Presa y cazador

VII

—Maldición.

Mi voz quedó sepultada en medio del silencio atronador de ese templo, vacío, frío y solitario.  Me mordí el labio, apoyada contra esa enorme puerta que no cedería ante cualquiera de mis esfuerzos. Me dejé caer, sentándome en el suelo de mármol, frío y vetusto, mirando hacia la inmensidad de la gran estancia, iluminada por aquellas antorchas.

—¿Y ahora qué?

La pregunta quedó hecha al aire, sin esperar respuesta alguna. Suspiré, levantándome finalmente tras llegar a la conclusión de que quedándome quieta no llegaría a nada, como cada cosa que había ocurrido desde que desperté en este lugar.

Primero tendría que descubrir si este lugar estaba vacío o había alguien más en su interior. Debería haber alguien, ¿no? Si no, ¿cómo se habían cerrado las puertas? ¿O sería un mecanismo extraño de esos como los que pasaban en las historias de ficción? No recordaba que los griegos o romanos tuvieran este tipo de mecanismos para cerrar puertas, aunque bien sabido era que había trampas en diferentes criptas que dejaban encerrados a los que allí se atrevían a entrar… ¿Era esto una de esas situaciones?

Me giré de nuevo hacia las grandes puertas, buscando algo que indicase que había activado algún tipo de trampa que me hubiera dejado encerrada, pero no fui capaz de encontrar nada. Si no era así… alguien debería haber. No tendría sentido de otra manera… ¿verdad?

Con cierta preocupación interior, me dispuse a recorrer la estancia para buscar algún tipo de información útil.

Como ya observé desde el principio, este lugar era enorme, aunque, para mi sorpresa, sorprendentemente vacuo también, y, dentro de mis limitaciones de conocimientos de historia, el estilo arquitectónico y artístico era claramente grecorromano. Era bastante amplio, con la nave central tras el pronaos, o vestíbulo, ocupando la mayor parte del espacio y en el fondo se entreveía el opistódomo, la sala posterior a la nave principal.

Este templo era algo inusual, ya que estaba cubierto completamente por paredes tras haber pasado la pilastra de columnas y no estar abierto, lo que le daba un aspecto más hermético. El pronaos tras las puertas estaba revestido de columnas más estrechas que las exteriores, sin más decoración que su capitel corintio y los apliques de las antorchas. Al avanzar, llegábamos a la naos, o nave principal, la zona más importante del templo. Era muy amplia, de techos altos, de al menos quince metros de altura, con dos filas de columnas (estas más grandes) dispuestas en hilera y paralelas a la disposición del templo hasta llegar al altar principal. En la nao, sí que podía ver colores, relieves, grabados que le daban un aspecto mucho más rico, pero al mismo tiempo, solemne a la gran estructura. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era la ausencia de lo que debería haber en dicha nave: la estatua de la deidad a la que estaba dedicado aquel templo. Extrañada, me acerqué hasta el gran altar, de al menos dos metros de altura, donde había varias oraciones escritas en… ¿griego? Reconocía algunos símbolos, pero no estaba segura del todo de la escritura que estaba viendo. Sorprendida por aquello, alcé una mano, tocando las palabras talladas y deslizándola por la piedra antigua, hasta el símbolo grabado y embellecido en oro en el que podía identificarse un arco y flechas.

—Arco y flechas… —dije con tono pensativo, mirando de nuevo las letras que no podía leer.

Probablemente describirían de qué iba todo esto, pero no conocía las lenguas antiguas. Prestar atención a los estudios de mi padre me habrían venido bien en este momento. Suspiré un poco frustrada por esa falta de información que podría ser importante.

Desvié la mirada hacia la región posterior, la otra sala separada del templo. Despacio, me dirigí allí, solo para confirmar finalmente que no había nadie en este edificio, salvo yo. No sabía si eso me hacía sentir aliviada o frustrada. El opistódomo era amplio también, aunque mucho más pequeño que la nave principal, probablemente un tercio de la misma. Sin embargo, era con mucha diferencia, la más rica a nivel artístico. Igual que el resto de la edificación, la estancia estaba revestida de paredes, y se accedía a ella tras atravesar un portón custodiado por columnas a los lados y un enrejado dorado que representaba elementos naturalísticos como hojas, raíces, flores o plumas. Pasando la entrada, la sala tampoco tenía gran mobiliario interior, como pasaba en el resto del edificio, pero sí que se podían ver algunos, resaltando lo que parecía ser dos altares en ambos extremos de la estancia y varios arcones y lámparas. Igualmente, llamaban la atención las paredes, que estaban bellamente decoradas con escenas que recordaban a los típicos eventos de caza.

Recorrí la estancia, admirando cada detalle hasta que llegué a uno de los altares, concretamente, el que estaba más a la derecha. Este altar era más pequeño, con una altura más accesible, pero tampoco sustentaba ninguna estatua. En lugar de eso, lo que había era un…

—¿Un carcaj?

Fruncí el ceño, extrañada porque algo así estuviera en un templo. ¿Era algún tipo de reliquia? Pensativa, me di la vuelta y anduve hasta el otro altar, donde esta vez, pude ver un arco, de aspecto antiguo pero resistente. Era bonito, con algunos grabados naturalistas y un par de plumas de decoración atadas en uno de los extremos con cuerdas rojas.

Suspiré. ¿Qué significaba esto? ¿Ofrendas, tesoros, reliquias? En los altares también había algo escrito, pero no supe qué significaba nada de nada. Cambié mi atención a los arcones que había en la sala, esperanzada por encontrar algo que me permitiese salir de aquí. Con dificultad, abrí el primero de los tres baúles metálicos, que, esperaba, no apareciese un monstruo listo para comerme o una maldición que me fundiera.

«¿Gracias por darme estos pensamientos, Dark Souls?», pensé con cierta sorna cuando el interior fue visible para mí.

Ah… pero no, no esperaba que este templo me ofreciera un evento como uno de esos videojuegos que tanto sufría pero que adoraba cual masoquista. Esto no era un mundo de fantasía épica. Y el interior del arcón solo fue… una flecha.

—¿Qué?

Parpadeé varias veces, intentando ubicar el sentido de este objeto en un arcón tan pesado. No es que esperara algo muy especial (tal vez una llave o algo) pero esto me resultó… decepcionante. En serio, una flecha. Vale, era una flecha bonita, con decorados en bronce y morado, y el estar colocada sobre un cojín rojizo le daba más majestuosidad, pero… nada más.

Con la intuición de que en los otros arcones no habría cosas de mi agrado, los abrí uno tras otro. Para encontrarme… más flechas. Una en cada arcón, y una con diferentes características y colores: la del arcón del centro en colores dorado y azul; la de la derecha, plata y verde.

—Debe significar algo… Es que… No tiene sentido —dije mientras miraba de nuevo hacia los altares.

Flechas, un carcaj y un arco. Pero nada más en la sala. Me puse a dar vueltas, pensando qué hacer. ¿Podría usar todo esto para salir de alguna manera? O al menos, tendría otra cosa con la que defenderme. No es que supiera precisamente usar un arco, pero… podría practicar. Era mejor que no tener nada.

Sin pensar mucho más, me acerqué al altar que más cerca tenía y agarré el carcaj. Pero fue entonces, cuando el suelo tembló, haciéndome sujetarme momentáneamente al altar para no perder el equilibrio. Y luego, vi en el otro extremo de la sala que, para mi sorpresa, el otro altar estaba bajando… para ocultarse en el suelo.

Eché a correr, con el carcaj aún sin colocar en la espalda, pero no llegué a tiempo para agarrar el arma; prácticamente se me escapó entre los dedos antes de hundirse en el suelo para desaparecer como si nunca hubiera estado ahí.

—¿Qué…? ¿Qué cojones? —casi grité de frustración.

Pero, ¿qué acababa de pasar? ¿Por qué? Enfadada, me levanté del suelo y miré a mi espalda, donde estaba el otro altar, aún en su posición. Desconocía si en aquellas letras antiguas describía qué narices había hecho, pero ahora solo quería golpear y maldecir mi ignorancia. ¿Y si lo que había hecho ahora estaba mal? ¿Y si había provocado algo que me perjudicaría? Que hubiera acabado sin arma no me daba ningún tipo de tranquilidad. Rápidamente me fui hacia la nave principal para ver si había pasado algo más, pero nada había cambiado. Ni nadie había aparecido. Aunque eso no sabía si me reconfortaba o no.

Volviendo a la sala posterior, me quedé mirando los tres arcones con sus flechas, nada segura sobre lo que significaba o tenía que hacer. Antes había recogido el carcaj y había desaparecido el arco, como si hubiera tenido que elegir algo. ¿Pasaría lo mismo si me quedaba con alguna de las flechas? Y entonces, ¿qué significaba eso? Miré los arcones, por si pudiera tener algún tipo de pista. Aunque, ¿pista de qué? Suspirando, miré el símbolo principal de cada baúl, siendo de izquierda a derecha: un compás, una espada y un ojo.

¿Qué me quería decir todo esto? Miré alternativamente las tres flechas, sus símbolos, el carcaj, el altar donde estuvo el arco. Todo…

—Tiene que ver con la caza —susurré en la inmensidad de la estancia.

De repente, sentí como si se me encendiera la bombilla. Arco, flechas, un carcaj, el símbolo del altar, las decoraciones naturalistas… incluso creía haber visto un símbolo en el portón externo que se parecía al de dentro. Y estando en un templo de aspecto griego, solo había una deidad a la que se le rindiera culto.

—Artemisa.

El nombre salió de mi garganta como si encajara, resonando con musicalidad dentro del edificio. Si no estaba equivocada, esto era un templo dedicado a la diosa de la caza griega. Admiré de nuevo la estancia, viendo los grabados que representaban eventos de caza con nuevos ojos; una verdad que se me estaba escapando a plena vista todo el tiempo. Me reí un poco de mi propia estupidez por no haber caído antes.

—Así que seguramente esto es un templo dedicado a la diosa Artemisa… —dije con tono pensativo, mirando de nuevo las flechas—. Entonces, ¿qué significáis cada una?

No sabía qué significaba el carcaj o el arco más allá que utensilios para usar en la caza, pero eso ya era algo tarde para mí. Por más que quisiera, no iba a entender el texto. Y los símbolos de los arcones… Una espada, un compás y un ojo. Una espada podía significar fuerza, muerte, destreza. Un compás… antiguamente se había usado también como símbolo de precisión. Y el ojo… ¿visión? ¿Tal vez percepción? Todo eso me recordaba a posibles atributos de la caza. ¿Sería eso? ¿Elegir algo de eso? ¿Para qué? Se me vino a la mente aquellos momentos en las historias en las que el personaje tenía que elegir algo antes de que comenzase una prueba o desafío. Tragué saliva, esperando que no fuera nada de eso. Porque, seamos claros, si pasaba algo como… un jefe final, una pelea, un desafío de lo que fuera, no tenía ni idea de usar un arco bien e iba a morir bien pronto de ser así. Casi podía ver al monstruo gigante que me aplastaría con lo que fuera antes de moverme siquiera de mi sitio.

«Demasiada imaginación, Athena», me regañé, intentando calmarme.

Sea lo que fuere tenía que avanzar, y seguramente eso implicaba elegir una de las flechas. El para qué, tendría que descubrirlo más tarde. Entonces, ¿destreza, precisión o percepción? Si es que eso significaba cada símbolo y no me estaba equivocando estrepitosamente. En caso de ser una prueba, no sabía qué mejor convenía, pero para mí misma… La fuerza, destreza, resistencia o lo que fueran, estaban bien, pero si fallaba todo lo que apuntase no me serviría de nada. Y si no me daba cuenta de lo que tenía alrededor pues cualquier cosa se me escaparía o mataría. Tras pensarlo mucho, alargué la mano izquierda y agarré la flecha del arcón del compás.

«Por favor, que no aparezca un monstruo gigante para matarme. Por favor, que no aparezca nada, por favor…»

—¡Ay!

Un grito de dolor me hizo soltar la flecha y sujetarme la mano izquierda herida, al mismo tiempo que los otros dos arcones se cerraban de golpe. No necesitaba imaginación para saber que ya no podría volver a abrirlos. Igualmente, el sonido de algo metálico, un ruido sordo y alto, se hizo eco a mi espalda.

Me quedé quieta durante unos instantes, mirando al suelo, a la flecha, sin saber si voltearme, salir corriendo o qué. Al final, miré hacia atrás, temerosa, pero no vi nada diferente a priori. Miré de nuevo la flecha, ahora en el suelo, y la pequeña raja que tenía en la palma izquierda, poco profunda, pero lo suficiente para que sangrase un poco. Observé la flecha, viendo el espolón con el que me había cortado. Sentí que me ponía pálida (más de lo que era). ¿Y si me acababa de envenenar de alguna manera? Ay, dios mío.

—No, no, no, no —la respiración se me hizo superficial y rápida mientras sentía el miedo y la ansiedad apoderarse de mí. Dios, ¿iba a morir?

Comencé a temblar ante la posible idea, y me quedé ahí parada durante lo que me parecieron unos eternos segundos, o tal vez minutos, hasta que conseguí calmar algo la mente.

«A ver, sea lo que sea… Ya no puedo hacer nada. Puede que no sea nada, me siento igual que siempre y en caso de que fuera algo malo, puede que haya un antídoto y… y parada aquí voy a perder el tiempo.»

Cogí aire varias veces, un último ejercicio de calma, y miré la herida de nuevo, que ya había dejado de sangrar. Escocía un poco, pero era soportable. Ah… tenía que moverme. Con cuidado, recogí la flecha y la puse dentro del carcaj, que ya tenía a la espalda, y me di la vuelta. Tenía que ver qué había sido ese sonido de antes.

La verdad, no tardé mucho en ver qué había cambiado. El altar grande de la nave principal había cambiado. O, mejor dicho, el símbolo que allí había se había salido como con un resorte. Me acerqué al símbolo y, tras pensarlo un poco, comencé a girarlo hasta que ahí un clic, volviendo a presionarlo hacia la roca después. Entonces, sentí otro temblor, retrocediendo. Y… joder. Esto ya empezaba a parecerse a Indiana Jones o algo. Unas escaleras subterráneas se habían abierto ante mí.

—Hay que joderse…

Sí, este lugar no dejaba de sorprenderme.

¿Debería decir que lo que fue pasando a continuación era algo cliché?

Tras bajar las escaleras se vino un corredor antiguo con aspecto de no haber visto a nadie en mucho tiempo, lleno de polvo, telarañas (por dios y todo lo que amaba, que no viese ninguna araña) y el olor a humedad y aire enrarecido. El pasillo esta vez no estaba iluminado por antorchas, aunque estaban los apliques, así que lo hice yo con una de las antorchas de fuera. Y menos mal, porque así pude ver, no solo por dónde iba a los grabados escondidos entre las telarañas, sino también los restos de cadáveres, fallecidos hace mucho tiempo. Por qué, podrías preguntar. Pues por las trampas mortales que habían sido activadas a lo largo de los diferentes corredores. Pinchos, mazas, suelos que se caen, trampas que te atrapaban el pie para que luego apareciera del techo algo que te atravesaría, etc. ¿Por qué no me daba la vuelta? Pues porque no había salida. No, la puerta de fuera del templo no se movió ni había cambiado nada; ya lo había intentado. Al menos, esas trampas ya habían sido activadas previamente. Aunque lamentaba por los que allí habían caído antes que yo. Aunque, he de decir que alguna de ellas, aún estuvo activa, pero al menos, pude activarlas con seguridad antes de que me hicieran algo, o escapé de ellas…

—¡Mierda! —exclamé mientras llegaba hasta suelo firme, antes de que me cayera al abismo, un abismo con pinchos.

Bueno, casi todas.

Llamando a la calma, respiré hondo varias veces y continué por el corredor. Tras unos esqueletos más y trampas, pude vislumbrar al fondo una luz, una luz que parecía venir de la luna. Con cuidado, anduve hasta allí, llegando hasta una sala circula con una cúpula con un agujero que dejaba entrar la luz de la noche. Desde la entrada, pude ver que un surco que recorría toda la sala, con un líquido oscuro en su interior.

«¿Podría ser…?»

Dejándome llevar por instinto y, para qué engañarnos, lo que había visto en pelis y juegos, acerqué el fuego de la antorcha al líquido y… ¡bum! El fuego se extendió poco a poco hasta iluminar toda la sala. Aceite, como había supuesto.

Ahora que la sala era iluminada por las llamas, pude ver que la sala tenía en su centro un altar vacío y varios grabados en las paredes. Dichos grabados volvían a representar eventos de caza, aunque esta vez parecían representar una escena. Según las ilustraciones, lo que parecía un cazador se movía por el bosque cazando diferentes animales, pero uno en concreto fue deseo para la diosa Artemisa: un ciervo (dorado, según los colores desgastados del grabado). El cazador persiguió al ciervo atravesando diferentes peligros hasta que le dio caza, ofreciéndoselo como sacrificio a la diosa, quien le recompensaba con un arco dorado.

Interesada por la posible historia, me acerqué al altar, que, como los de arriba, tenían algo escrito en idioma que no podía siquiera leer. Chasqueé la lengua con frustración y miré el resto de la piedra, encontrando una abertura… que tenía forma de flecha.

—¿Oh?

Con cuidado, saqué la flecha que tenía en el carcaj. Parecía al final un objeto más ceremonial que para el ataque. Supongo que su peso y el aspecto me debía haber dado esa pista. No lo pensé mucho y coloqué la flecha en la abertura, provocando poco después una perturbación en la sala, abriendo enfrente una puerta… ¿al exterior? La luz de la noche se filtró desde ese lugar. Curiosa por lo que habría allí, me acerqué hacia la posible salida, ahogando un sonido de asombro cuando vislumbré el exterior.

En efecto, lo que parecía una salida conectaba con el exterior… aparentemente. Bajando una gran escalinata, bajábamos hacia un bosque enorme, pero que estaba encerrado en el interior de una especie de hoyo o cráter excavado en la piedra de cientos de metros de altitud. Y en su centro, se erigía una edificación que parecía otro templo, similar al que había entrado, aunque más pequeño. Probablemente tuviera que ir allí.

Esperaba que allí estuviera de verdad mi escape.

Estaba cansada.

Y sentí lo realmente cansada que estaba cuando, después de haber recorrido durante un tiempo que me pareció interminable ese bosque, correr mientras escuchaba el sonido de lobos, huir de lo que podría ser cualquier depredador, atravesar corrientes de agua y rezar varias veces por mi vida, llegué al dichoso nuevo templo, rodeado de fogatas de fuego incandescente y vi que, oh, estaba cerrado. A cal y canto.

No pude evitar que mis piernas flaquearan y me viniese abajo. Estaba muy, muy cansada. Apenas debía haber dormido desde que desperté de la cueva esa, y excepto la triste manzana que conseguí en la ciudad no había ingerido nada. Sentía el cuerpo temblar, por agotamiento, miedo, frío e impotencia al ser consciente de mi precaria situación.

Me quedé ahí, apoyada sobre el altar que había poco antes de la entrada cerrada del edificio, contemplando la nada y sumiéndome en la autocompasión. Al menos, durante un rato.

—Ah… —suspiré, cerrando los ojos antes de fijar la vista de nuevo en el mural de la entrada, con el símbolo de la diosa de la caza y las astas de un venado.

Apoyé la cabeza sobre la piedra fría del altar, que, por los dibujos que había visto antes en él, imaginaba que era el lugar donde debía ofrecer la presa, el sacrificio o lo que fuera. Me reí un poco, sin saber si era eso mejor que llorar. Tenía sentido que, si había que pasar una prueba de la diosa Artemisa, tuviera que ver con la caza. Vamos, estaba escrito y señalado por todas partes. Pero, ahora mismo, sabiendo que no tenía conocimientos de caza, que estaba en un lugar donde habría depredadores, sin salida aparente y, cansada y con un hambre voraz… ¿qué posibilidades tenía? Por no tener, ni siquiera tenía un arco. Ni flechas. A lo mejor no moría en una trampa, pero moriría de hambre si no era capaz de sustentarme con nada.

Estaba jodida. Y lo sabía, que era peor. Pero también sabía que si me quedaba sin hacer nada, era cuando sucumbiría.

«Al menos, intentemos buscar algo que llevarme a la boca.»

Con dolor en todo el cuerpo, me levanté y tragué saliva seca, intentando pensar. El cielo estaba despejado y podían verse las estrellas y la luna, por lo que no parecía que fuese a llover o algo así. Lo primero que empecé a hacer, era una hoguera. Aunque estaba al descubierto, el fuego solía evadir a las bestias, por lo que serviría para calentarme y estar algo más segura. Tras recoger varias ramas y hojarasca, juntar piedras y adecentar el terreno para evitar provocar un incendio, prendí mi primera fogata con la antorcha que aún portaba. Un primer logro, al menos.

Después, recorrí un poco el bosque hasta llegar a uno de los arroyos que había encontrado. Me eché agua en la cara y bebí, despejando un poco la cabeza. Y después, me puse a buscar algo que comer. Si tenía que cazar algo, primero para la diosa, primero tendría que alimentarme. Comencé así mi búsqueda alimentaria, rebuscando atentamente por cualquier lugar. He de decir que me hubiera gustado haber leído algo de plantas, de herbología o lo que fuera. Desde luego, no me comería ninguna seta, por si acaso.

Lo cierto es que casi grito de felicidad cuando encontré unos manzanos. Las manzanas volvían a salvarme. Cogí unas cuantas y las guardé en el carcaj (no es que tuviera otro sitio) y continué mi búsqueda mientras me iba comiendo la segunda. También encontré algunas higueras, perales, naranjos y vides, por lo que recogí todo lo que pude mientras luchaba por no llorar de la emoción. Afortunadamente, no me perdí, ya que el templo se veía por los alrededores, pues estaba en una disposición alta que permitía verlo cuando no estaba muy alejada. Cuando regresé a la hoguera, me senté y me puse a comer, disfrutando el dulzor de la fruta, descansando un poco también mientras comía.

Probablemente me quedé también un poco adormilada, pues no me di cuenta de que algo se acercaba hasta que no escuché el crujido de una rama al romperse. Fue entonces cuando mi atención volvió al bosque, ahora silencioso, demasiado, con el único sonido del chisporroteo del fuego y mi respiración como interlocutores.

Y… los vi. Cuatro pares de ojos, brillantes en la oscuridad, me observaban.

El primer instinto me hizo crisparme y querer salir corriendo, pero, al contrario, me quedé ahí, muy quieta y conteniendo la respiración. Lentamente, las bestias salieron a la luz, mostrando cuatro lobos grandes y feroces que parecían observarme con voracidad. Despacio, me levanté y agarré una de las ramas ardientes de la hoguera, a la vez que desenfundaba la daga de la pierna.

—Tranquila, tranquila…

Retrocedí unos pasos mientras ellos avanzaban intentando rodearme.

«¿El fuego mantiene alejadas a las fieras? ¡A estas no, joder! ¿Por qué tiene que pasarme todo a mí?»

El sudor frío y nervioso bajó por mi espalda y un leve temblor hacía titilar la llama de la antorcha improvisada; los nudillos de las manos, pálidos por la fuerza con la que sostenía mis armas. Solté el aire retenido a la vez que ellos sus gruñidos, dispuestos a atacarme en cualquier momento: era una presa apetitosa que no dudarían en aprovechar. Pero yo no estaba dispuesta a dejárselo tan fácil.

—¡Eh! ¡Atrás! —grité, enfadada y asustada por todo esto.

Moví el palo de fuego hacia los lobos, que retrocedieron momentáneamente, tal vez sorprendidos por la nueva situación, mas no tardaron en gruñir de nuevo y enseñar los dientes. El primero que atacó, fue golpeado por el fuego del palo, haciéndolo gemir y asustarse (y yo grité de miedo), pero eso no hizo que los demás se acobardaran. Así que, tras esquivar precariamente otro ataque, hice lo único que se me ocurrió ya: correr.

Ya había sido perseguida antes, pero esta vez, la sensación de urgencia era mucho mayor. ¡Esas bocas llenas de dientes afilados me destrozarían sin dudarlo si me atrapaban! El corazón iba a salírseme del pecho, los pulmones me ardían y mi ya cansado cuerpo estaba haciendo lo posible por continuar; los sentidos agudizados, la piel perlada, la vista agudizada, los sonidos más penetrantes. ¿Era así como se sentía una presa mientras la perseguían? En mi mente ahora solo podía pensar en correr, saltar, esquivar, huir. Ni siquiera pude gritar cuando sentí un gruñido muy cerca.

—¡Ah!

En mi huida desesperada, no me di cuenta de que me había ido por un lugar en descenso, y no me percaté hasta que estuve prácticamente encima de un desnivel bastante grande que, si caía por él, seguramente acabaría magullada en el mejor de los casos. Y cuando fui a desviarme, ya era demasiado tarde. Algo se abalanzó contra mí, pero, para infortunio de ambos, el impulso nos hizo caer por el terraplén. Un amasijo de extremidades, pelo y dientes caímos por la pendiente, rodando y golpeándonos. En plena caída, no fui muy consciente de lo que ocurría, solo sentí el impacto, el giro y confusión, hasta que caí en suelo firme, separada de mi atacante.

Y lo peor, no tenía tiempo para quedarme ahí llorando por el dolor de los traumatismos. Incorporé el torso y busqué con la mirada la daga, que estaba a unos metros de mí, cerca de esa bestia que comenzaba a levantarse, algo aturdida. Sin perder tiempo, y resistiendo el dolor, me levanté y fui hasta la daga, justo antes de escuchar un gruñido amenazador, sin tiempo para apartarme antes de que me atacase de nuevo esa bestia furiosa. Ahogué un grito de terror mientras me sentía caer al suelo de nuevo, esta vez con el lobo y sus fauces demasiado cerca. Desesperada, me retorcí y peleé todo lo que pude para que esos dientes no alcanzaran mi cuello y, llevada por el instinto y el miedo, solo actué. Apuñalé con la daga en cuanto tuve oportunidad, provocando un gemido de dolor al lobo. Y no fue una, sino dos, tres, las suficientes hasta que la fuerza del animal cedió y pude patearlo y levantarme para poner distancia. El animal no tardó en caer, abatido. Y pasaron segundos, tal vez un par de minutos, hasta que volví a moverme, temblorosa y cubierta de sangre del lobo.

—Ah, ja, ja, ja…

Una risa nerviosa salió de mis labios mientras las lágrimas estaban en el borde de mis ojos, amenazantes. No sabía si sentirme aliviada, aterrorizada o qué. Había estado a punto de morir devorada, perseguida por unos lobos y si no hubiera sido por esa daga, ahora sería su comida.

Un aullido, metros más arriba, me hizo desviar la mirada. Los otros lobos me miraban arriba del terraplén, enseñando los dientes.

Fruncí los labios, frustrada, asustada, cansada. Aún estaba en peligro. Ni siquiera tenía tiempo para pensar o hundirme en la autocompasión. Pasé un brazo por mi cara, para apartarme el sudor y la suciedad y, controlando la respiración, me di la vuelta y seguí corriendo, aprovechando la única ventaja que tenía ahora. Por suerte en esa caída, solo estaba magullada, no incapacitada.

Me mantuve en movimiento, atravesando el terreno, pasando un arroyo, entre los árboles, todo lo lejos que pudiera en medio de esa oscuridad nocturna hasta que ya no volví a escuchar a esos depredadores. Y pasó tiempo, ya caminando, sin encontrar ninguna bestia más. Poco a poco, la adrenalina fue abandonando mi cuerpo y el cansancio fue apoderándose de él. No sé cuánto tiempo estuve caminando, pero paré cuando vi lo que parecía ser una…

—¿Una cueva?

Cautelosa, me acerqué a ella, pues no sabía si podría haber cualquier animal dentro. Era habitual que los animales usaran este tipo de lugares como refugio. Pero hubo algo que me llamó más la atención. Había luz saliendo del interior de la cueva.

—¿Qué…?

¿Habría alguien ahí dentro? Y si así fuera, ¿sería amigo o enemigo? Tragué saliva y apreté más la daga que no había vuelto a envainar, y, muy despacio, me acerqué a la luz, entrando en el lugar.

La cueva era algo angosta y no había mucho espacio, pero pronto se abrió para dar lugar a un espacio más amplio y… trabajado, por así decirlo. Había apliques con antorchas encendidas (de ahí la luz, supongo), un grabado con un arco y otros que no entendí demasiado. Al final, había un pequeño altar que, por algún motivo, estaba rodeado de lanzas y, sobre algunas de ellas, descansaba el cuerpo de una persona, ya muerta tiempo ha, pues su cuerpo no era más que piel y huesos enclaustrados en ropa relativamente moderna. El hombre además había llevado una mochila pequeña, aún sujeta a su espalda. Desde cerca, pude ver que había sido alanceado en tórax y abdomen. Esperaba que hubiera muerto pronto… por el bien de su sufrimiento. Sobre el altar, ya no había nada, pues parece que, con el movimiento, lo que hubiera ahí había sido lanzado al suelo. Un arco de madera, sencillo y sin florituras, estaba en el suelo.

Un tesoro envenenado. Y parece ser que muy traicionero. Con cuidado, lo recogí y me aparté del altar todo lo que pude, esperando que no ocurriese nada como le había ocurrido al anterior visitante de la cueva. Pero no ocurrió nada. Por suerte.

Prudente, desvié la mirada otra vez hacia el cuerpo. Mis ojos se fijaron de nuevo en esa mochila que llevaba. No era muy grande, pero tenía varios bolsillos y compartimentos. Podría ser útil… después de un lavado, si es que no estaba en muy mal estado.

—Lo siento —dije al cuerpo muerto hace tiempo, antes de que me pusiera a trastear con sus antiguas ropas.

No fue muy agradable mover todo para sacarle la mochila, sobre todo por el crujido de huesos y rotura de piel seca, pero al final conseguí hacerme con la mochila, tosiendo por el polvo que removí en el proceso. Afortunadamente, parece que podría usar la mochila sin problemas.

Una vez terminado ahí lo que podía hacer, me di la vuelta y me senté apoyada en la primera pared de la cueva que me pareció, completamente agotada. Necesitaba un descanso, aunque fuera durante un momento. Después podría continuar. Ahora tenía un arco y tal vez podría comenzar realmente con esta prueba, o lo que fuera esto. Y tal vez cazar comida. Necesitaba algo más que fruta…

Pero por ahora, solo necesitaba un momento.

No pasó nada de tiempo para que cayera plácidamente en los brazos de Morfeo.

Chasqueé la lengua cuando erré el disparo de nuevo. Y, desafortunadamente para mí, ese pájaro tan apetitoso se percató de ello y salió volando, huyendo y dejándome con cara de tonta. No intenté ir tras él; ya había aprendido que no serviría de nada.

Solté una maldición hacia el cielo azul brillante, frustrada.

Tenía hambre, y no había conseguido nada que llevarme a la boca todavía. Y el seguir en movimiento no me ayudaba en nada a calmar mi estómago.

Había despertado bien entrado ya el día y, al menos, me sentía bastante renovada, aunque eso no significaba que no me doliera todo el cuerpo. Tenía unas agujetas que me hacían maldecir cada vez que mi cuerpo se movía, por no hablar de los moretones que empezaban a aparecer en mi piel pálida. Pero por mucho que me doliera todo, eso no significaba que pudiera quedarme ahí sin hacer nada. Así que salí, buscando la manera de salir, de comer, de sobrevivir, de lo que fuera. Y… bueno, por ahora, podía decir algunas cosas.

La primera, que había varias cuevas parecidas a la que encontré anoche repartidas por ese gran bosque, y que algunas de ellas contenían arcos, otras, carcajes, otras, flechas y otras, tesoros que no sabía para qué podían servir. Y, como anécdota, unas cuevas equipaban trampas y otras no. Sinceramente, solo me hice con las flechas, pues no estaba interesada en el resto de cosas. Y no quería cargarme con nada innecesario.

La segunda, había animales de todo tipo por aquí, tanto posibles presas como depredadores. Ya había podido ver lobos, un oso, ciervos, zorros, conejos y diferentes aves.

La tercera, había comenzado a reconocer el terreno y conseguí volver al templo central del bosque, aunque para mi mala suerte, la hoguera se había apagado. Pero, para eso me había llevado una antorcha de una de las cuevas.

Y cuarta… Aprender a usar un arco era difícil. Muy difícil. Había tardado bastante tiempo simplemente en conseguir disparar una flecha, y más aún que fuese en la dirección que planeaba. Pero he de decir que estaba progresando, aunque me estaban empezando a salir heridas en las manos. Tendría que vendarlas en algún momento. Al menos, el anterior tiro estuvo muy cerca de mi presa.

Pasó un poco de tiempo hasta que vislumbré otro animal que me hizo desear armar una fogata ahí mismo. Un conejo se había acercado a uno de los arroyos que ya había empezado a vigilar y, muy despacio y haciendo el menor ruido posible, me dispuse a intentarlo de nuevo.

Calmé los nervios y el ansia por conseguirlo, la presión interna y moderé la respiración. Acompasándola, tensé el arco aplicando la fuerza que ya había comenzado a medir y apunté al objetivo. Y tras unos segundos, disparé. Y esta vez, mi perseverancia dio sus frutos. La flecha dio en el blanco.

—¡Sí! —exclamé, llena de alegría.

Corrí hasta la presa, que había sido herida de gravedad. No tardé en cambiar la expresión de alegría por otra de pena y cierto arrepentimiento. Nunca me había gustado el sufrimiento, ni mío ni ajeno, y ver a un animal sufriendo por lo que yo había hecho me causaba pesar.

—Lo siento… —dije, cerrando los ojos un momento.

Pero esto era lo que tenía que hacer para seguir. Cuando los abrí de nuevo, la mirada pasó a una más decidida y, sin perder tiempo, acabé con el sufrimiento del animal con la daga. Tragué saliva, pues no dejaba de ser algo desagradable, pero continué mi labor.

Pasado un tiempo, un tiempo que seguramente se quedaría en mi memoria por mucho tiempo, estaba saboreando esa carne tras haber sido desollada, desangrada y preparada en el fuego. El hambre era tal que ni siquiera me importó si el conejo podría haber estado enfermo o lo que fuera; tampoco que no hubiera hecho esto nunca. Después de al menos dos días, esta fue la mejor comida que había probado. Y el hecho de que la hubiera conseguido con mis propias manos lo hacía más sabroso.

De esa manera, con la mente despejada y con el estómago lleno, volví a mi búsqueda de… lo que se supusiera que tenía que hacer.

A lo mejor podía resultar exagerado, pero nada como haber tenido una comida decente y haber dormido para poder pensar con claridad. Si ya no sintiera mi cuerpo dolorido, sería genial, pero no podía tenerlo todo.

Recapitulando todo lo que había visto y la situación en la que me encontraba, estaba claro que me había metido en un templo que contenía una especie de prueba o desafío en su interior. Si no estaba equivocada, estaba en relación con a la diosa griega Artemisa, la diosa de la caza (aunque no su única representación) y este bosque escondía un desafío que aún no había cumplido. Antes de entrar había visto esos grabados de caza y un ciervo, y en algunas cuevas pude ver otros dibujos donde se veía algo similar. Si teníamos en cuenta que en ese templo central del bosque había un altar, ¿significaba eso que debía ofrecer una presa en sacrificio? ¿Un ciervo, como aparecía en el grabado? Varios mitos de Artemisa tenían animales como protagonistas, los ciervos entre ellos.

Desde luego, todo esto era una prueba de supervivencia y destreza, algo que no sabía si cumplía. Aunque hasta ahora me había mantenido, más o menos. Ya había estado al borde de la muerte varias veces, pero había perseverado. Pero todo esto me hacia pensar si no estaba solo ante el inicio de algo peor. Desde que desperté en este sitio desconocido tras el accidente, no habían dejado de pasar cosas que hasta ahora nunca creí que fuese posible vivir para mí. Y todo parecía volverse más extraño cada vez. Este lugar no era una prueba más que ello. Y… hasta ahora, nunca había acabado con la vida de ningún animal, y eso ya me había resultado incómodo a grandes rasgos. Ambas veces por supervivencia, pero por motivos completamente distintos. Una parte de mí se preguntaba preocupaba si esto no iría escalando a otros niveles de violencia. Porque, desgraciadamente, es lo que me parecía.

Pensando en ello, anduve por ese bosque, prestando atención a todo lo que fui cruzándome a mi paso y con arco y flecha preparados en caso de que fuera necesario. Pasó un tiempo así, ensimismada en mis pensamientos, vislumbrando animales, escondiéndome de peligros y encontrándome restos de personas antes que yo que fallaron en su misión… hasta que lo encontré.

De alguna manera, lo supe en cuanto lo vi. A varios metros de mí, cerca de uno de los arroyos que atravesaban este lugar y, como un ser mágico sacado de cualquier cuento de hadas, encontré una cierva cuyo pelaje parecía brillar como el oro, bebiendo pacíficamente esa agua cristalina. El tiempo pareció detenerse durante un tiempo mientras admiraba a tan preciosa criatura. ¿De verdad podía existir algo así? No había escuchado nunca que un ciervo pudiera tener un pelaje como ese. ¿Alguna alteración genética? O tal vez este sitio estuviera hecho para que no parara de encontrar cosas extrañas. Pero una cosa me quedó clara: este animal era el que tenía que ver con este reto. Un ciervo de pelajes dorados, tal como se había visto en los grabados de las paredes. Teniendo en cuenta la diosa, mitología, grabados y mis armas, parecía claro lo que debía hacer.

Un trofeo digno de una diosa de la caza.

Me mordí el labio, pensando sobre lo que debía hacer a continuación. Si mi hipótesis era cierta, debería cazar a ese animal y ofrecerlo en ese altar del templo con la esperanza de que se abrieran las puertas y… ¿encontrar una salida? Sinceramente, esto no dejaba de ser un lugar en el que había acabado buscando salir del templo. No es que me interesara nada de lo que había ahí dentro. Aunque posiblemente este lugar había atraído a otras personas por otros motivos antes, a juzgar por los cadáveres y restos humanos que había ido encontrando en mi travesía por aquí. Y que antes de llegar aquí mis perseguidores no hubieran subido hasta el templo me hacía creer en algún tipo de motivo siniestro.

Pero ya no podía hacer nada. Solo tenía que centrarme en continuar, en salir. Mis ojos se enfocaron de nuevo en la hermosa criatura, con un aura mucho más agorera que antes. Tensé el arco y modulé la respiración de nuevo, concentrándome. Mi resistencia de apuntado no era mucha porque no tenía la suficiente fuerza, así que tenía que hacerlo con rapidez.

Sin embargo, cuando la cierva me localizó entre la maleza, se quedó mirándome fijamente sin huir, como si esos ojos pudieran atravesarme y juzgarme. Esta vez, sin esas ansias por la comida, me sentí perturbada y culpable, lo que, al final, me hizo errar el tiro. La cierva salió corriendo poco después.

—Mierda —maldije, echando a correr detrás de ella.

Perseguí a la cierva a través del bosque con la mayor velocidad de la que fui capaz, intentando incluso disparar alguna flecha que la alcanzara, pero fue un fracaso. Al final, perdí al animal pasados unos minutos, y yo acabé resollando, tratando de recuperar el aliento.

Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba.

Así pasó otro día.

Fue un día largo y duro, donde no alcancé mi objetivo, ya fuera porque perdí al ciervo varias veces o porque me encontré con otros animales que entorpecieron mi labor… y amenazaron mi vida. Esto se había vuelto en un duelo entre el bosque y yo, donde la naturaleza era mi adversario, y yo a veces era su presa y otras su cazadora.

Había tenido que seguir practicando, corriendo, escondiéndome, alimentándome y defendiéndome. Si era sincera, la tensión interna que sentía no me había dejado descansar en ningún momento, incluso cuando decidí dormir en otra de las cuevas, intentando esconderme para no ser comida para lobos cuando durmiera. Al menos, había mejorado considerablemente usando el arco desde la primera vez, aunque ahora tenía varias heridas que había tenido que vendar con telas que había ido recogiendo y lavado previamente. ¿Tal vez era sorprendentemente buena en esto? Bueno, más o menos. Pero era verdad que había mejorado bastante; mi segunda comida carnívora fue más rápida y precisa de conseguir.

Pero eso no me hizo conseguir la presa más grande. Lo cual era algo irónico ya que debería ser más fácil al tener más superficie para disparar. Pero no fue el caso. Entre mis dudas siempre que tenía que disparar, la perspicacia y rapidez del herbívoro, no había conseguido un ataque certero. Que estuviera gordita no me había ayudado en nada, lo cual era aún más frustrante. Aunque eso no me había hecho desfallecer. Y ahora, de nuevo, tenía a la cierva en el punto de mira. Sin embargo, por undécima vez, esto no iba a resultar como yo quería. Mientras apuntaba, un gruñido se escuchó por los alrededores, haciendo que, tanto mi supuesta presa como yo comenzásemos a mirar alrededor. El vello se me erizó completamente y la sensación de peligro se apoderaron de mí. Inmóvil, me quedé esperando hasta que vi aparecer desde diferentes puntos a tres lobos, seguramente hambrientos, que aparecieron rodeando a la cierva.

Casi ahogo un grito, pues, ¿serían los lobos que me persiguieron el otro día? Pero no podía estar segura, claro. De lo que sí estaba era que estaban dispuestos a abalanzarse sobre la cierva en cuanto tuvieran oportunidad. Y… sinceramente, entonces eso podría dejarme fuera de este reto, ¿no?

«No pienso quedarme aquí porque estos bichos se coman lo que debo cazar.»

Así que no lo pensé demasiado. Cuando vi que uno de esos lobos estaba demasiado cerca, disparé, y esta vez, acerté. No fue un tiro mortal, pero sí lo suficiente para que el lobo quedase relativamente incapacitado. La cierva corrió, los lobos también y… pues yo también.

¿Había pensado alguna vez que sería yo la que persiguiera a unos lobos? No, la verdad es que no. Pero aquí estábamos. De alguna manera, conseguí alcanzar a otro de los lobos, aunque no lo suficientemente bien como para dejarlo fuera de combate. Eh, pero lo hice en movimiento; ¿no era eso genial? Al menos, a mí me lo pareció.

Seguí corriendo hasta que finalmente los lobos acorralaron a la cierva, sin muchas más posibilidades de huida. Y yo, con el cuerpo cansado y buscando aire, no tenía mucho tiempo. Disparé al que me pareció más peligroso para el herbívoro en ese momento, consiguiendo primero herirlo, y después cabrearlo.

—Ah… Mierda.

Era normal que se voltearan para acabar conmigo, pero eso me dejó en una situación más peligrosa.

Tragué saliva, tensa ante cualquier movimiento de los animales. Pero no es que tuviera que pensar mucho sobre lo que iba a pasar. Rápida, cargué de nuevo una flecha y disparé al lobo que se encontraba más cerca de mí. Ese fue el comienzo de una nueva batalla por mi vida.

Otro de los lobos cargó contra mí sin que me diera tiempo a preparar otra flecha. La esquiva fue precaria pero escapé por los pelos de esos dientes. El otro lobo se recuperó del ataque, pues solo le había dado en el lomo y no muy profundo, vertiendo su ira hacia mí. Retrocedí, disparando esta vez. La flecha le dio de pleno en la cabeza, provocando un cambio brusco de su trayectoria y cayendo al suelo, muerto. Sin tiempo para horrorizarme por la imagen escabrosa, me giré para evitar el siguiente ataque, pero fui lenta y noté que una de esas zarpas me hería el brazo derecho, aunque superficialmente. Ahogué un gemido de dolor, agarrando más fuerte el arco y agarrando otra flecha, que fue directa hacia el tercer lobo que estaba a punto de lanzarse sobre la cierva. No fue un disparo letal, pero fue suficiente para que no se moviera más. Fintando y esquivando un par de ataques más, disparé a mi último atacante, acabando con él finalmente.

Con los nervios a flor de piel, desvié la mirada hacia el lobo que seguía vivo, agonizante y gimiendo por sus heridas. Apreté los labios, sintiendo de nuevo una punzada de culpa. Saqué la daga, sabiendo que no podía hacer otra cosa que acabar con su sufrimiento.

Cuando la bestia dejó de respirar, caí de rodillas al suelo, agotada, física y mentalmente. De nuevo, sentí ese nudo en la garganta, esas ganas de llorar ante todo lo que estaba pasando. Por Dios, yo no tendría que estar viviendo estas cosas. No me había preparado nunca para algo así. Yo solo era una chica normal que había querido irse de vacaciones. ¿Desde cuándo me había convertido en una cazadora? ¿Cuántas veces había rotado entre el rol de presa y cazador? ¿Por qué tenía que hacer esto? ¿Conseguiría salir de aquí haciendo todo esto?

Me miré las manos manchadas de sangre, temblorosas por mi inestabilidad emocional y también por el cansancio. Dolían, estaban heridas por el tiro con el arco, se sentían magulladas y rígidas. ¿Cuándo mejoraría todo esto?

«Tengo que salir de aquí», volví a decirme; el mantra que repetía para intentar estabilizarme. Tenía que hacerlo, tenía que volver con Alejandro, buscar a mis amigos, buscar una salida. Volver a casa. Todo lo estaba haciendo por ello. Para avanzar, para sobrevivir.

Apreté los dientes y cerré los ojos, buscando esa tranquilidad que necesitaba mientras mi corazón iba remitiendo en su carrera hasta una velocidad más acompasada. Cuando abrí los ojos, todo estaba más tranquilo.

Me levanté, mirando de soslayo los lobos que iban a acabar con mi presa objetivo original, la cual, había escapado en cuanto había podido. Sin lobos ya rodeándola, era sencillo, claro. Suspiré, imaginando que tendría que encontrar a ese animal dorado de nuevo. Me puse a caminar por el lugar por el que creía que había huido, pero lenta y pesarosa.

Pasado poco tiempo, escuché un sonido extraño. Parecía el de un animal… que no sabía si estaba sufriendo o qué. Algo curiosa, me acerqué hacia el sonido, descubriendo para mi sorpresa a la cierva tirada en el suelo y con aspecto de estar sufriendo. Respiraba muy rápido tumbada de lado mientras jadeaba. El animal se dio cuenta de mi existencia, pero no pareció importarle demasiado en ese momento, lo cual era más extraño. No parecía herida tampoco, entonces, ¿qué le pasaba?

Me rasqué un poco la cabeza mientras observaba la escena, confundida. No podía ser que lo que se supone que tenía que cazar se presentara ahora de esta manera, ¿no? Tenía el arco cargado, preparada para disparar e incluso apunté a la cierva, pero… No me sentía bien mientras me miraba de esa manera, como si buscara ayuda.

—Ah, demonios —murmuré, frustrada ante mi propia inseguridad e incomodidad.

Me puse el arco a la espalda y guardé la flecha, acercándome al animal dorado. Este bajó la cabeza, respirando rápidamente. Parecía tranquilo con mi presencia ahora. ¿Era porque había decidido no matarlo… por ahora? Examiné su cuerpo, que en efecto, parecía encontrarse bien. Solo estaba muy gorda. Examinando más de cerca, había un líquido cerca de sus cuartos traseros.

—¿Qué…? ¡Ah! —La bombilla se me encendió en la cabeza—. ¿Estás embarazada?

Alguna vez había visto a perras parir, y me recordaba un poco a esa situación ahora que lo pensaba. Por eso estaba tan gordita a nivel abdominal.

«¿Qué clase de broma es esta?» Pensé mientras veía como empezaba a trabajar el animal.

Me quedé observando, sin saber bien qué hacer. Decidí darle su espacio, pues sabía que los animales no querían compañía en estos momentos; solo me quedé pendiente por si pasaba algo o venía algún deprepador. Pasado un tiempo, un cervatillo tembloroso estaba siendo cuidado por su madre.

—Buena chica —dije mientras le daba unas palmaditas en la cabeza. A la cierva no pareció molestarle el gesto.

Sonreí, mirando la tierna escena. Y me alegré por no haber disparado antes. Me sentiría bastante mal si hubiera hecho eso.

«Ah, ¿y ahora qué? No sé salir de aquí.» Me lamenté.

¿Habría más ciervos por aquí? Bueno, tenía que haber. Si no, no habría estado embarazada la cierva. Tendría que buscarlo, aunque me desagradara la idea. Entendía la caza por comer o en defensa, pero por otras causas me hacía sentir culpable. Aunque con esa mentalidad probablemente no llegaría lejos.

Pensaría en ello más tarde. Por ahora me quedé mirando a esos dos; incluso aplaudí cuando el cervatillo se puso en pie. Yo también me levanté, pues debería moverme a otro lugar en breve. Si ya la cría podía correr, entonces podrían escapar si había otra amenaza.

—Que os vaya bien —les deseé, dándome la vuelta para irme.

Sin embargo, pronto fui interceptada por la recién madre, asustándome en el proceso.

—¿Q-Qué? —pregunté, mirando esos ojos negros que me observaban—. Ya me voy. No os haré daño.

Los animales se volvían territoriales con sus crías. ¿Iba a atacarme? ¿Tenía que correr? Pero, sorprendentemente, el animal adelantó una de sus patas y luego bajó la cabeza. Casi parecía una reverencia. ¿Una forma de decir gracias, tal vez?

—Oh… No ha sido nada —contesté, como si el animal me fuese a entenderme, aunque esos ojos parecían inteligentes.

Poco después el animal se giró y anduvo unos pasos, girándose después de nuevo, como haciéndome gestos. ¿Quería que la siguiera? Un poco confundida, fui hacia ella, y el animal comenzó a andar lentamente, su cría al lado. Quise irme como hacia otro lado, pero la cierva volvió a instarme a seguirla, así que al final, cedí siguiéndola a través del bosque.

Estuve caminando durante un largo tiempo mientras atravesábamos el bosque. Al principio no sabía dónde nos dirigíamos, pero cuando vi en mi campo de visión las piedras del templo, no pude evitar sospechar. Lentamente, nos acercamos en esa dirección, hasta que se me hizo evidente que era allí a donde nos dirigíamos. Guardándome mis pensamientos, simplemente seguí a los ciervos pacientemente hasta que llegamos al templo.

Allí las cosas no habían cambiado: seguía cerrado y los restos de mi antigua fogata ya se habían consumido. La cierva rodeó dichas cenizas y ase dirigió al altar, donde pareció hacer otra reverencia, seguida de su cervatillo. Al principio no sabía muy bien qué hacian, pero pasado un tiempo, un temblor, seguido de un ruido de piedra moverse me hizo devolver la mirada a la puerta sellada. Me quedé boquiabierta, viendo que esta se había abierto.

—¿Q-Qué? ¿Cómo es posible?

Anonadada, me acerqué hasta allí, donde los dos ciervos parecían esperar y, cuando me vieron lo suficientemente cerca, entraron.

«¿Qué está pasando? ¿Qué sentido tiene esto»

Parpadeé varias veces, viendo cómo los animales entraban tranquilamente en el interior. Al final, lo seguí sin entender nada. Pensé que tendría la misma conformación que cualquier templo, pero me descubrí recorriendo un pasillo oscuro iluminado por antorchas cuyos soportes representaban diferentes elementos de la naturaleza. Las paredes parecían evocar el mismo significado, surmergiéndote en una oda a la biósfera. Continuamos hasta encontrar una estancia más amplia que representaba diferentes escenas de caza donde se podía ver una hermosa mujer de ojos verdosos y pelo castaño entrenzado con un arco. En otras, la misma mujer sostenía una red, o una lira, o una lanza, o estaba rodeada de animales o de jóvenes atendiendo un parte. En algunas escenas parecía alguien misericordiosa, como cuando estaba con los animales o las mujeres, en otras parecía castigar a quienes habían osado ofenderla.

—La diosa Artemisa —me oí decir, asombrada por la belleza de los grabados.

Me llamó la atención que fuera representada con una trenza, o en algunas ocasiones con el pelo suelto. Creía recordar que en la iconografía que acostumbraba a ver siempre la había visto con el pelo recogido en un moño. Era preciosa; un equilibrio de belleza y dureza.

Miré a los ciervos, que se habían colocado en dos pequeños pedestales, observándome. Curiosa, me dirigí hacia el tercer pedestal existente, que, tras pasado un tiempo, se hundió en el suelo, apareciendo posteriormente una escalera oculta descendente.

Los ciervos entonces se movieron de su posición, acercándose a mí. Ambos me miraron, como esperando algo. Yo pasé la mirada por la estancia, los pedestales, la escalera y los animales, sonriendo al final tras analizar esas imágenes.

La diosa de la caza… pero no solo ello.

—Según la mitología, Artemisa también era la diosa de los animales salvajes, doncellas, virginidad… o los partos. Ella misma ayudó a su madre a que su hermano naciera.

Alargué la mano hacia la cierva, que inclinó la cabeza para que la acariciase.

—Nunca fue un tema de caza, ¿verdad?

Un templo dedicado a la diosa de la caza, su rango más conocido, pero no el único. Había muchas historias de la diosa y en muchas de ellas, de hecho, se había castigado a los humanos por haber cazado a un animal de forma injusta, o porque era su favorito o por algún tipo de ofensa. Poner a un ciervo dorado, precioso y además en espera de maternidad… solo era un cebo. Un cebo muy traicionero. ¿Qué hubiera pasado si la hubiese cazado? ¿Me quedaría aquí para siempre? ¿O tal vez algo peor?

Suspiré aliviada, acariciando el suave pelaje del venado. Tal vez la verdadera prueba era algo más profundo que solo cazar un animal. O… quién sabe. Lo que sí me quedaba claro era que todo esto... era extraordinario.

—Gracias —dije hacia el animal, quien pareció asentir tras sostenerme la mirada y luego, procedió a retirarse lentamente, abandonando la estancia con su cría.

Un favor a cambio de otro, ¿no?

Cuando desaparecieron de la estancia, devolví mi mirada a la escalinata descendente. ¿Qué me esperaba más abajo? Tomé un poco de aire y di el primer paso.

Esperaba que mi salida de este lugar estuviera cerca de verdad.

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