Hay que buscar respuestas

IX

Tardó varios minutos en ponerse en marcha.

Estuvo un tiempo breve mirando en la dirección por la que me había marchado; pareció pensarse en si ir tras de mí o no, pero al final se quedó en el mismo sitio, rodeada de la muerte que había provocado y poniéndose al día con sus propios pensamientos.

Debería haberme ido, pero no pude evitar quedarme observando entre las sombras del bosque a la joven que, muy a mi pesar, captaría la atención de todos próximamente. Supongo que ahí podía incluirme a mí mismo.

Aunque no pude evitarlo.

Cuando el suelo tembló, sabía que algo había acontecido, que todo había comenzado de nuevo. Antes de darme cuenta, había comenzado a moverme para ver a qué, o más bien, quién se había debido. Y admitía que me había sorprendido, para variar. Aunque no en el buen sentido de la palabra.

¿Qué me esperaba? Tal vez alguien más fuerte, más grande, más sabio… ¿más adulto? Era posible que la imagen que tenía en mi cabeza no se correspondió con la realidad.

Por eso no me gustaba hacerme expectativas. Te predisponen a algo que muy probablemente no se cumpliera.

Pero es que esta vez, fue inevitable. Porque, ¿qué hacía una chiquilla como esa saliendo de los confines del templo?

Cuando la encontré mientras se secaba a la orilla del lago tuve mis recelos; debía ser una coincidencia. Pero el arco no dejaba margen de duda y luego la breve interacción con ella me lo había confirmado.

Debería sentirme decepcionado, pero probablemente ni tuviera que sentirme así, dadas las circunstancias. Siguiendo la estadística, moriría pronto, como lo habían hecho los demás antes que ella. Antes o después.

Y si le añadíamos todo lo demás… puede que más pronto que tarde. Casi parecía un milagro que lo hubiera conseguido.

Distaba mucho de los otros. Era completamente diferente.

Por los dioses, ni siquiera llegaría a la veintena. Era más frágil, más gentil e inocente que el resto. Me bastó verla a la cara durante unos segundos para percatarme de que no era capaz de ocultar lo que sentía; esos ojos oscuros eran demasiado expresivos para esconder lo que clamaban por decir. Y no solo sus ojos. La tensión de su cuerpo, el leve temblor que intentaba ocultar, esos labios carnosos en un leve intento de mostrar seguridad. Todo me decía que tenía miedo, pero que debía seguir adelante.

Al menos coraje no parecía faltarle.

Y tal vez, suerte, si es que había llegado hasta aquí.

Incluso había conseguido que me moviera para salvarla. Aunque lo más probable era que no debí hacer eso.

De nada serviría salvarla ahora si luego se encontraba con una situación igual o peor que la de antes.

Y seguramente se metería de lleno en una. Ahora, quisiera o no, todo iba a girar en torno a ella. Se daría cuenta, esperaba que más pronto que tarde. Aquellos que querían salir de aquí querrían todo de ella y, si se encontraba con las personas equivocadas, lo más seguro era que las cosas no acabaran bien. Ya fuera con sus seres queridos o ella misma.

Esa chica… No sabía dónde se había metido ni lo que significaba lo que había hecho. No sabía que se había puesto un objetivo en la nuca. No sabía siquiera dónde estaba, ni por qué, ni cómo salir.

Y este lugar no tenía cabida para nada como eso. El desconocimiento era una debilidad, igual que las ilusiones y la esperanza. La bondad te podía matar.

La clemencia acabaría con su existencia si no tomaba las elecciones correctas llegado el momento. Y la isla dejaba sacar tu parte más instintiva, más animal… y tu yo real.

Esperaba entonces ver cómo se las arreglaba en la siguiente prueba que le esperaba, esta vez lejos de templos, de estrategias e inquinas arcanas. Esta vez era una lección de vida y que probablemente definiría si sería capaz de seguir adelante o no.

De lo contrario, esta sería la última vez que nos viéramos; ya estaría compartiendo lecho con el resto que perecieron antes que ella.

Y todo volvería a empezar de nuevo. A la espera de alguien lo bastante digno para conseguirlo.

Sin embargo, hacía mucho, mucho tiempo que nadie había salido del templo de la diosa con vida, algo nada habitual en ese lugar.

«Eso solo te recuerda que, en efecto, es caritativa y empática. Eso solo puede matarla si no hay nada más que la respalde», me recordé.

Habría que esperar y ver. Solo el tiempo lo diría.

Y esta vez, no habría ningún salvador que la ayudase.

Hice una mueca al recordar esos ojos almendrados, tan oscuros que parecían negros pero que, irónicamente, parecían irradiar luz y vida a montones.

¿Cuánto tardaría esa luz en abandonarlos? ¿Cuánto tardaría este lugar en arrebatarle una parte de su ser?

«Podría haber sido otro», pensé mientras me alejaba. «Es una pena. Pero ya está hecho.»

Solo podía desearle suerte.

La rama que acabó golpeando mi cara me hizo volver al presente.

Llevaba un largo tiempo pensando en todo lo que había ocurrido hacía tan solo menos de una hora. Las manchas de sangre ya habían comenzado a secarse, pero el recuerdo de lo que había visto no se borraba de mi cabeza. El ataque, los muertos, el extraño salvador. Esa conversación que encerraba más preguntas.

Había tardado un rato en ponerme en marcha. Un tiempo en el que había mirado esos cadáveres con ojos temblorosos y estómago revuelto. Un tiempo que tuve que poner mis pensamientos en orden después de ver que ese hombre no parecía que volvería para matarme. Al menos, por ahora.

Y cuando estuve lo suficientemente calmada como para que mis piernas me sujetasen, hice lo que me dijeron: buscar ese río y seguir su cauce.

Tal vez te preguntarías si eso era lo correcto. Podía ser una trampa, podía ser peligroso, podían ser muchas cosas que me gritaban con luces de colores que era una mala idea. Sin embargo, junto la indicación de ir al oeste, no tenía más pistas o indicaciones. Y, siendo sincera, creía que ese hombre, si quisiera matarme lo podría haber hecho en ese momento. No necesitaba tenderme una trampa ni nada por el estilo.

Me había advertido de las personas (supongo que eso lo incluía a él) pero por ahora no le veía sentido a mandarme a una muerte segura después de haberme salvado. Para eso, que lo hiciera antes, ¿no? A menos que fuera uno de esos sádicos a los que les gustaba jugar con sus presas antes de matarlas.

Mejor eliminaba eso de mi cabeza.

Aunque… bueno, no me había dado esa impresión. Y sería una pena que un hombre tan guapo estuviera loco. Pero tampoco podía descartar aquí nada. Puede que yo misma me volviese loca si seguía experimentando todo tipo de episodios sangrientos.

—Y si piensas que estás en una única isla, es que estás más perdida de lo que pensaba.

—Puede que tú quieras salir, pero hay otros que quieren cosas muy diferentes. Y tú les vas a interesar.

—Las personas con las que está no van a buscar su bienestar, mucho menos el tuyo.

Me mordí el labio al recordar esas palabras, acompañándome una sensación de inquietud y malestar difíciles de ignorar.

No podía evitar sentir que, por mucho que me molestara, tenía razón: estaba perdida. No sabía dónde estaba, qué estaba pasando alrededor, por qué las personas eran hostiles, qué facciones había, cuántas islas (al parecer) había, ciudades, templos, aliados… y enemigos.

«No sé nada», me dije llena de frustración.

Me estaba moviendo por inercia, por la propia supervivencia. No había tenido tiempo de indagar en nada más. Ese hombre había sido prácticamente la primera persona que me había dado algún tipo de información real, si era cierta. Y supongo que la intuición me hacía creer que sí lo era. Lo que me dejaba intranquila con la parte que había dicho en que yo iba a ser un interés para varias personas.

¿Quiénes? ¿Habitantes de la isla? ¿Supervivientes? ¿Esos fanáticos? Lo que me llevaba a otra pregunta. ¿Dónde encajaba Martin y su grupo de supervivientes en todo esto? En su momento, prácticamente no me dio mucha información, pero la situación tampoco es que fuera la mejor. Pero lo que había dicho ese hombre había sembrado dudas en mí.

¿Quienes eran Martin y su grupo?

Si la información que el salvador desconocido era cierta, no debería tardar en averiguarlo. El problema surgiría si tuviera razón. Entonces, ¿qué debería hacer?

Apreté con fuerza el arco, sabiendo que no tenía muchas opciones. Pero tal vez debería esconder el arco ornamentado y esa pieza que había conseguido en el templo. Si era por eso por lo que me buscarían diferentes personas… sería mejor ser precavida.

Había pensado hasta en deshacerme de ello, pero si mi salvador tenía razón, lo que había hecho en el templo también era clave para salir de aquí; supongo que los objetos servirían como un propósito también. ¿Cómo? Pues ni idea. Todavía, al menos. Tendría que descubrirlo.

Según la nueva información, había más islas. Más templos.

«Al oeste, había dicho al oeste», me recordé.

Tendría que comprobar eso también más tarde. Y sondear primero a Martin y sus compañeros. Si eran amigos o enemigos, tenía que descubrirlo rápido. Y, sobre todo, sacar de ahí a Alex si fuera cierto lo último. Por no hablar de encontrar a Adriana, que se supone que debía estar aún en la ciudad.

Apreté el paso y continué el cauce del río, decidida.

Tardé bastante tiempo, y por la distancia seguramente me alejé bastante de la ciudad, pero, cuando ya el sol caía, me encontré con las primeras huellas de actividad humana en la zona.

Alguna trampa, algún árbol cortado, algunos soportes para antorchas, un camino… y lo que parecía una cabaña de madera medio derruida y cubierta de maleza al fondo.

Me acerqué con cautela, arco cargado, y atenta ante cualquier ruido que pudiera parecerme una amenaza. Pero no había nada ni nadie allí.

Entré en la cabaña, esperando encontrarme cualquier enemigo, pero, de nuevo, todo seguía vacío. Sin embargo, sí que había evidencia de que hubiera personas ahí hasta hace poco. Un camastro, una mesa, una silla y varios objetos desperdigados. También había restos de una fogata apagada fuera y lo que parecían objetos de cocina rudimentarios.

Alguien estuvo aquí, pero ahora no se encontraba. Tampoco es que esto pareciera un campamento al uso.

El camino parecía continuar paralelo al río. Tal vez lo que buscaba estaba más allá.

Antes de continuar por ese camino, me paré a investigar un poco la casa, que seguramente había vivido tiempos mejores. No había armas útiles ahí dentro, aunque sí encontré un carcaj con flechas, munición que no dudé en llevarme.

Entre el resto de cosas, hubo un cuaderno que me llamó la atención. Sí, un cuaderno, viejo y con los lomos marrones desgastados por el tiempo, las páginas ya amarillas. Lo cogí con cuidado, llena de curiosidad por saber qué habría dentro.

Por fortuna, el contenido era legible para mí, pues estaba escrito con una caligrafía entendible y en inglés. Por los trazos, me atravería a decir que fue escrito por un hombre, pero no podía asegurarlo. Estaba escrito por fechas, algunas páginas se habían emborronado por diferentes manchas, pero otras se mantenían en buen estado.

«Esto… ¿Es de 1997?»

Sorprendida, parpadeé un par de veces, acariciando la página mientras leía lo que aquella persona del pasado había escrito, probablemente nervioso y asustado.

 

[28 de septiembre de 1997.

Todos han muerto.

Después del accidente, los pocos que sobrevivimos nos adentramos en esta isla.

El barco quedó tan destrozado que decían que sería imposible repararlo. Así que nos metimos en ese bosque, selva o lo que fuera para buscar otra forma de salir, de hacer una balsa, algo.

Maldición, no deberíamos haber hecho eso.

Ahora todos han muerto, y solo quedo yo. Hugh fue el último en morir. En ser asesinado.

Esos locos cabrones nos dieron caza como si fuéramos animales. Locos sedientos de sangre sacados de cualquier secta digna de película de terror. No sé qué rezan, qué pretenden o por qué lo hacen.

Maldita sea, ni siquiera sé qué cojones pasa en esta isla.

¿Cómo puede exisitir algo así y que nadie lo supiera hasta ahora? Ahora mismo siento que estoy en el mismo infierno. Como si este lugar estuviera maldito.

Pero no pienso dejar que me maten. Antes los mataré yo a ellos.

No pienso acabar como mis compañeros.]

 

Leí aquel fragmento congelado en el tiempo con cierta angustia. Esa persona había vivido algo horrible hace tantos años y vio morir a sus compañeros. No pude evitar empatizar, recordando mis primeros momentos en este lugar, el sacrificio de esos locos en la cueva, la mujer asesinada, las persecuciones… Yo también había pensado que esto parecía sacado de cualquier película de terror.

«¿Qué habría pasado con él?»

Miré por encima otras fechas del mismo año, misma letra. Luego otras más distanciadas, luego otra letra.

Tragué saliva y cerré el cuaderno con un nudo en el pecho.

«Ya lo leeré después», me dije mientras lo guardaba en la mochila.

Probablemente tuviera algún tipo de información que me sirviera. Pero… no me sentía con ánimos de leer eso ahora. Más tarde, cuando encontrara a Alejandro.

Sin perder más tiempo, salí de la cabaña y continué por el río, pensando en el cuaderno y en las palabras que reflejaban el dolor, miedo e ira de una persona que pasó por algo similar a mí mucho tiempo atrás. Cuando yo no era más que una niña pequeña.

¿Cuántas otras personas habrían acabado aquí? ¿Por qué no se había descubierto este lugar? Un barco que desaparecía saldría probablemente en los noticiarios; se harían barridas de búsqueda. ¿Y no encontraron este lugar? Pero un avión siniestrado también salía a nivel mundial como tragedia. Y nadie nos había encontrado. Habían pasado días, pero no había visto ningún tipo de actividad. ¿Por qué?

¿Y Martin y los suyos? ¿Cuánto tiempo llevaban aquí?

A cada pregunta que me hacía, más extraño me parecía lo que rodeaba a este lugar. Y menos lógico. De acuerdo, a lo largo de mi vida había encontrado noticias alarmantes sobre aviones desaparecidos en el mar, o barcos, en diferentes partes del mundo. Si me paraba a pensarlo era posible que incluso alguno fuera por el Atlántico, pero… No era normal, ¿verdad?

Tendría que preguntar más a Martin.

Pero para eso, primero tendría que llegar hasta él.

Tardé una media hora más en encontrar actividad humana, cuando el sol ya se había puesto y la luz del crepúsculo empezababa ser insuficiente para ver.

El trayecto se había hecho más escarpado, como un desfiladero por el que pasaba el río, teniendo que ascender para seguir el camino, que, por las luces de las antorchas a lo lejos, dejaba vislumbrar una pequeña aldea arriba, estratégicamente situada para observar a los que se acercaban desde abajo.

Me moví despacio y guardé momentáneamente el arco, pues no quería resultar amenazadora. Esperaba que nadie me disparase.

Sabía que no tardaron en verme, pues escuché gritos al fondo que parecían ordenar y organizar, apareciendo poco después un par de hombres apuntándome con… ¡¿un rifle?!

«¿Qué cojones?»

Subí las manos al momento y retrocedí un par de pasos, asustada.

—¡No soy un enemigo! —grité, primero en español y luego en inglés—. ¡Soy una de las supervivientes del avión del otro día! Ayudé a Martin en la ciudad a escapar. ¡Estoy buscando a mi amigo!

El par de hombres frunció el ceño y me miraron con suspicacia, luego se pusieron a decir algo que no llegué a entender y volvieron a mirarme, pero bajando un poco el arma.

—¿Eres la chica de la que hablaba ese tipo? El rubio que vino con Martin —dijo en inglés.

—¡Sí! —asentí, la voz algo más chillona por los nervios de lo que me gustaría—. Nos separamos cuando nos perseguían y yo… —callé lo último que iba a decir, pues “entré en el templo” no me pareció lo más sensato en ese momento. No mientras las palabras de mi salvador desconocido continuaran en mi mente.

Los hombres, de unos treinta y tantos años, parecieron pensarse durante un rato qué hacer conmigo. Los dos llevaban ropa a camino entre la moderna y la antigua, con refuerzos de cuero y protecciones que les daban más echura a su cuerpo ya trabajado por el ejercicio. El de la derecha tenía tez morena y pelo oscuro corto con barba espesa, mientras que el otro tenía la piel algo más blanca y pelo castaño, también corto. Ambos me parecían igual de intimidantes, sobre todo con esas armas.

—Síguenos —acabó diciendo el moreno, dándose la vuelta.

Yo obedecí de inmediato, intentando que no se notara en exceso mi nerviosismo.

Pronto pude ver lo que había en esa aldea/campamento, vislumbrando varias casas hechas de madera en buen estado y a diferentes alturas en el terreno, un campo de entrenamiento, una zona que parecía un campo de cultivo, una especie de plaza central y un par de edificios más grandes que parecían públicos.

Me dirigieron hacia uno de esos últimos edificios, pasando entre varias personas, tanto hombres como mujeres, que hacían sus tareas diarias y que me miraron sin ningún tipo de disimulo. Conté al menos unas dieciocho personas allí.

Cuando entramos al edificio, me encontré con una especie de reunión donde estaban Martin, un par de hombres más y… Alejandro.

—¿Athena? —preguntó, al principio confundido pero después se le iluminó el rostro—. ¡Estás bien!

Se levantó de su asiento y no tardó un segundo en abrazarme.

—Tú también —respondí devolviéndole el abrazo y sintiendo un gran alivio en mi interior. Al menos, estaba ileso.

—¿Qué pasó? —preguntó cuando nos separamos un poco—. Cuando nos desviamos en la ciudad, no sabía qué pasaría. Y luego ese temblor… Estaba muy preocupado. ¿Dónde estuviste? —me miró de arriba abajo—. ¿Estás herida? La sangre…

—No es mía, en su mayoría —me apresuré a responder—. Estoy bien, solo son rasguños.

—¿Segura? —No pareció creerme mucho mientras me revisaba de arriba abajo, suspirando al final, viendo que no tenía una gran herida mortal—. Además… Ahora tienes una mochila. ¡Y dos arcos! —exclamó.

—Yo… —Mis ojos se dirigieron momentáneamente a Martin, que me miraba con cierta sopresa que no tardó en disimular un segundo después—. Tuve que darles esquinazo como pude.

—¿En el templo? —preguntó entonces Martin.

Noté que se me secaba la garganta. Lo sabía. Algo sabía de ese lugar. Si no, no me hubiera preguntado por el templo tan directamente.

Desvié la mirada hacia él, una muestra de sorpresa y suspicacia. Las palabras de aquel extraño volvían a mi mente como un acosador decidido a hacerme dudar. ¡Pero es que dudaba de todo! De él, de Martin, de este lugar. Pero no podía evitar creer que lo que me había dicho podía tener sentido.

«Bueno, primero recojamos información y decide por ti misma», me dije.

Había cosas que no podía ocultar para siempre de todas formas.

—Sí —respondí finalmente, frunciendo el ceño—. ¿Cómo lo sabes?

—Ese arco no es nada común —dijo señalando con la cabeza hacia el arco ornamentado—. Además, ese temblor no fue normal.

—¿Qué tiene que ver eso con el templo? —preguntó entonces Alejandro, que también se mostró interesado y, por cómo me apretaba uno de los brazos, tenso.

—Todo —dijo Martin, que nos veía con una mirada inquisitiva—. Cada vez que entra alguien a un templo y sale con vida, ocurre un fenómeno similar.

—¿Por qué? —pregunté.

El hombre pareció pensárselo durante un momento, analizándonos con su mirada, pensando en algo que difícilmente podría descifrar. Al final, exhaló un suspiro y nos miró con una mayor calma en sus ojos y también, menos dureza.

—Primero, ¿por qué no entras y descansas un poco? —dijo—. También querrás lavarte para quitarte los restos de sangre y suciedad. Ha debido de ser duro.

Parpadeé, sorprendida. Tal vez me esperaba otro tipo de respuesta, una más directa o una expresión más feroz. Parte de mí pensaba que se mostraría como el típico malvado que decía que no me mostraría nada y me encerraría en una mazmorra.

Aunque no tuviera ningún tipo de argumento para pensar en ello. Solo lo que me había dicho un tipo que, si bien me había salvado de una mala muerte, no sabía nada más.

Sin embargo, no es que estuviera muy de acuerdo con este tipo de evasión.

—Más tarde hablaremos y responderé a tus preguntas —habló entonces, como si pudiera leer mis pensamientos—. Seguro que tendrás muchas.

Asentí, sin saber qué más decir por ahora. Sí que estaba cansada, física y mentalmente.

—Puedo acompañarla —se ofreció Alejandro.

—Está bien —aceptó Martin—. Hablemos en la cena; tendremos mucho que contar.

Tras una rápida despedida, seguí a Alejandro hacia el exterior, dejándome guiar por la pequeña aldea mientras seguía sumida en mis pensamientos. Por su parte, mi amigo se mantuvo en silencio unos pasos por delante de mí, tal vez hablando consigo mismo también o dándome espacio. Tras un par de minutos, llegamos a una cabaña de madera de una sola planta a la que no dudó entrar.

Con cierta curiosidad, entré tras él al edificio, iluminado en su interior por la luz natural. No tenía más que una habitación principal con mobiliario básico y cocina sacada de la edad media y otra más pequeña que se usaba como dormitorio donde había tres camastros individuales.

—Podrás quedarte aquí, supongo —habló entonces Alex, girándose hacia mí—. Me dejaron esta cabaña para mí cuando llegué, y, por lo pronto, no hay nadie más.

—¿Te dejaron… este lugar? —pregunté, extrañada.

—Antes pertenecía a otros miembros del grupo, pero fallecieron en la ciudad —respondió a modo explicativo—. Supongo que no importaba entonces darle este techo a un forastero mientras tanto.

—Comprendo —asentí.

Nos quedamos mirándonos durante unos instantes, sin saber bien qué hacer o decir, hasta que, de repente, Alejandro se lanzó hacia mí y me dio un abrazo, esta vez, mucho más largo y cálido que el anterior.

—Creí que te había pasado algo horrible —dijo, su voz muy cerca de mi oído—. Cuando nos separamos y no pudimos encontrarte, cuando pasaron días... Creí que... Dios, Athena —me estrechó más contra sí—, temí lo peor.

—Pero estoy bien —respondí, devolviendo el abrazo, mi cara apoyada en su pecho; se sentía cálido—. Y te encontré.

—De nuevo —puntualizó él, deshaciendo el abrazo para mirarme a la cara, ambos manos sobre mis hombros—. Me has encontrado dos veces. Y cada vez más herida… y armada. —Sonrió—. ¿Qué es lo que ha pasado?

Me mordí los labios, pensando en todo lo que había ocurrido, lo que había visto y vivido. La inquietud que sentía.

Decidí contárselo todo, largo y tendido. La persecución, el interior del templo, la prueba, los lobos, la cierva, la gran estatua, el mapa, el artefacto… todo. Incluida mi casi muerte y mi salvador isleño desconocido.

Cuando acabé, Alejandro era una mezcla de asombro, preocupación y reflexión. Yo lo miraba, expectante mientras le daba vueltas a ese artefacto que traje conmigo.

—¿Crees que pueda tener razón? —preguntó tras sopesarlo todo.

—No lo sé —negué con la cabeza—. Es difícil tener certezas cuando no hay pruebas de nada.

—Si ese extraño dijera la verdad, entonces hay más islas —frunció los labios y el ceño—-. Y no solo eso, sino que hay más templos como ese, probablemente con más cosas como las que viviste y este tipo de reliquias. —Dio otra vuelta al objeto—. Y no solo eso, sino que son la clave para salir de aquí. ¿Qué tiene eso que ver con salir de aquí?

—No lo sé —repetí, apesadumbrada—. Ojalá lo supiera.

—Todo eso me perturba, pero, aún más que podamos —bajó más la voz— estar rodeados de personas que quieran hacernos daño.

—¿Crees que puedan hacérnoslo? —Comencé a ponerme nerviosa.

—Solo sé que este grupo es uno militarizado, organizado y que se basan por reglas estrictas —explicó—. En el tiempo que llevo aquí he podido ver que parecen buscar algo mientras sobreviven al día a día. Y que cuando ocurrió el terremoto, salió una partida de búsqueda. Cuando volvieron, pude escuchar algo en relación al templo. Y que la ciudad estaba descontrolada. —Hizo una pausa—. Nunca creí que fuera por ti.

—Ya… yo tampoco creí que provocaría algo grande.

—Sea lo que sea, a ellos les importa —continuó Alex—. Se veían inquietos, como si necesitaran información precisa de lo que había pasado.

La inquietud se asentó en mi pecho, recordando lo que me advirtió aquel desconocido: que yo les iba a interesar. Tragué saliva inconscientemente.

—También hay algo que me llama la atención —dijo mi amigo—. Si lo que hay ahí dentro, en esos templos, es necesario para salir por… por lo que sea, ¿por qué no lo han hecho ya?

—Yo… —Lo miré, pensando en ese detalle—. Es verdad que dentro había cadáveres, más o menos antiguos. Tal vez no sea tan sencillo de lograr. Además, habrá varios de ellos.

Aunque decir eso siendo yo la que había pasado esa prueba me parecía irrisorio. No me consideraba precisamente la más preparada para realizar nada de esto. Casi había sido un milagro… como había dicho mi salvador, por mucho que me molestara.

Pero era verdad que había personas mucho más preparadas a nivel físico que yo. Aunque, la prueba al final no había sido solo física. Precisba de conocimientos mitológicos previos. Lo que me hacía pregutarme cómo podrían ser el resto de pruebas.

—No dudo de ello —coincidió Alejandro—. Pero aun así, ¿nadie de todos estos hombres habría sido capaz de conseguirlo? ¿Cuántos templos hay? ¿Cuántos quedan por hacer?

—Yo también me he preguntado lo mismo, en realidad —admití.

—Es lo que deberíamos averiguar. Y entonces, ver si podemos o no fiarnos de ellos. Ver si tiene ese tipo razón o no. —Miró hacia el exterior por una de las ventanas; las personas seguían haciendo sus quehaceres sin prestarnos atención—. Por ahora han sido amables con nosotros; también he escuchado de otros hombres que siempre que hay alguien nuevo por aquí intentan acogerlo y darle un oficio mientras se busca la forma de salir, algún día.

—¿No preguntaste por qué no hicieron un barco o algo así?

—Fue de lo primero —respondió, frunciendo el ceño—. Me dijeron que los que lo intentaron nunca regresaron o que, poco después, un desastre los traía de vuelta. Muertos, en su mayoría. No es que me dieran mucha información, pero, algunos parecen pensar que este lugar está maldito.

—Eso no tiene sentido —dije, confundida.

—Ya, tal vez solo sean delirios de gente que lleva aquí demasiado tiempo o visto demasiados horrores —suspiró—. En cualquier caso, deberíamos primero recavar información y contrastarla con lo poco que te dijo ese tipo.

—Sí… vale, vale —asentí—. En la cena.

—Empecemos por ahí. Aunque —me miró de arriba abajo—, tal vez quieras lavarte un poco. Hay un río con un estanque cerca. Y puede que haya algo de ropa. Intenta relajarte un poco y ya seguiremos con esto más tarde. Ahora ya no estarás sola como entonces.

—Gracias, Alex. —Le sonreí con sinceridad.

—Te enseñaré el camino —dijo mientras agarraba una tela y un jabón rudimentario.

Un poco más calmada que antes, seguí a mi amigo con la cabeza aún dándole vueltas a las cosas.

Esperaba que ese baño me despejara la mente lo suficiente como para armar un plan rápido y no me dejase llevar por el miedo o la sugestión.

Pero algo, tal vez mi instinto, me decía que algo no estaba bien. Y que este lugar era solo el principio.

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Más perdida de lo que crees