Prólogo

¿Alguna vez pensaste en vivir una aventura?

Ah… Yo lo había pensado alguna vez. No, no una sola vez, sino muchas veces. Desde que era una niña hasta años después, incluso ya adulta, en medio del trabajo, de los problemas, de la compleja vida llena de responsabilidades, siempre tuve mi momento de pensamiento fantasioso.

Un lugar lejano, desconocido, oculto y llenos de secretos. Un lugar olvidado, mítico y fantasioso. Tal vez lleno de cosas increíbles o de terribles amenazas; un lugar donde soñar o donde llorar. Una región llena de personajes variopintos, de aliados, de enemigos, de traiciones y alianzas; un juego dinámico en el que, al final, siempre me imaginaba como protagonista.

Porque, ¿quién no ha pensado alguna vez en todo eso? Ah, la grandeza de la imaginación, los deseos de ser esa princesa de los libros, o esa guerrera de las historias, esas escenas donde una persona era el centro de todo y seguía hacia delante, haciéndose más fuerte, más capaz, más heroica. Aunque eso también implicase heridas, pérdidas, sacrificios, enseñanzas crueles de la vida. Pero, ¿no era eso lo que tenía toda buena historia? Esos cambios dramáticos, esos giros inesperados, esas tensiones, esas sorpresas agrias… y otras extremadamente dulces.

Oh, cuántas veces había pensado en ello para evadirme de esta realidad; para huir de este lugar que muchas veces creí como cruel, aburrido, monótono y poco glorioso. Un mundo en el que yo no era más que alguien más del montón y en el que sentía que no llegaría a hacer nada excepcional por mucho que me esforzara.

La protagonista de una vida normal, sencilla, con sus logros, sus fracasos, sus alegrías y sus penas. Nada grandioso, nada que se saliera del tiesto, nada que se asemejara a esas historias que leía, que me embargaban y me sacaban de este mundo, que me habían hecho gritar de emoción o llorar de tristeza; nada como esos videojuegos donde celebraba mi victoria tras derrotar a ese boss tan complicado después de horas o donde exploraba mundos y escenarios que me encantaría ver y vivir en persona. Nada… como esas historias que yo misma escribía e imaginaba.

Siempre he sido muy soñadora. Desde pequeña siempre me decían que podía llegar a estar ensimismada, que tenía mucha imaginación, que por ello aquello que escribía con mis propias manos se volvía interesante; algo que yo negaba sin parar mientras seguía imaginando, lejos de una grandeza que creía que nunca tendría. Porque yo era alguien normal, alguien que había seguido su camino establecido, que había logrado lo que quería dentro de su vida establecida, pero de la que no saldría nada más. Preocupaciones normales, el trabajo, la salud, la familia, los amigos, el amor… Alcanzar una buena vida profesional, asegurarte de hacer bien tu trabajo, ser una mano amiga para quienes me necesitaran, lidiar con mis emociones mundanas, avanzar mientras buscaba mi felicidad dentro de esa normalidad. Sin grandes cosas, sin grandes cambios, sin nada extraordinario.

Porque así seguiría siendo. Una vida ordinaria.

Ah…

—¡Cuidado! ¡Nos atacan!

Sí.

—¡No os separéis! ¡Si lo atrapan estamos perdidos!

Ojalá.

—¡Lo han herido!

—¡Tenemos que salir de aquí!

—¡No puedo dejarlo!

Ojalá…

Ojalá eso siguiera siendo así.

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Caída