que moverse! ¡Tienes que salir de aquí!
—¿Qué…?
—La mansión caerá. Y el palacio real. Lo sé. Después de ver lo que he visto, estamos condenados. Todo. Nuestro pueblo, esta ciudad, nuestra familia y legado… —le temblaba la voz, aunque ya no sabía si por la debilidad de su cuerpo o por sus sentimientos encontrados—. Tienes que salir de aquí.
—¿Qué? No, no. No —me aparté de él, percatándome de lo que quería decir—. No pienso irme de aquí. Lucharé. No abandonaré.
—No —dijo con voz autoritaria.
—¡No puedes pedirme que me vaya en esta situación!
—Es precisamente por eso que lo hago. No tenemos opciones. Pero tú puedes…
—¡No pienso huir cual cobarde! —exclamé, llena de rabia—. El enemigo viene a por nosotros, ¿y me dices que huya? ¡No puedo hacer eso! Nuestro pueblo, nuestra gente, mi madre… No puedo irme. Dios, ¡¿qué está haciendo la casa real con todo esto?!
—Caerán. Y tú te irás. No voy a discutir en esto —dijo mientras le hacía un gesto a Jeffrey.
—¡No! —grité mientras me revolvía y deshacía su agarre—. Esto no está bien. No es justo para el pueblo. Si lo que dices… Si lo que dices es cierto, si estamos condenados, un gobernante tiene que estar junto a su pueblo hasta el final. Dar la cara, luchar por ellos, por nosotros. No voy a… —pero me callé al ver la mirada desolada y cansada de mi padre.
—¡Todavía no eras la princesa de este reino! ¡No puedes hacer nada! —gritó, haciéndome enmudecer.
Con los ojos bien abiertos, lo miré como si me hubieran clavado un puñal. Su mirada, que pasó del enfado al arrepentimiento, fue bastante clara. Dolida, desvié la vista mientras intentaba esconder el temblor de mi cuerpo.
—Anna… Entiendo perfectamente cómo te sientes —habló de nuevo, más calmado, e hizo una mueca de dolor—. Sé que lo que estoy diciendo va en contra de lo que te hemos enseñado. Sé que lo ves rastrero. Sé que… quieres luchar hasta el final con todas tus fuerzas. Pero no puedo dejar que lo hagas. Ni yo… ni tu madre.
—P-Pero… —ahogué mis palabras, demasiado conmocionada como para pensar con fluidez—. Sé que… Sé que…
—Todo va a desaparecer —me interrumpió, cada vez con mayor dificultad en sus palabras—. No tenemos salvación. Ni nosotros, ni nuestra familia. Ni siquiera la familia real. Acabarán con todos por todas las acciones que elegimos en el pasado. Seremos aniquilados… para luego ser olvidados o recordados como meros monstruos.
—Pero no lo somos —dije con frustración, evocando mis sentimientos a la compleja situación—. ¿Por qué? ¿Por qué ahora?
—Tal vez las escrituras siempre fueron en nuestra contra.
—Esas mismas escrituras decían otras muchas cosas, padre.
—En efecto. Pero… henos aquí —sonrió con tristeza.
—No es justo. No es…
—Nuestra existencia nunca lo fue —me interrumpió con pesar—. Anna, escúchame. Si nada va a quedar de nosotros, si no hay piedad, si no tenemos oportunidad… déjame al menos darte la libertad. Déjame darte aquello que quisiste antes de obligarte a vivir esta vida… Ve el mundo. Vive, explora, investiga, siente… Sé que lo que estoy pidiendo es egoísta. Sé que no estoy haciendo lo más noble. Pero… vive. Vive, por nuestra familia, por la ciudad… por nuestro pueblo. Vive por todos nosotros, Arianna.
Sobrecogida ante esas palabras, me quedé callada, observando el rostro de mi padre. Había dicho muchas cosas, la mayoría con un gran peso emocional y también significativo. No solo estaba diciendo que me salvara, sino que me estaba haciendo la última representante de nuestra gente, la última que sabría lo que aquí ocurrió, la única que los recordaría con amor. La única que sabría la otra verdad.
Libertad… Desde hacía mucho tiempo, quería conocer el mundo más allá de los límites de nuestro reino. Desde siempre quise saber, conocer, aprender, ver mucho más allá. Pero, sabía que el mundo exterior era peligroso, que podría salir herida, que mi restringida vida como única hija del duque de Kouth no me lo permitiría jamás. Pero ahora… se me daba esa oportunidad.
Un ruido lejano de explosiones hizo que el suelo temblase un poco, así como mi corazón. Desvié la mirada hacia la gran ventana del despacho; el humo y la luz de las llamas se veía en la lejanía.
Este lugar, como bien había dicho, desaparecería. Y yo… ¿querían que me fuera? ¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué la única hija de los mejores guerreros del reino tenía que huir?
—Sé que quieres hacer lo correcto —habló de nuevo mi padre—. De verdad que lo sé. Pero ahora… Solo permíteme ser egoísta. Es mi último deseo, ya no como general, sino como padre.
—Padre, yo…
Un ataque de tos repentino me hizo dar un respingo, horrorizándome al ver que mi padre había escupido sangre.
—No me queda mucho tiempo… Debes irte —dijo finalmente, mirándome.
—No, no… No, padre, espera. Puedo…
—No tiene sentido intentar sanar estas heridas. Las fuerzas que me quedan… las usaré para ayudarte a escapar.
—No, no… No padre, por favor…
—Arianna, mi pequeña princesa —dijo mientras me tomaba de las manos—. Siempre fuiste el orgullo de nuestra familia. Por mucho que tengas tus reservas y dudas, estoy seguro de que todos esperaban con alegría el día en que ascendieras al trono cuando te unieras al príncipe heredero. Tu valor es… incalculable para todos nosotros. Sé que tu madre y yo fuimos estrictos, sé que no fui todo lo comprensivo que debía ser, sé que fui muy exigente. Ahora… Solo espero que puedas perdonarme y que… seas libre.
—No, eso no importa —dije mientras notaba a Jeffrey de nuevo acercarse, tomándome de un brazo—. No puedo dejar las cosas así… Yo… No merezco… —me tragué mis palabras, inundada por la situación—. No quiero perderos.
—Estaremos siempre contigo. En tu memoria… y corazón —dijo con voz temblorosa—. No nos queda mucho tiempo. Hay un pasadizo que recorre toda la ciudad y da al bosque.
—Si hay algo así podemos evacuar a más gente. Si nos damos…
—La población ya no podrá llegar a nuestro territorio —dijo mi padre, como si hablase con una niña—. Solo nuestra familia podría abrir ese lugar. Confío en que sabrás cómo —sonrió con tristeza mientras me colocaba sobre los hombros una capa con capucha que ya le había visto portar a Jeffrey—. Ahora vete. Y… vive, Arianna. Adiós, hija.
Lo último que vi de esa habitación antes de ser sacada, fueron las lágrimas de mi padre, aquellas que nunca antes le vi derramar, mientras volvía a desearme que viviera.
Arrastrada por los pasillos, no tuve fuerzas para oponerme, reviviendo esa imagen una y otra vez en mi cabeza.
La gente iba y venía, el sonido del llanto, el olor del humo que empezaba a mezclarse con sangre, el sonido del asedio al castillo mientras los gritos se escuchaban cual eco en la distancia.
Se estaban acercando.
Nuestros enemigos pronto asediarían nuestro hogar; todo terminaría.
«¿Todo… va a acabar?» Pensé mientras me dejaba llevar.
Todo parecía ralentizarse, parecía lejano, distante, como si fuera un mero espectador de lo que veía. Reverberando el sonido de mi corazón en mis oídos, el fluir de mi sangre parecía ser lo único que me conectaba con esa pesadilla.
Hace semanas, solo estaba malhumorada mientras pensaba en lo fastidioso que era organizar un baile como futura princesa. Hace una semana estaba feliz por salir fuera del palacio. Hace un día estaba ensimismada en mis investigaciones. ¿Cómo se había tornado todo en esto?
¿Por qué estábamos en guerra? ¿Por qué íbamos a perecer? ¿Por qué parecía que no podríamos hacer nada? ¿Por qué nuestro sino estaba marcado con sangre?
¿Qué habíamos hecho para que el mundo nos diera la espalda?
¿Era nuestra historia? ¿Nuestro pasado? ¿O nuestro poder oculto?
El sonido de una nueva explosión me hizo volver en mí. ¿Desde cuándo estaba clavándome las uñas en las palmas de las manos? Notaba el sabor de la sangre en mi labio, y la tensión en mi cuerpo mientras corría por esos pasillos.
Ya habíamos descendido varios pisos; corríamos ahora por el primer piso, un lugar poco visitado por los aristócratas al encontrarse más dependencias del servicio que otra cosa. Pero… era un lugar que conocía muy bien.
Una imagen de ayer asaltó mi mente, haciéndome abrir mucho los ojos de repente.
—¡Espera! —grité a Jeffrey, haciéndolo parar en seco tras tirar de él.
—Señorit…
—¡Tengo que ir a un lugar! —exclamé mientras comenzaba a correr en dirección contraria.
—¡No podemos! No tenemos…
—¡Será un momento! —dije mientras esprintaba.
Sabiendo que me seguía, llegué lo más rápida que pude a una habitación algo aislada de esa planta, una habitación amplia pero llena de todo tipo de artilugios. Un lugar en el que había pasado muchas horas.
—Esto… Es…
—Así es —dije mientras atravesaba la estancia.
Sabía que no teníamos mucho tiempo, y había aún menos para sentirse impresionado, pero suponía que no podía evitarse hacer esa cara de asombro si entrabas aquí por primera vez. O al menos… eso había visto.
Este lugar era el famoso laboratorio de la señorita Kouth. El lugar donde pasaba tantas horas, el lugar donde llevaba a cabo mis investigaciones y estudios. El lugar donde comencé a refugiarme cuando todo se me hacía grande. El lugar donde pensaba que encontraría lo que me faltaba, lo que buscaba.
«Si pudiera… Si pudiera ser más fuerte...» Pensé con dolor mientras me dirigía hacia un lugar en concreto.
En mitad de la sala había una especie de máquina con muchos apéndices metálicos que suspendían en su centro una esfera plateada con varios grabados extraños. Si uno se fijaba, podría ver que dichos grabados, era una lengua arcaica. Aunque no era como si todos pudieran saber eso.
Con cierta ansiedad, agarré esa esfera que sujeté con ambas manos. La superficie plateada reflejaba unos ojos extraños, únicos; unos ojos que amaba y odiaba a partes iguales. Desviando la mirada para pensar en otra cosa, busqué la bolsa de viaje que usaba en otras ocasiones y la metí dentro. Sin dar una palabra más, me dirigí hacia la salida.
—¡Mi señora! —exclamó Jeffrey, que me seguía consternado.
—Continuemos —pedí mientras volvía a dejarme guiar por esos pasillos que cada vez se me hacían más agobiantes.
En silencio, esquivando personas, escuchando los sonidos de la guerra continuamos nuestra travesía por ese alborotado lugar. De vez en cuando, las palabras llegaban a mis oídos.
—La puerta este parece resistir por ahora.
—¡Es muy poderoso!
—El batallón central va a la puerta principal…
—¡El general los está conteniendo!
«¿Padre?» Pensé con sorpresa al escuchar aquello. ¿Se había quedado conteniendo al enemigo? ¿Para ayudarme a escapar o dar la cara?
Seguramente una mezcla de ambas.
Apretando los dientes, aceleré el paso siguiendo al militar. Llegando a uno de los patios principales, atravesamos el lugar a toda prisa, pero me permitió ver la tragedia que danzaba con nosotros esa noche. Incluso el jardín más hermoso del palacio, comenzaba a ver su extinción por el fuego cuando aún no habían entrado los enemigos en la mansión
Los soldados iban y venían. Algunos portaban armas, otros parecían heridos, otros preparaban un nuevo ataque. De entre la multitud, hubo alguien que captó mi atención.
—¡Jeffrey, espera!
—¡No podemos perder más tiempo! —gritó el militar, desesperado.
—¡Es tu hijo! —exclamé.
Pude ver cómo los ojos de ese gran hombre se abrían como platos, cómo el miedo inundó sus ojos y lo hizo vacilar. Aprovechando eso, me desvié del camino y corrí hacia una gran cantidad de soldados, que parecían reorganizarse y separar heridos.
De entre todos ellos, pude ver a un joven cuyo cabello solía destacar entre la multitud y que desde la infancia había buscado con frecuencia.
—¡Alexius! —grité su nombre mientras llegaba hasta él.
Al principio, todos parecieron sorprenderse al escuchar mi voz, pero pronto varios se giraron, haciendo varios gritos de asombro al reconocerme, entre ellos, la propia persona que había llamado.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó con espanto al vernos aparecer.
—Tu cara…
—Solo es una herida superficial —negó con la cabeza, apartándome la mano.
Lo había visualizado desde lejos, pero su cabello rojo como el fuego era visible fácilmente. Su rostro estaba parcialmente bañado por la sangre, lo que me había alarmado gravemente. Sin embargo, parecía que solo tenía una herida cercana al cuero cabelludo.
—¡Tenéis que salir de aquí! ¡Tienes que irte! —exclamó mirándome y luego a su padre, que parecía intentar imbuirse de nuevo en su cara seria—. Tiene que escapar, no tenemos mucho…
—¿Lo sabías? —pregunté con asombro—. ¿Sabías de este plan de escape?
—Solo un par de personas además de mí sabíamos de las intenciones del general… por si algo le ocurría a alguno de nosotros —contestó Jeffrey con voz calmada.
—Esto es…
—Su seguridad es lo primero, mi señora —dijo el hombre—. Y es lo que todos deseamos.
«¡Pero yo no deseo esto!» Grité para mis adentros, mirando al que consideraba mi amigo de la infancia con rabia y un sentimiento que me era difícil de describir.
Ya me era difícil soportar el hecho de que querían que escapase. Pero que estuvieran de acuerdo así de fácil, sin darme la oportunidad de quedarme hasta el final… Era doloroso.
Agarré a Alexius de un brazo y comencé a arrastrarlo, llena de ira.
—¡Arianna! No tengo tiempo pa…
—Si una de tus misiones era ayudarme a escapar si era necesario, entonces cumple con tu trabajo —dije mientras lo fulminaba con la mirada.
Esos ojos verdes me miraron con estupefacción, dolor y cierto resentimiento. Pero después de un largo suspiro y apretar los dientes, el joven me devolvió una mirada seria.
—Como desee, mi señora.
Sintiéndome aún dolida, comencé a correr, siendo adelantada pronto por padre e hijo, que me mostraban el camino. El revoltijo de sentimientos que me abrumaba era cada vez más difícil de soportar; el temblor y las ganas de llorar iban incrementándose a cada segundo.
Pero solo continuaba avanzando, intentando evadirme de toda esa pesadilla.
Al cabo de los minutos, quedó claro que nuestro destino era la zona subterránea de la mansión, un lugar poco visitado y donde había también muchas restricciones. Sin embargo, esa noche, pocos quedaban en ese lugar.
El laberinto que conformaban los pasos subterráneos era un lugar por el que siempre tuve curiosidad y que había hecho que innumerables ocasiones descendiera por él en busca de aventuras cuando era joven, a veces, acompañada por el pelirrojo que corría delante de mí.
Siempre me pareció emocionante; ahora solo me infundía ansiedad.
—Hemos llegado —informó Jeffrey cuando nos paramos frente a un pasadizo sin salida.
—¿Es… aquí? —pregunté con duda en la voz.
La pared de piedra no se veía que tuviera nada especial, y las antorchas no parecían mostrar nada de interés. Solo se veía una pared vacía.
Recordé las palabras de mi padre, alegando que solo la casa Kouth podía abrirla. ¿Era algo especial de mi familia entonces?
Con duda, puse una mano sobre la pared, acariciando y recorriendo con los dedos la fría piedra. Fruncí el ceño y luego cerré los ojos, buscando aquello que pudiera ser diferente. Sabiendo que dos pares de ojos me miraban con cierta ansiedad, seguí acariciando esa pared hasta que… mis dedos notaron un salto. Un leve surco en la piedra, tan tenue, que no era prácticamente perceptible al ojo humano. Un surco que se continuaba a lo largo de la pared, formando algo.
—Alexius, déjame una daga.
—¿Qué? ¿Para qué…?
—Dame una de las dagas o la cogeré yo misma —dije en tono autoritario.
Al final, el joven, aun contrariado, me tendió una de las dagas. Antes de que pudieran hacer amago de pararme, pasé la daga por una de mis palmas, brotando así la sangre.
—¡Señorita!
—¡Arianna!
—Es necesario —dije sin mirarlos mientras comenzaba a pintar los surcos con mi sangre.
Si no me equivocaba, el símbolo que formaban esos surcos era uno muy antiguo y bien conocido para la familia, de significado profundo y oculto para muchos. Pero para nosotros… era parte de nuestra esencia. De lo que éramos.
Y si yo formaba parte de esa esencia, solo parte de mí podría abrirla.
Un temblor repentino del suelo me hizo trastabillar, teniendo que apoyar parte de mi cuerpo en el muro cercano. Un gran estruendo se sacudió sobre nosotros.
¿Era un terremoto?
Con rapidez, Alexius llegó hasta mí y cubrió mi cuerpo contra la pared, como si estuviera protegiéndome. Nuestras miradas, la suya ansiosa y la mía algo asustada, no se apartaron la una de la otra hasta que el temblor cesó.
—Han entrado —dijo entonces Jeffrey con lividez en su rostro.
—Tan rápido…
—No podemos perder más tiempo —urgió al mirarme.
Mordiéndome los labios y apartándome de Alexius, volví al muro y con rapidez, terminé de dibujar el símbolo. Al principio, no pareció ocurrir nada, pero tras unos segundos donde solo escuché el atronador sonido de mi corazón, la pared comenzó a crujir y moverse, dejando al final un oscuro pasadizo.
Ahí estaba. El final de este viaje, el corredor que me llevaría fuera. El túnel que separaba mi vida conocida de algo completamente desconocido.
¿De verdad iba a irme? ¿De verdad iba a dejarlo todo? ¿Estaba siendo cobarde o solo estaba obedeciendo los deseos de mi padre? Libertad o la batalla. La vida o la muerte. La caída de mi vida como la mujer más ilustre del reino y la vida de alguien que podría huir para siempre.
El dolor por el recuerdo, o el silencio de la muerte.
Con tantos sentimientos desbordándose, miré a Jeffrey y Alexius, que me incitaban con la mirada a seguir.
—Venid conmigo —dije con voz temblorosa.
—Alguien tiene que volver a sellar el lugar, mi señora —contestó el hombre más añejo, con pesar en la mirada.
—No… No. No puedo irme. No puedo irme así. No puedo ser… la única que se vaya de esta manera —dije mientras los miraba con aire de súplica—. No puedo irme dando la espalda a mi gente. No… no puedo ser la única que se salve.
—Ojalá las cosas pudieran haber sido de otro modo —intervino Jeffrey en tono de disculpa—. Pero… solo queremos que viva.
—¡Pero yo no quiero vivir sabiendo que todos habéis muerto! —grité, perdiendo la compostura—. No puedo.
—¡Buscad por todos lados! ¡Atrapad a todos los que podáis! —escuché de repente en la lejanía.
¿Nos estaban buscando? ¿O solo a cualquier superviviente?
Con presura, Jeffrey desenvainó su espada e hizo un asentimiento después de una reverencia. Se nos había agotado el tiempo.
—Arianna —me llamó Alexius—. Eres la chica más fuerte que he conocido, la más inteligente, con un grandísimo corazón y que tiene en su sangre… una gran historia. Y posiblemente, la esperanza para muchos de nosotros. Solo puedes… ser tú —dijo mientras me llevaba hasta el comienzo del pasadizo.
—No soy tan fuerte… No lo soy… Soy… un fracaso… —sollocé intentando reprimir las lágrimas que luchaban por salir de mis ojos.
—Lo eres. Y yo… quiero... necesito, que vivas —dijo mientras me abrazaba con fuerza.
—Alexius… Ven conmigo… —dije suplicante mientras me agarraba a ese abrazo como si lo necesitara para respirar.
—Ojalá pudiera —susurró mientras se escuchaban pasos en la lejanía—. Tal vez en otra vida… sea diferente.
—¿Qué…?
Antes de que pudiera reaccionar, fui empujada. Sin equilibrio alguno, caí sobre mi trasero en ese lúgubre y oscuro lugar. La luz de la antorcha que me lanzó mi amigo fue lo único que alumbró mi visión, viéndolo a él con la mayor tristeza que había visto en su semblante risueño jamás.
—Arianna, yo… —pareció a punto de decir algo, pero, solo se mordió los labios y cambió su mirada triste, a una un poco más melancólica—. Espero que seas capaz de encontrar todo aquello que buscas.
—¡No! ¡Alexius!
Pero ese muro había comenzado a reconstruirse más rápido de lo que pensaba, y solo pude ver esa sonrisa triste, antes de quedarme sola en ese lugar.
Desde la distancia, podían verse las columnas de humo y fuego de lo que una vez fue la capital de un gran reino. A varios kilómetros de distancia, desde el bosque que de niña me parecía encantado, observaba cómo todo se consumía bajo las manos enemigas.
Con desesperanza y dolor, contemplaba lo que fue mi vida, mis sueños, mi futuro.
Ese día, mi reino había caído y con él todo lo que había sido mi mundo hasta ahora. La ciudad, la historia, el conocimiento, sus gentes, mis amigos, mi familia… Hasta mi existencia misma había desaparecido ese día.
Y todo por una guerra sin sentido. Todo por reinos extranjeros. Todo porque se apoyaban en manos de un “libertador”.
¿Qué tenía de heroico el masacrar tantas vidas inocentes? ¿Qué tenía de heroico subyugar a un pueblo por ser diferente?
Todo este dolor, toda esta desesperación, el vacío por la pérdida. Todos mis sueños, mi felicidad, mi esperanza… Todo me lo había robado esta guerra. Todo porque alguien dijo que debíamos caer en esta guerra.
¿Y qué había de ellos? ¿Hacer esto estaba bien? ¿El etiquetarnos como monstruos hacía que estuviera bien todo esto?
Noté que algo cálido y húmedo descendió por mis mejillas. Temblorosa, me llevé la mano sana a la cara, percatándome de que varias lágrimas finalmente habían escapado de mis ojos.
Con un sollozo lastimero, miré hacia el cielo, donde una luna completamente roja como la sangre, me contemplaba desde la distancia. Un fenómeno poco común que, según leyendas antiguas, era un mal presagio.
Cerré los puños con fuerza; el dolor en la mano izquierda vino cual punzada, pero eso no me importó. Tampoco mi labio que sangraba tras haberlo mordido con fuerza, tampoco el temblor en mi cuerpo.
Solo miraba la ciudad que una vez fue mi hogar en llamas mientras las lágrimas descendían y un sentimiento cada vez mayor iba ocupando mi mente.
Rabia, odio, rencor, ira… Un sentimiento indescriptible que se iba apoderando cada vez más de mí a cada segundo.
—Os vengaré. Juro que os vengaré.
Una promesa en el silencio de una noche oscura, con una luna extraña, con una chica de ojos extraños…
Una promesa que no dudaría en cumplir.
Prólogo
Las heridas que nos separan prólogo
En el momento en que fui empujada bruscamente contra la pared, un rayo iluminó nuestros rostros en medio de esa noche tormentosa.
Perdí la capacidad de exhalar durante un momento, para luego sobresaltarme cuando puso una de sus manos contra la pared, prácticamente encerrándome entre él y el muro La lluvia de finales de otoño nos empapaba sin piedad, entumeciendo las extremidades y haciéndome sentir un escalofrío por la temperatura cada vez más baja. Sin embargo, eso parecía carecer de importancia en ese momento, pues, mi corazón, cada vez más rápido y agitado parecía ser lo único en lo que podía concentrarme. Además… de esos ojos.
Él me miraba desde arriba, como tantas veces había hecho, pero esta vez, estaba tan cerca que podía notar su aliento cálido en mi rostro. Querría haber mirado hacia otro lado, pero mis ojos, mi cuerpo, mis deseos más internos, siempre lo acababan buscando, atraída cual abeja a la miel.
Pero esa mirada estaba lejos de ser dulce.
Sus ojos, de un hermoso color gris azulado, me miraban con intensidad. Parecían atravesar mil emociones en su interior, aunque su rostro permanecía serio y casi imperturbable, era capaz de ver la tensión en él, la mandíbula apretada, el leve fruncimiento del entrecejo, la crispación en su boca. Y en sus ojos… la cascada de emociones que no sabía interpretar. Enojo, tristeza, miedo, traición, ansiedad, pérdida… un deseo lejano.
Tragué saliva, sintiendo mi cuerpo temblar levemente ante su escrutinio. Quería preguntar, ¿por qué me miraba de esa manera?
Como si hubiera perdido algo precioso. Como si supiera que no podría encontrarlo, como si supiera que no podía hacer nada para tenerlo.
Sentía que mi interior se rompía al verlo de esa manera, pues él siempre parecía mantener la compostura, la sonrisa, la seriedad cuando lo apremiaba.
Pero ahora, ese bello rostro me miraba como si temiera que fuera a desaparecer y al mismo tiempo, como si tuviera la necesidad de atravesarme con una espada.
¿Debería desear que lo hiciera? Bien sabía que tenía motivos para querer hacerlo. Y yo, lejos de sentir la repulsa que debería, hacía tiempo que solo quería enterrar mis dedos en su pelo negro como la obsidiana, abrazar su cuerpo mientras se apoyaba en mí, probar esos labios que se mordía, entregarme a la traición.
Sin embargo, en mi fuero interno, sabía que eso no sería posible.
Por más que quisiera, por más que aceptara mi sentir, por más que lo intentara, había cosas que no podía lograr. ¿Se sentiría él de la misma manera? Ahora que sabía la verdad, ¿se sentiría decepcionado? ¿Podría sentir lo mismo que yo; se quemaría por dentro como yo me estaba consumiendo?
Parte de mí, así lo quería. Ojalá se removiera como yo me llevaba sintiendo después de tanto tiempo. Cuánto lo había esperado. Pero, en mi fuero interno, lo sabía.
Podía sentir la traición, la camaradería, la confianza rota, la pérdida, pero, no… no lo que me hacía derramar esas lágrimas silenciosas.
—¿Por qué? —preguntó él, su voz más dura de lo que acostumbraba a escuchar hacia mí—. ¿Desde cuándo?
¿Qué podía decir? Las palabras parecían haberme abandonado mientras miraba su hermoso rostro, sus ojos absorbentes que me hacían querer matarme por hacerle daño. Seguramente debería arder en el mayor de los infiernos por todo. Pero, ¿había otra manera? Hice lo que pude por lo que creí que era correcto, aunque hacía tiempo que ya no sabía qué era exactamente eso.
—Lo sabes… sé que lo sabes —respondí al final con la voz rota mientras caían las lágrimas.
¿Me mataría después de esto? ¿Sería torturada, juzgada, ejecutada? Daba igual que al final hubiese querido retroceder, el daño… ya estaba.
Y lo peor, es que sabía que no tenía perdón. ¿Por qué lo haría? Ya lo había hecho una vez en el pasado, y eso lo había destrozado. Había tardado en sanar, pero sabía que no lo había olvidado. Que aún le era imposible olvidarla.
Y en el fondo sabía, que posiblemente mantuviera mi cabeza en alto ahora por lo que sabía. Por el motivo por el que me miraba de esa manera, por el motivo por el que su puño temblaba, sus ojos me buscaban. Aunque su corazón anhelaba a otra persona.
Porque le recordaba a ella. Porque nada de esto hubiera sido posible si… no hubiera estado ella antes. Porque solo era una sombra de un recuerdo, una herida abierta, una llaga que a mí me mataba cada día un poco más. Porque su corazón nunca me pertenecería y… tampoco lo merecía. Por más que quisiera, por más que anhelara, por más que hubiera ya traicionado a mis objetivos, por más que hubiera abierto mi corazón… él… nunca me vería de esa manera.
Y ahora que lo había descubierto, todo había terminado.
Porque estaba brecha entre él y yo, ya no se salvaría.