Prólogo
El río de sangre inundó el mármol del suelo mientras mis manos, cubiertas de ese líquido carmesí, temblaban débilmente al ser juzgadas por mis ojos.
Reprimiendo un jadeo lastimero mezclado de frustración, desvié la mirada hacia la persona que tenía delante tumbada en el suelo; su respiración aún agitada por las heridas que no eran mortales, pero sí fatales. La sangre abandonaba su cuerpo y sus manos no parecían ser capaces de cubrir la magnitud de las heridas. Sus ojos, de ese color antes conocido para mí y ahora, llenos de rencor y asco, estaban fijos en mí. Pensaría que lo normal sería que me miraran con miedo, pero, lejos de ello, parecía querer perforarme con ellos, como si pudiera hacerme aún más daño del que ya me había provocado.
Y yo… tal vez debería sentirme mucho más iracunda de lo que me sentía.
Pensando en todo lo que había acontecido en los últimos tiempos, así debería ser. Porque mi vida, la que hasta hace poco pensé que era pacífica y llena de un porvenir esplendoroso, se había tornado en una pesadilla. Y aquello que creí que no eran más que cuentos, leyendas sacadas de contexto para asustar a los niños, eran mucho más reales de lo que imaginé. Y, para mi pesar, mucho más crueles.
Había escuchado esas historias de niña; había aprendido sus fábulas, sus enseñanzas, las advertencias que nos daban, la forma de esconderse, huir o vencer a esas criaturas. Pero, como tantas, quedaron relegadas a un mito arcano al que algunos hoy día todavía temían. O eso es lo que yo pensaba. Siempre racional, siempre buscando la lógica, el motivo de las cosas, juzgando por mis ojos en lugar de meras habladurías y rumores. ¿Cuántas veces había salido en ayuda de aquellos que eran juzgados injustamente por ese tipo de leyendas? Y… qué pocos me ayudaron a mí cuando la situación se volteó.
La vida me acabó dando un revés que nunca vi venir. Ahora no quedaban más que cenizas de mi vida anterior. Mi familia, mi posición, mi futuro y mi libertad. Todo se había ido.
Todo era una mentira.
Probablemente ese día se me arrebataron muchas cosas. Incluso parte de mí misma. O… habían tomado el control otras que yo no sabía que poseía.
Una vez escuché que las personas no se mostraban realmente cómo eran de verdad hasta que no las ponían en su límite.
Tal vez ese fue mi caso. Tal vez por eso acabé haciendo cosas que hasta ahora me habrían parecido imposibles, deleznables seguramente. Algo con lo que me habría sentido decepcionada conmigo misma.
Sin embargo, aquí estábamos ahora. Con las manos manchadas de sangre, con heridas que yo misma provoqué, con la sangre desparramándose por el suelo y mis ojos rezumando odio y dolor a partes iguales.
Porque, aunque yo lo había hecho, nunca quise esto. Nunca quise que nada de esto sucediera, que fuera real.
Ah, pero el vacío en mi pecho, ese dolor sangrante que ansiaba venganza y justicia me recordaba que todo fue real. Y, que la traición que sentía, el horror que había visto, la desesperación que sufrí y la soledad que me acompañó no me dejarían vivir hasta que acabara con él. Aunque hubiese parte de mí que aún estaba esperanzada en que nada de esto fuera real, que todo esto era una pesadilla; quería que esa parte más moral de mí siguieran indemne.
¿Era eso lo que aún me hacía dudar? ¿La esperanza vana que aún conservaba? ¿O era mi sentido del deber, de justicia, de buscar siempre lo bueno?
Una risa ahogada me hizo volver al presente. La cara de quien tenía enfrente, aunque dolorida, parecía burlarse de mí como si mirara a alguien inferior.
—Aun con todo, aún piensas que todo puede mejorar. —Se rio—. Siempre he creído que eras alguien inocente, pero no eres más que una necia ilusa.
Apreté dientes al escuchar eso, pues, muy a mi pesar, era completamente cierto. Siempre había intentado ver la cara buena de las cosas, a veces demasiado para mi propio bien, a veces dejándome las señales que indicaban el peligro.
—Sí… Tienes razón —dije en voz baja, mirando mis manos manchadas y el cuchillo que tenía al lado.
Sin embargo, eso había cambiado. Cambió el día en que ocurrió todo. Y había aprendido muchas cosas. Había aprendido que la vida es cruel, traicionera, que es egoísta y que los demás no dudarán en arrancarte un pedazo de tu alma si con ello pueden conseguir tus objetivos. La gente pisotea al débil, las personas consumen a los otros. La bondad no puede con todo el mal que hay en el mundo; es débil… y se consume cuando otros le arrancan poco a poco su existencia.
Sí, yo era alguien que irradiaba bondad, felicidad, buscaba el amor, la justicia; seguía la moral establecida. Pero me lo quitaron.
Me lo quitaron todo. Y una parte de mí… se fue.
—Tienes razón. Era una necia ilusa —dije mientras me levantaba, agarrando el arma que antes había dejado apartada—. Pero ya no más.
Una parte de mí murió ese día, y ya no era la misma de antes.
Así que ahora, buscaría la venganza de otra manera. Más cruel, más dura, más justa. Haría que todos pagaran por lo que me habían hecho, por lo que nos habían hecho.
Aunque eso me transformase en un monstruo que nunca creí poder llegar a ser.