Capítulo 4
Su Historia II
Tres días de ceniza para expiación.
Cuatro días de agua para la prosperidad.
El primer día es el día de la expiación.
El segundo día es el día de la reparación.
El tercer día es el día de la absolución.
El pecado del subconsciente, el pecado de los vulnerables, el pecado de la ignorancia... Todo eso era lo que había que expiar, pero la escala del ritual variaba según los ingresos y el estatus de cada uno.
Aquellos que han codiciado los bienes de su prójimo, aquellos que han profanado sus ofrendas, aquellos que han hecho falsos juramentos, deben confesar sus pecados, pagar diez veces el daño causado, ofrecer sacrificios de sangre durante los ritos ancestrales en el día de ceniza. Esto estaba de acuerdo con la ley divina, que era independiente de la ley que gobernaba cada dominio.
La sangre fluía durante el festival.
Se trataba de una característica común no solo de este país, sino también de las tierras que se encontraban más allá de la Cordillera Blanca. Con una sola cordillera que los separaba y sin grandes mares o desiertos que los aislaran por completo, las razas, los idiomas y las religiones eran inevitablemente similares.
Las religiones se habían dividido en diferentes sectas, cada una llama a las otras herejes, pero comparten el mismo nombre para su dios y métodos de sacrificio muy similares.
Lo común de las religiones en este mundo.
Cada nación ofrecía muchos sacrificios.
Sacrificios que implicaban derramamiento de sangre.
Ovejas, vacas y caballos. Estos animales se convertían en alimento para el pueblo después de los sacrificios. Los sacrificios se habían convertido en fiestas, pero su esencia era expiar los pecados del pueblo. Para expiar los innumerables pecados de la humanidad, se sacrificaba al ganado, derramando su sangre. Especialmente cuando un nuevo rey ascendía al trono o había una gran victoria en la guerra, la sangre fluía como un río.
Hace mil años, se derramó sangre humana.
Era una historia muy antigua. Tan antigua que era difícil encontrar los registros originales.
En la antigüedad, la gente pecaba.
Bajo una misma lengua, una misma cultura y un mismo dios, los pueblos progresaron rápidamente y se corrompieron. Se esclavizaron unos a otros, empezaron a consumirse como alimento y albergaron un odio profundo.
Los pecados de la humanidad fueron tan profundos que un dios enfurecido decidió destruir el mundo.
Se produjeron terremotos, tsunamis arrasaron la tierra y se propagaron plagas. La gente enloqueció, las sequías continuaron y los profetas predijeron el fin de la humanidad.
“Dios no perdonará a la humanidad ahora."
Aterrorizados, los habitantes buscaron una salida. Esperando que su dios no los hubiera abandonado por completo, recurrieron a magos y sacerdotes, pidiendo ayuda a gritos. Comenzaron a revivir los sacrificios olvidados, rezando a su dios. Quemaron sus posesiones más preciadas.
Pero no fue suficiente.
—Encuentra y ofrece lo que más satisfaga a Dios.
La gente reflexionó sobre qué podría ser esto y finalmente comenzaron a ofrecer a los justos a su dios.
—Ofrecemos aquí a los justos. Por favor, perdona nuestros pecados.
Pero Dios no estaba satisfecho con los justos.
Los justos que cumplieron con los estándares del dios eran muy pocos.
Entonces el pueblo comenzó a sacrificar niños.
—Ofrecemos a estos niños inocentes, por favor perdona nuestros pecados.
Pero Dios no se conformó con los hijos. Los que nada sabían no habían acumulado nada y, por lo tanto, eran insuficientes.
El pueblo se desesperó. Sus sacrificios, los justos y los niños no eran suficientes para su dios. El número de personas disminuyó a medida que se mataban entre sí para los sacrificios.
—¿Vas a dejar que perezcamos así?
El pueblo se reunió y oró día y noche durante cien días, lamentándose y llorando. Conmovido por sus lágrimas y llantos, su dios les señaló a una mujer en particular.
—Aquí hay una mujer que es inocente pero no ignorante.
Y así cesó la destrucción.
Incluso los conejos gritan. Animales que parecen dóciles emiten sonidos inimaginables ante la muerte. Cada vez que oía esos ruidos, Dullan tenía que detenerse varias veces. A veces le molestaba tanto que no podía dormir.
Pero eso fue sólo las primeras veces. A medida que el número de animales que mataba se hizo incontable, se fue acostumbrando. Era algo a lo que tenía que acostumbrarse, ya que ese era su deber de por vida.
El proceso de matanza comenzaba con la subyugación. Se les golpeaba con un martillo en la cabeza. Algunos animales mueren por ello, pero la vida es más dura de lo que uno podría esperar y la mayoría solo quedaban aturdidos.
Cuando se trataba de ovejas o vacas, noquearlas era toda una tarea. Dullan logró tener éxito con conejos y corderos, pero aún no con vacas. Necesitaría más tiempo para perfeccionar su habilidad.
Se hizo el silencio. Luego vino el derramamiento de sangre. Al principio, intentó cortarle la garganta, pero la sangre salpicó por todas partes, haciendo un desastre. La decapitación limpia estaba reservada para los convictos.
A medida que la sangre se iba desangrando, las convulsiones se calmaban. Aunque el uso de drogas sería más fácil, estaba prohibido utilizar drogas en animales sacrificados. Además, todos estos pasos debían ser realizados por un sacerdote, no por un carnicero.
—Maldita sea.
Dullan se tragó un gemido. Parecía que el conejo había abierto los ojos durante el proceso de desollamiento.
Y así, otra vez... ¡pum! Si se movía otra vez, entonces ¡pum! otra vez.
Dullan miró al animal que se convulsionaba bajo el martillo. Esta vez estaba definitivamente muerto, pero había golpeado con demasiada fuerza, lo que le daba un aspecto espantoso. Hizo una mueca y cambió a un cuchillo más pequeño y afilado para el siguiente paso.
Normalmente, su tarea terminaría después de drenar su sangre, pero Dullan asumió todas las tareas posteriores él mismo.
No quería desperdiciar la carne, sino utilizar el cadáver de manera más eficiente. Si bien los animales para el sacrificio se quemaban enteros, incluidas las entrañas y el pelaje, no había necesidad de hacer eso con los animales de práctica, ya que sería un desperdicio de carne.
Después de desangrar al animal, lo desollaba. Como no lo quemaba, podía desollarlo de forma más limpia. A continuación, le quitaba las entrañas y las desechaba. Las vísceras las hervía y se las daba a los perros de caza. La carne restante la partía por la mitad verticalmente y la lavaba con agua.
Y luego llegó el momento de cocinar.
Sólo después de mezclar la carne con especias y medicinas pudo Dullan lavarse la sangre de la cara.
Al principio le produjo náuseas.
El olor de la sangre y la visión de las horribles entrañas bastaron para hacerle vomitar y le temblaron las manos. Los animales que tenía delante no dejaban de moverse o gritar, mostrando con todo su cuerpo su resistencia a la muerte que se acercaba.
—No voy a comer eso.
La carne que le ofreció a Carynne estaba cubierta de tantas especias que su forma original era irreconocible. Al verla apartar la comida que él había preparado con tanto esmero, Dullan frunció el ceño.
—…Muestra compasión por los animales. Ellos murieron por ti.
—¿Por qué no te lo comes? Ah, claro, ¿no puedes por las drogas?
—Mmm.
Tendría que esforzarse más para enmascarar el sabor de la medicina.
Carynne miró el plato y luego miró fijamente a Dullan.
—Cada vez que como la comida que traes, siento una sensación de niebla en la cabeza.
—Santo cielo.
Su joven dios no parecía contento con la ofrenda. Dullan recogió la comida que había preparado con tanto esmero. Si la dejaba ahora, Carynne la tiraría a la basura. Al final, Dullan renunció a la ofrenda. Como su dios no aceptaba su devoción, no había nada más que pudiera hacer.
—Bueno, entonces supongo que tendrás que morirte de hambre.
—Lo comeré siempre y cuando no contenga ninguna medicina.
—…Ya veremos.
—¡No comeré nada de lo que me des! ¡Tráeme algo que no tenga nada!
«Pero pronto olvidarás esto también».
Dullan miró a la furiosa Carynne y murmuró algo para sí mismo. Y al día siguiente, cuando Carynne no recordaba haber rechazado la comida, se metió en silencio la misma comida en la boca.
El tiempo que pasó furiosa no duró mucho. Sus períodos de memoria se fueron acortando y, mientras Nancy susurraba, Carynne empezó a sentirse cada vez más distante de sí misma y de los demás. Actuaba formalmente cuando veía al señor y se sentía incómoda con el servicio de las criadas.
Pronto, ella lo olvidaría todo.
—Mi señora cree que viene de un mundo mejor. —Nancy le contó a Dullan—. Un lugar paradisíaco. La gente se ayuda entre sí, las familias son perfectas y hay muchos amigos. En ese lugar, el estatus y el rango no importan, y la gente vive de acuerdo con sus capacidades. Nadie pasa hambre por muy incompetente que sea. ¿Le parece correcto?
Como si una deidad hubiera descendido al mundo humano.
Dullan no creía que Nancy fuera del todo confiable, pero eso le bastaba. Carynne se diferenciaría cada vez más del mundo y viviría ciegamente por un único valor.
Eso era lo que Catherine había deseado.
Para que su hija encontrara un amor más perfecto.
Carynne vivía de nuevo.
Igual que Catherine.
Después de que Dullan jurara ayudar a la llorosa Catherine, ella le enseñó muchas cosas. Desde historia y teología hasta cocina. Catherine nunca mencionó cuántos años había vivido, pero estaba claro que había vivido mucho más de lo que aparentaba.
Y lo mismo le había ocurrido a su madre y a la madre de su madre. Ellas habían disfrutado de mucho más tiempo que otras, acumulando vastos conocimientos y compartiéndolos con sus descendientes. Las historias que contaba Catherine estaban relacionadas con su historia y con las historias de sacrificios santos. Eran historias que no se encontraban en los libros de historia, sino teología tal como las contaban las propias víctimas de los sacrificios.
Pero esos recuerdos ya no se transmitirían. Los recuerdos de Carynne se borrarían por completo y ella quedaría aislada del mundo.
Eso era lo que deseaba Catherine. Detestaba el destino que le había sido impuesto.
—Estas historias ya no son necesarias. Carynne no es ganado: está destinada a encontrar el amor. No a tener hijos... sino a elegir únicamente el amor verdadero.
Dullan pensó en los animales que había matado mientras miraba a Catherine. Tenía ojos como los de una vaca. No eran sólo los ojos. Su esencia no era diferente a la de las vacas o las ovejas.
Eran sacrificios impecables ofrecidos por los dioses a la humanidad. Sus personalidades eran meros accesorios. Lo que importaba era su perpetuidad, sus repetidas muertes.
Ella lo repudiaba.
Catherine detestaba su destino recurrente. Dios los había atado a un ciclo de muertes repetidas. La única manera de escapar de este ciclo era dar vida a la siguiente generación de sacrificios.
Yo no soy ganado.
Pero ¿qué podía hacer? Sin tener hijos, no podía escapar del ciclo. Catherine no conocía la manera de liberarse por completo del ciclo. Pero, como mínimo, quería impedir que Carynne tuviera hijos como medio para alcanzar su libertad. Quería que amara plenamente.
Toc, toc.
—...Sí.
Alguien tocó a la puerta. Cuando Dullan abrió, apareció la persona que esperaba.
La madre de Carynne, Catherine.
—Estás trabajando duro. ¿No es demasiado difícil?
—¿Q-Qué te trae por aquí?
Era un lugar demasiado lleno de hedor a sangre para que Catherine, la esposa del señor, pudiera entrar. Dullan dejó el cuchillo, se quitó los guantes y se levantó para lavarse las manos. Pero cuando intentó salir, Catherine se lo impidió.
—No tardará mucho.
—P-Pero el olor…
—Es una historia que sería problemática si otros la escucharan.
Dullan volvió a cerrar la puerta y la miró a los ojos.
—Voy a morir pronto.
Su tono era ligero, como si estuviera hablando de salir a caminar mañana. Dullan se quedó desconcertado, pero cuando Catherine continuó, ni siquiera tuvo tiempo de expresar su sorpresa.
—La mayoría de las cosas las incluiré en mi testamento, pero me parece inapropiado escribir sobre Carynne allí. Por eso, quería decírtelo directamente.
—…Supongo que sí.
—Ya no tienes por qué cocinar. Carynne está empezando a sospechar porque eres demasiado hábil. De todos modos, pronto te irás a la abadía, así que dile a Nancy la receta de la medicina.
—…Las comidas tendrán peor sabor.
—No se puede evitar. Incluso cuando ya lo ha olvidado todo, a veces sigue rechazando las comidas con tu medicación.
—Incluso sin recuerdos…
—Incluso sin recuerdos, las decisiones tomadas repetidamente son difíciles de cambiar.
Catherine se echó el pelo hacia atrás, dejando entrever cómo luciría Carynne dentro de unos años. A través de sus pestañas de color rojo oscuro, sus llamativos ojos miraban a Dullan. Esos ojos eran del color que uno podría ver al anochecer en un día de verano. Vio su reflejo en esos ojos. Catherine cerró la boca y luego volvió a hablar.
—¿Cuándo te vas?
—En unos días.
—...Sí. Ya veo.
El silencio volvió a llenar la sala, pero era un silencio que indicaba preparación para hablar, no la ausencia de algo que decir.
Dullan esperó a que continuara. De repente, el olor a sangre le resultó nauseabundo.
Le resultó difícil comprenderlo. Catherine estaba sana. No había nada malo en su cuerpo. ¿Por qué hablaba de morir?
—¿Pasa algo malo con tu cuerpo?
No pudo evitar preguntarse al ver sus mejillas sonrosadas. No parecía enferma en absoluto. Catherine negó con la cabeza.
—No, pero lo habrá.
—¿No está relacionado con alguna enfermedad?
—Así es.
Sus palabras fueron casi una confirmación. Dullan conocía su situación particular. Había muerto y vuelto a la vida en repetidas ocasiones. Y recordó que la madre de Catherine y sus predecesoras tampoco vivieron mucho tiempo. Aunque Catherine no dio más detalles, ninguna de ellas vivió mucho tiempo.
Algunas se suicidaron, otras enfermaron y otras se vieron envueltas en guerras. Las razones de sus muertes variaron, pero ninguna de ellas vivió mucho tiempo. Al menos, ninguno de los antepasados que Catherine conocía o de los que se tenía registro había vivido mucho tiempo. ¿No era una coincidencia? ¿Había algo que controlaba la vida más allá del período de su repetición?
—¿Está relacionado con Carynne? —preguntó Dullan con cautela.
—Hasta cierto punto.
—¿C-Carynne terminará de la misma manera?
Catherine sonrió levemente ante la pregunta de Dullan.
—Sé lo que estás pensando. No es eso... no se trata de linaje sanguíneo. —Su rostro adquirió una expresión ligeramente dolorida mientras continuaba—. El príncipe heredero Gueuze envió otra carta. Tengo que proteger a mi familia.
—Pero no creo que acabar con tu vida sea una buena solución.
—Tú no lo conoces, yo sí. Si muero, el príncipe heredero Gueuze perderá el interés por mi familia. Ese es el tipo de persona que es —explicó Catherine.
Las personas ávidas de poder se obsesionaban con lo que no podían tener. Para el príncipe heredero Gueuze, esa persona era Catherine. Creía que había escapado de él, pero el matrimonio era un refugio demasiado frágil.
Dullan escuchó al señor feudal confiarle sus preocupaciones al mayordomo.
Los impuestos sobre la finca eran más altos que nunca. El aumento repentino de los impuestos los dejó cortos de dinero, hasta el punto de que tuvieron que pedir dinero prestado. Finalmente, el señor tuvo que pedir prestado al famoso prestamista Verdic Evans.
La designación de Dullan como próximo lord no se debió únicamente a que fuera un pariente cercano. Todos los demás parientes ya se habían negado a heredar la propiedad. Las joyas que Catherine le había dado a Dullan eran suficientes para que sus padres vivieran y pagaran su educación, pero la propiedad en sí misma estaba perdiendo cada vez más su valor. Era una propiedad plagada de deudas.
Catherine dijo que, si ella moría, el príncipe heredero Gueuze perdería interés en la propiedad de Hare.
—Si muero, mi historia termina. Carynne vivirá... y eso es suficiente. ¿No es como un cuento de hadas? El personaje principal a menudo crece sin madre. Los padres abandonan el escenario. Este es el final para mí. Mi ausencia será más beneficiosa para Carynne. ¿Qué pasa si me pongo débil y le digo a Carynne la respuesta? Por eso necesito morir ahora.
Catherine sonrió.
—Carynne vivirá su propia vida. Al menos, Lord Hare le brindará protección. Después de todo, él es... un padre.
Pero cuando Dullan la miró a la cara, no pudo evitar una sensación de inquietud. Al escuchar a Catherine, no parecía que estuviera hablando de morir para proteger a su familia. Al enumerar las razones de su muerte, parecía más aliviada que otra cosa.
No parecía preocupada por Carynne, sino satisfecha. Incluso mientras hablaba con Dullan, a veces parecía reprimir sus expresiones. Era el rostro de alguien que quería decir algo, pero no podía.
—...S-Si tienes algo más h-honesto al respecto.
Dullan hizo la señal de la cruz y miró a Catherine. Era un gesto que indicaba que no mencionaría esto como siervo de Dios. Aunque todavía era un sacerdote joven que aún no había sido ordenado completamente, su gesto fue hábil. Dullan juró a Dios y le preguntó a Catherine.
—¿Estás diciendo la verdad?
¿De verdad estás diciendo que morirás para proteger a Carynne?
Dullan miró a Catherine. Sus miradas se cruzaron. Catherine dudó un momento antes de hablar.
—La verdad es que...estoy cansada.
Catherine apretó los puños. Su rostro mostraba signos de fatiga. Mirando a Dullan, Catherine confesó sus verdaderos sentimientos.
—Estoy realmente cansada de vivir. Esto es suficiente. No quiero ver el final. Ni siquiera me importa si Carynne tiene éxito o no. Ahora entiendo por qué mi madre se suicidó. He preparado todo esto para mi hija, así que ya he hecho suficiente. ¿No es así?
Sus ojos parecían preguntarle a Dullan si estaba bien que muriera ahora. No eran ojos que buscaban la verdad, sino más bien, ojos que buscaban un acuerdo.
—Como sacerdote... no puedo recomendar el suicido.
—Puedo suicidarme perfectamente sin tu ayuda.
—Caerás en el in-infierno.
—Es un chiste gracioso. ¿Cuántas veces crees que he muerto hasta ahora?
Dullan hizo una pausa y luego respondió.
—...Lo dije por formalidad.
—Ya veo. —Catherine se rio—. Por eso me gustas.
En pocos días, la enfermedad de Catherine se hizo evidente. No era omnisciente, pero sí conocía bien los métodos de suicidio. Uno de ellos era el uso del veneno.
Catherine preparó e ingirió el veneno ella misma. Fingió que Dullan la examinaba, pero en realidad, durante sus reuniones, ella tomaba el veneno. Cuando él no estaba presente, lo hacía sola. Su médico estaría desconcertado por la causa desconocida, pero era inevitable.
—Para ser honesto... sería mejor para ti irte en paz que con dolor...
—Pero yo no quiero eso.
La negativa de Catherine fue cortante.
Dullan no podía entenderlo. Podía aceptar que ella quisiera acabar con su vida porque estaba cansada de muertes repetidas.
Pero ¿por qué elegir morir dolorosamente?
—Dullan, ¿conoces la mentalidad de alguien que se autolesiona? Quieren controlar el momento de su muerte. Al envenenarme... siento una sensación de alivio al saber que estoy controlando mi muerte. Esto es bueno no solo para mí, sino también para los demás. Necesito tiempo para enfrentar mi muerte que se acerca lentamente, y mi familia y mis amigos necesitan tiempo para despedirse de mí.
—Pensando así en los demás... ¿no sería mejor vivir más tiempo?
—Eso es demasiada molestia.
Catherine sonrió.
Catherine miró a Dullan sin comprender. Tenía las mejillas hundidas y las ojeras bajo los ojos habían borrado su belleza original. Esto era solo el principio. Continuaría debilitándose y luego moriría. Esto era un suicidio.
Su voz áspera y rasposa continuó.
—¿Qué somos?
»¿Es una vida tener hijos continuamente? Vivir en un tiempo detenido te hace tener pensamientos extraños. Mi madre lo hizo, y también mi abuela. Somos ganado ofrecido a Dios, simplemente viviendo así.
»Hace mucho tiempo, los sacerdotes decían que éramos bendecidas sin fin. Que podríamos disfrutar de una casi inmortalidad si conocíamos el futuro y lo deseábamos. Decían que, como expiábamos los pecados de la gente con nuestra muerte, se nos había prometido el paraíso.
»Nadie vive una vida repetida sin pecar. Nadie. ¿Se resuelve todo sólo porque hemos muerto? Si el tiempo no se superpone, ¿significa que nunca ocurrió nada?
»En comparación con otras mujeres, tal vez yo sea afortunada. Se espera que todas las mujeres se casen, tengan hijos y los críen. Es difícil tener una carrera, heredar riqueza o incluso dejar un nombre.
»Pero ¿deberíamos considerar una bendición vivir una vida en la que tenemos hijos, morimos y ahí termina todo? Después de todo, para cualquiera, el objetivo de la vida es inevitablemente tener hijos... Es una sensación extrañamente miserable.
»Si eres de la realeza, es posible que consideres salvar el país como la misión de tu vida. Si eres hombre, es posible que desees tener una carrera. Pero para nosotras, cuyo único objetivo es tener hijos y llegar a la muerte, sólo podemos encontrar valor en el amor.
»Así que, al menos, quería morir habiendo amado. E hice lo mejor que pude y aun así fracasé. Pero mi hija tendrá éxito.
»Así que… ayúdame. Ayúdame a asegurarme de que Carynne no maldiga mi elección... De verdad... Si puede encontrar a un hombre que la haga pensar que es feliz... entonces déjala concebir en ese momento.
El funeral se celebró de forma sencilla.
Fue un funeral solitario, a diferencia de lo que se esperaría de alguien que había estado rodeado de la realeza y la nobleza. Como Catherine había muerto de una enfermedad, solo asistió un número mínimo de personas. En ese momento, había una plaga que se extendía por todo el país, por lo que la gente tenía miedo de abandonar sus pueblos.
Como Dullan aún no había recibido la ordenación completa, presenció el funeral como sacerdote asistente. Sin embargo, cuestionó la frase "los difuntos ascenderán al cielo" en el panegírico.
¿Realmente iría al cielo?
Ese día, Dullan decidió convertirse en hereje por su propio dios.
—La joven lloró hasta quedarse dormida.
—¿Cómo está su memoria?
—Ella apenas puede recordar nada ahora... Pero cuando mencioné que habían pasado algunos años desde que Lady Catherine falleció, de repente se derrumbó.
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que Dullan la vio? Trató de evitar verla tanto como fuera posible y planeó encontrarse con el señor del feudo e irse rápidamente.
Sin embargo, se encontró con Carynne. Para entonces, Carynne había llegado a la pubertad y se había convertido en una dama. Le dijeron que su memoria se estaba volviendo cada vez más inestable.
El plan iba avanzando progresivamente.
Los momentos en que Carynne recordaba cosas eran cada vez más raros y a menudo encontraba que las personas conocidas eran extrañas. Nancy dijo que Carynne estaba empezando a comportarse más como una princesa de cuento de hadas. Un poco más dulce, un poco más amable.
—Qué irónico.
Cuando era joven, Carynne nunca fue conocida por su buen carácter, ni siquiera en broma. Dullan recordaba las veces en que Carynne hacía berrinches. Y recordaba cuando lo encerraba y soltaba a los perros contra él.
Dullan abrió la puerta y miró a Carynne, que dormía. Tenía los ojos hinchados y el pecho subía y bajaba lentamente, lo que indicaba que dormía profundamente.
Ya había crecido lo suficiente para que la llamaran "mujer". Pronto se convertiría en una belleza deslumbrante que llamaría la atención. Y entre las muchas personas que conocería, si encontraba a un hombre decente... llegaría a la muerte.
—...Carynne. Carynne... Hare.
La llamó por su nombre, pero ella no se despertó. Se sintió aliviado.
Por más que lo pensaba, no podía aceptarlo. ¿Por qué debía morir? ¿Por qué debía pasar el tiempo? Bajo su mano, alguien podría disfrutar de la vida eterna.
Carynne tenía la oportunidad de vivir eternamente. Catherine lo había descartado como una broma cruel, pero Dullan lo vio como una verdadera bendición. Esta belleza podría conservarse para siempre.
El rostro de Catherine era desdichado.
El rostro de una persona que se estaba muriendo, agotada por la vida, era espantoso. Era aún más espantoso pensar en Carynne viviendo una vida normal, encontrando un hombre, concibiendo un hijo y muriendo como todos los demás.
Aquí yacía la eternidad. El vasto conocimiento y la historia que Catherine le había transmitido eran inmensos y profundos.
¿Por qué hay que abandonar la eternidad? ¿Por qué debe morir la gente?
Catherine murió.
Pero Carynne no lo haría.
Eternamente.
Dullan se arrodilló y oró sobre la tarea que emprendería.
Y se confesó a sí mismo que se había convertido en hereje.
Esta chica que dormía frente a él era su dios.
—Reverendo. Reverendo Dullan.
Oyó que alguien lo llamaba. Dullan se dio cuenta de que se había quedado dormido mientras estaba sentado. Abrió los ojos y vio entrar a Borwen, que trabajaba en la mansión.
—Lo siento. Si estaba durmiendo, puedo volver más tarde.
—N-No... Está bien.
Borwen era carnicero. Comparado con la cantidad de animales que había sacrificado, sólo en muy contadas ocasiones había sacrificado también personas.
Su madre todavía tenía que tomar la medicina de Dullan para mantenerse con vida. Borwen intentó corregir su comportamiento tanto como pudo, pero incluso cuando hacía recados para Dullan discretamente, a veces usaba un lenguaje grosero. No era prudente mostrarse desorganizado frente a él.
Dullan se levantó y miró a Borwen.
—La señorita Carynne ha enviado una carta. Dice que se encuentra en la capital con la señorita Isella Evans. A su señoría le gustaría tomar el té con usted. ¿Lo acompañará?
—...Sí.
—Sí, muy bien. Le avisaré que se unirá pronto. Y antes de irse, será mejor que se cambie de ropa. Hay ropa nueva en el armario.
—E-está bien.
Dullan se frotó las mejillas ásperas y secas para despejarse. Habían pasado dos días desde que llegó a la finca, pero aún se sentía desorientado. Abrió los ojos y se miró en el espejo. Un joven demacrado y encorvado lo miró.
Allí estaba un paciente, cautivado por la eternidad.
Sólo había una cosa que se preguntaba.
—De entre todas las personas... ¿Por qué yo?
—Escuché que hubo un incendio en la abadía. ¿Estás bien?
—Estoy b-bien, Su Señoría.
Dullan miró el té que tenía delante y luego levantó la cabeza para responderle al señor del feudo. Aunque Carynne rechazara a Dullan, eso no cambiaba el hecho de que él iba a ser el próximo señor de esta tierra. Su regreso sólo se había retrasado un poco.
Pero mientras tanto, le habían sucedido varias cosas: desde pequeños incidentes como la desaparición y reaparición de objetos, hasta una repentina sensación de sueño y casi provocar un incendio al caerse.
—Todo ha terminado ahora.
Dullan ya no tenía asuntos que atender en la abadía. Bebió un sorbo de té mientras escuchaba al señor del feudo hablar sobre la partida de Carynne a la capital.
El señor feudal habló con cautela mientras observaba la reacción de Dullan.
—Me han dicho que pronto me presentará a un hombre.
—E-es así.
—Sí... Puede que no sea de tu agrado, pero espero que aún así me des tus felicitaciones.
Dullan comprendió por qué el señor feudal hablaba con tanta cautela. ¿Le preocupaba que Dullan pudiera pensar que estaba perdiendo a Carynne? Dullan se rio amargamente para sí mismo. El señor feudal y Catherine estaban gravemente equivocados.
Ellos fueron los que propusieron el trato, ¿por qué tenían miedo de llevarlo a cabo? Les resultó difícil aceptar el proceso. No podían tratar a Carynne con comodidad y asumieron que Dullan albergaba motivos ocultos. Incluso ahora, el señor del feudo lo observaba con tanta cautela solo porque Carynne había elegido a otro hombre.
¿Pero por qué estaría enojado por eso?
—Por supuesto.
Era algo para celebrar.
Ya fuera que Carynne conociera a alguien o no, era una bendición.
Porque lo que tenía que hacer seguía siendo igual.
—Entonces, ¿qué tal si pretendemos que las conversaciones con Catherine nunca ocurrieron?
—No entiendo muy bien lo que quieres decir.
—Quiero decir, deja de manipular su memoria... Catherine, ella...
El rostro del señor feudal se sonrojó levemente. Su propósito al llamar a Dullan era discutir este asunto.
—Perdí a mi esposa, pero también perdí a mi hija a lo largo de los años. No quiero perder a la única familia que me queda.
Dullan apoyó la barbilla en su mano y reflexionó.
Las palabras del señor feudal tenían como objetivo persuadir a Dullan, pero sólo sirvieron para fortalecer su resolución. La propia Carynne había dicho que volvería a vivir. Se lo contó a su padre.
Dullan lanzó una moneda de oro al aire y la atrapó de nuevo. La moneda subió y bajó repetidamente en el aire. Dullan pensó. Tenía que pensar.
¿Carynne viviría de nuevo? Dullan creía que sí. Pero el hecho de que hubiera recuperado la memoria y aun así no tuviera nada en la mano lo confundía. Carynne debería haber tenido algo en la mano. ¿No lo había mencionado Catherine?
—Para estar segura de que volveré a vivir, primero viene el recuerdo, luego podré regresar con una marca.
Catherine le había dicho una vez a Dullan.
—Cuando muera, podré empezar con lo que tenía en la mano en mi vida anterior. Algo lo suficientemente pequeño como para caber perfectamente en la palma de la mano... En mi caso, al principio, era un dedo.
¿Un dedo? Dullan miró los dedos blancos y delgados de Catherine. Levantó la mano y dobló un dedo.
—Mi dedo. Lo corté y lo traje de vuelta. Ahora está podrido, así que lo descarté. ¿Lo sabías? Los dedos humanos tienen patrones.
¿Se refería a las huellas en la piel de las yemas de los dedos? Dullan miró las yemas de sus dedos, pero estaban suaves por toda la medicina que había preparado. Más tarde, se enteró, tal como había dicho Catherine, de que cada persona tenía patrones únicos que podían utilizarse para identificar a los individuos.
—¿Será porque el embarazo es la respuesta? Si mantienes una parte de tu cuerpo, vuelves. Si no es parte de tu cuerpo, lo más distintivo que queda es esto.
Catherine recogió una moneda de oro.
—Esto no ofrece demasiada resistencia. Otras cosas suelen causar problemas.
—Ya veo.
—Entonces, más tarde, para comprobar si Carynne ha vivido y muerto de nuevo, sólo hay que ver si tiene algo como esto en la mano.
—¿Qué pasa si muere sin tener nada en la mano?
Catherine pinchó a Dullan.
—Entonces puedes ponerlo en su mano. Incluso después de que muera. Siempre y cuando alguien le ponga una moneda de oro en la mano después de que muera... Por eso debes hacerte sacerdote. Debes guiar su muerte.
Carynne no sostenía nada.
¿Podría ser porque esta era su primera vida?
Al principio, Dullan pensó que sí, pero la petición del señor feudal de dejar en paz a Carynne lo hizo sospechar.
La propia Carynne había convencido al señor feudal para que la dejara abandonar la mansión y, en el proceso, mencionó que había vivido allí varias veces.
Entonces ¿por qué no sostenía nada?
Dullan no podía entender por qué no había puesto una moneda de oro en su mano en el pasado. Si Carynne hubiera muerto, seguramente habría tenido una moneda en la mano. Pero esta vez, no había nada en su mano.
Dullan sintió que le picaba la cabeza cada vez más. Quería sacar el cerebro y organizarlo.
Carynne afirmó que lo recordaba, pero no había ninguna moneda.
La moneda.
Dullan pensó en el objeto que había considerado repetidamente.
Carynne ya no estaba en la mansión.
¿Podría alguien que había pasado toda su vida en la mansión, con recuerdos poco fiables, realmente mostrar tanta decisión? No había estado ausente por mucho tiempo.
Nancy, que la había cuidado, supuestamente se había escapado con el dinero. Debería haber existido un fuerte vínculo entre Carynne y Nancy. Como mínimo, Carynne debería haber recibido la influencia de Nancy, ya que había tomado la medicina y había recibido cuidados de ella. Sin embargo, Carynne no regresó a casa ni siquiera después de que Nancy huyera.
Extraño. Qué extraño.
«¿Es posible que una persona actúe de esa manera? ¿Carynne estaba realmente viva de nuevo? ¿Y ya está saliendo con un hombre al que está dispuesta a presentarle a su padre?»
Dullan apretó la moneda con fuerza.
Las acciones de Carynne no eran las de alguien que hubiera vivido una sola vida. No parecía alguien que hubiera estado prácticamente prisionera en la mansión toda su vida. Su decisión y su ingenio eran evidentes.
Dullan torció sus labios en una sonrisa.
También se dio cuenta de por qué sus últimos días en la abadía habían sido peligrosos. Ahora entendía por qué habían desaparecido cosas. Carynne había ordenado a alguien que lo hiciera. Sin duda, había estado tratando de averiguar algo de él.
Esta no era la primera vida de Carynne.
Probablemente ella le había sacado alguna verdad hasta cierto punto.
Las versiones anteriores de sí mismo habían tenido éxito.
Pero por mucho que Carynne se esforzara, él no tenía intención de dejarla ir.
Dullan podía sentir las versiones pasadas de sí mismo susurrando a su lado.
Eternidad.
¿Tratando de escapar? ¿De la eternidad a la muerte? ¿Al descanso eterno?
Pero no lo lograría.
No importa a quién hubiera elegido.
Dullan se puso de pie y empezó a meter objetos en su bolso. No importaba quién era el hombre, qué tipo de persona era ni nada de eso. No importaba.
Las acciones de Dullan permanecerían sin cambios.
Athena: ¿Por qué esta historia siempre me hace quedar con la boca abierta? Madre mía. Sacrificios de dios; ¿expiar pecados de los demás? ¡Venga ya! Vaya maldición e infierno que han tenido que pasar todas las mujeres de la familia de Carynne. Pero… joder, me parece fatal lo que la madre hizo. ¿Todo para que Carynne ame? Por todo esto la pobre se volvió loca y llegó a matar. Casi parecía una constante psicosis sin saber qué es real y qué no. Y el tipo este pretende que viva para siempre; muriendo una y otra vez. Y era él el que ponía la moneda… Qué loco todo. Pero aún no sabemos por qué Raymond recuerda.